¿Quién inventó el pan o las tortillas? ¿Quién fue el creador del jabón? ¿Quién hizo la primera silla y el primer tenedor? Usualmente las grandes creaciones cotidianas tienen inventores anónimos. Invertir parecería ser uno de esos casos en donde algo tan usual y común provino de alguien desconocido, pero no es el caso. La forma en que miles de millones de personas invierten en el mundo tienen un origen: la breve tesis de doctorado de uno de los economistas más importantes de la historia, quien falleció la semana pasada: Harry Markowitz.
Probablemente usted haya escuchado de Blackrock, de Vanguard, de State Street o de Allianz. Probablemente en su banco le sugieran invertir en “fondos de inversión”. Probablemente usted escuche en alguna parte el consejo de acercarse con su asesor financiero. Probablemente usted tenga una Afore en donde está invertido lo que será su pensión. Todos ellos trabajan todos los días con instrumentos, herramientas, ideas y principios cuyo origen es el trabajo de Harry Markowitz.
Nacido en 1927, en las vísperas de la Gran Depresión, de padres judíos estadounidenses en Chicago, Markowitz es el “inventor” de los portafolios de inversión, que rige la forma en que se invierten los ahorros, patrimonios y pensiones de miles de millones de personas y empresas alrededor del mundo. La idea de Markowitz, planteada por primera vez en las veinticinco páginas de su tesis doctoral, publicadas por primera vez en 1952 en el Journal of Finance, evolucionó hasta convertirse en el fundamento de la poderosísima industria de la gestión de activos, en donde gigantes como Blackrock, o Almundi, administran billones de dólares de los más diversos clientes.
La primera parte de la idea “inventada” por Markowitz es tan vieja como la cultura humana misma. Debemos de diversificar nuestros ahorros: invertir en distintas cosas: en bienes raíces, en mercancías, tener una parte en efectivo, comprar divisas, arte, etc.
La segunda parte de la idea es también muy ancestral: detrás de todo rendimiento existe el riesgo. Si queremos ganar más, debemos de arriesgar, y al arriesgar aumenta también nuestras probabilidades de perder.
Markowitz hizo dos cosas; fusionó esas dos ideas ancestrales, pero lo hizo usando un marco matemático riguroso, tomando los conceptos de la probabilidad y estadística para desarrollar una idea, esa si, nueva: se debe de invertir en un portafolio de activos que equilibren el riesgo y el rendimiento, basados en una serie de fórmulas matemáticas.
Los “portafolios de Markowitz” son el origen de la teoría moderna de finanzas, pero también el origen de una de las industrias más importantes del mundo: la gestión de activos, que ha evolucionado de manera espectacular desde que Markowitz publicó su artículo en los 1950’s a la fecha, convirtiéndose en una fuerza indispensable de la economía global.
Muy pocos economistas pueden decir que sus ideas han tenido un impacto tangible en el mundo real. La mayoría aspiran a explicar eventos que acontecen o a pronosticar lo que puede ocurrir. Algunos como Karl Marx, John Maynard Keynes o Milton Friedman ven sus ideas reflejadas en movimientos sociales, o políticas públicas. Las ideas de Markowitz y sus alumnos y continuadores ayudaron a forjar una de las industrias más importantes del capitalismo contemporáneo. El impacto de sus ideas y la evolución de estas por parte de generaciones de economistas que las han refinado y potenciado ha sido colosal.
Por supuesto que el modelo inicial de Markowitz, a la distancia primitivo y cándido, no es el que se usa hoy en día por parte de los gigantescos gestores de activos, pero su evolución, ocurrida durante la vida de su inventor, ha permitido construir una industria capaz de administrar fondos y ahorros de proporciones inimaginables. Los fallos y excesos, la fe ciega en esos modelos han causado también, calamidades.
Esta columna quiere ser un obituario y un modesto homenaje para Harry Markowitz, pero también quisiera ser la oportunidad para reflexionar sobre la importancia de las ideas humanas, en esta era en que nos acecha la inteligencia artificial, y en donde, pasmados, nos asomamos a una era ignota en donde los algoritmos y los chips marcarán el futuro.
Cuando la pandemia de Covid arrasaba al mundo, nos dimos cuenta de la enorme diferencia que el jabón, al destrozar la capa de grasa que envuelve a los virus, puede significar. Sin el jabón la historia de la humanidad seguramente habría sido muy distinta. Quizá no seríamos la especie dominante sobre la tierra. Vaya usted a saber.
La idea de agregar ceniza, sal, aceite y otros ingredientes a una pastilla de grasa demostró ser una forma de que la gente se enfermara menos y oliera mejor. Los ingredientes ya existían, fue la fórmula de mezclarlos lo que llevó al invento, como las ideas de Markowitz, como la tortilla o el pan.
¿Podrá la inteligencia artificial tener ideas? De haber existido hace dos mil quinientos años, ¿habría podido la inteligencia artificial inventar el jabón o la tortilla y los chilaquiles? ¿Podrá la inteligencia artificial tener una idea que evolucione hacia una industria de importancia económica global, como lo hizo Markowitz?
Los humanos creamos primero máquinas que trabajaban, luego que calculaban. Hoy tenemos máquinas que razonan y piensas. ¿Existen hoy, o habrá en el futuro, máquinas que tengan ideas? Y ¿De qué tipo serán esas ideas?
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