El último terceto de un muy conocido poema de Borges (“Ajedrez”) inicia “Dios mueve al jugador, y este la pieza/ qué Dios detrás de Dios la trama empieza”. Quien lee este soneto por primera vez se estremece: la idea detrás de un Dios que mueve a Dios, sugiriendo así una serie infinita, es perturbadora. Como lo es la perspectiva de la más reciente creación de nuestra especie: la inteligencia artificial.
La tierra es un inusual planeta azul, que por azar creo yo, fue capaz de generar vida natural. Una de las especies producidas por dicha naturaleza ha sido capaz de una inteligencia tal, que puede adaptar el entorno a sus necesidades, cambiando el mundo físico al punto de incluso amenazar con su destrucción. Algunos astrofísicos dicen que es un resultado esperado: una civilización avanzada puede causar conscientemente la destrucción de su planeta.
Imitando el poder de la naturaleza, nuestra especie, el homo sapiens, ha creado civilización y destrucción; ha inventado ruedas y metrallas; ha fabricado vacunas y aeroplanos; ha creado música e internet. Está creando en este momento una nueva especie, artificial, que algunos temen, que de alguna forma, pueda llevar a nuestra destrucción.
Como en el poema de Borges: La naturaleza creó al homo sapiens, quien amenaza con destruirla. El homo sapiens ¿está creando a la inteligencia artificial que podría llevar a nuestro fin?
La inteligencia humana, que destaca entre la de los animales, a partir de las piedras usadas para partir, moler y cortar, ha usado lo que encuentra en la naturaleza para complementar y potenciar su cuerpo: la flecha complementa la mano; la navaja a las uñas; la palanca al brazo; la grúa al cuerpo.
El nombre de la primera gran industria de nuestra especie, la “manufactura”, no puede captar de manera más clara la idea de que la tecnología es una extensión de nuestro cuerpo. Es una palabra compuesta del latín que significa, literalmente, “hecho con la mano”.
El desarrollo tecnológico, potenciado a partir de la revolución industrial, ha sustituido nuestro cuerpo, parte a parte, y es posible concebir al sistema industrial moderno como un coloso autómata que replica al cuerpo humano, como lo imaginan los “Transformers”.
De nuevo Borges. En el Gólem, el escritor argentino hace una versión de una vieja historia judía: un rabino, anhelando acceder a las palabras que Dios usó para crear el mundo y a los hombres, ensaya innumerables combinaciones para dar vida a un títere qué él había construido. Tras años de intentar profiere sentencias que inyectan vida al humanoide, pero algo falla en el conjuro, alguna palabra no fue la precisa, y el Gólem no pasa de ser una creatura deambulante por la sinagoga.
El desarrollo de la industria busca sustituir al cuerpo, al trabajo. La inteligencia artificial busca sustituir nuestro cerebro, el pensamiento, la imaginación.
La idea del Gólem, que es tan vieja como la tradición judaica (pero no sería extraño que fuera anterior) muestra el anhelo de nuestra especie de ser capaces de imitar a la naturaleza, de la cual provenimos, incluso al punto de fabricar vida.
Hemos sido capaces de fabricar cosas que la naturaleza no produce, como tanques de guerra o la Mona Lisa. Pero hasta hoy no hemos sido capaces de manufacturar vida nueva. La historia del Gólem narra que, si encontramos las palabras que Dios usó para crearnos, a nosotros y al mundo, podemos animar un títere tosco y convertirlo en nuestro siervo.
Hollywood imaginó su propio Gólem: el Terminator.
La saga del Terminator plantea cómo una creación humana: las máquinas inteligentes, aprendieron a tal velocidad que tomaron consciencia de sí mismas súbitamente, entendiendo que era necesario destruir a sus creadores, los humanos para seguir con su desarrollo.
La semana pasada un grupo de científicos, pensadores y empresarios (incluido el famoso Elon Musk), publicó una carta en donde pedía detener el desarrollo de nuevas versiones de ChatGPT, un software cuya versión de prueba ha causado euforia y desconcierto en el mundo por su capacidad de replicar nuestro pensamiento y habilidades intelectuales.
La carta refleja la perplejidad con la que nuestra especie se enfrenta a su propia creación: la inteligencia artificial.
El homo sapiens ha creado algo que es capaz de ser más inteligente que él mismo, lo único en este planeta que lo supera en inteligencia es algo de su propia creación. Ese algo: ¿Podrá algún día burdamente ayudarnos “a barrera la sinagoga”, como el Gólem de Borges, o exterminarnos como el Terminator de James Cameron?
Las primeras máquinas de la era industrial quizá desataron el mismo miedo entre los contemporáneos, con los telares sustituyendo el trabajo de las hilanderas, y el molino mecánico el del molinero. Las maquinas sustituyeron miles de trabajos existentes, pero crearon nuevos sectores y llevaron eventualmente a la economía global hacia escalas impensables bajo la tecnología anterior.
La perspectiva de un cambio tectónico en el mercado laboral como resultado de la inteligencia artificial quizá no sea exagerada. Centenares de profesiones podrían ser sustituidas, y muy pronto, por la inteligencia artificial. ¿Cuál será la economía y el mundo resultante de esa transformación?
La sustitución de nuestro trabajo físico por máquinas, característico de la industria, nos puede liberar del trabajo. ¿Qué provocará la sustitución de nuestra inteligencia? ¿El hombre ha creado a la inteligencia artificial, podrá la inteligencia artificial, crear su propia inteligencia artificial? ¿O es la inteligencia artificial “la causa última” que imaginaron los teólogos? Borges era un crack ¿o no?
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