Lo que ocurre estos días en China no se trata únicamente de economía, sino de geopolítica. Pareciera que los Estados Unidos está siguiendo con el dragón asiático la estrategia que siguió con la antigua Unión Soviética. Como un enfrentamiento militar no resultaría en un ganador, sino en unánimes perdedores, enfrentó en su momento a los soviéticos económicamente, hasta que los derrumbó por dentro. De repente la inversión extranjera en China se ha secado, de repente la transferencia de tecnología estadounidense hacia el gigante asiático se ha detenido. Esté prevaleciendo la razón de Estado sobre la rentabilidad financiera. Será costoso, pero parece que Estados Unidos está dispuesto a aceptar el costo si venciendo a China económicamente se puede ahorrar un estéril enfrentamiento militar en el mediano plazo.
China siempre ha sido un misterio. Para los europeos se encontraba en el extremo de desiertos y de taigas. Para los americanos, era el destino anual o semestral de la Nao que atracó en Acapulco por 250 años, viajando del otro lado del Pacífico. Hoy la economía China envía señales confusas y peligrosas. Un coloso económico como ese, con sus gigantescas reservas internacionales, su poderoso sector externo, su apabullante manufactura, tiene muchos recursos para enderezarse. Pero a juzgar por algunos indicadores, las cosas están más difíciles de lo que aparentan, y el resto del mundo, incluyendo a México, gozaremos y sufriremos las consecuencias.
En el segundo trimestre de este año, ocurrió algo que nos compete de cerca pero que se nos escapa de las manos: México superó a China como principal socio comercial de los Estados Unidos, logrando una cuota de las importaciones estadunidenses claramente superiore a las del gigante asiático. Lo interesante es que dicho éxito exportador mexicano se ubica a través de múltiples sectores, y ya no solo en el automotriz. Parece como si Estados Unidos estuviera decidiendo comprarle a México lo más posible, y reducir en lo que pueda sus compras de China. Aunque sea más caro, aunque le cueste.
Al mismo tiempo, los indicadores chinos muestran una tendencia preocupante: sus exportaciones caen, sus indicadores de producción manufacturera tropiezan, las cifras de inversión extranjera directa en esa nación se desploman, terceros países (como México) les están poniendo aranceles y tarifas a sus exportaciones (con el riesgo de mayores precios), como si hubiera una estrategia deliberada de abandonar a China como la gran plataforma manufacturera del mundo y ponerle diques económicos a sus poderosísimo sector exportador. La inversión en fábricas despega en los Estados Unidos, revirtiendo una tendencia de décadas de irse a China.
Parece como si alguien quisiera debilitar económicamente a Catay; buscando proveedores alternativos a la dependencia que el mundo tiene de su manufactura; menguando el flujo de inversión directa hacia su territorio; levantando barreras comerciales a sus exportaciones; mudando la manufactura global fuera de ese país rumbo a Estados Unidos mismos, a Vietnam y México llamándolo “nearshoring”.
Vamos a suponer por un momento que eso ocurre. Que estemos ante una estrategia deliberada para modular la potencia económica china para darle una lección. Para recordarle que si son hoy una potencia fue porque desde los años ochenta las empresas estadounidenses decidieron convertirla en el corazón mundial de la manufactura para aprovechar sus costos laborales y de insumos con el fin de reducir los costos de producción y aumentar las ganancias. Para hacerle ver que la tecnología con la que hoy cuenta fue apropiada a partir de la instalación en sus lares de plantas, maquinarias y saber de Estados Unidos y Europa, y que ellos supieron copiar primero, y mejorar después.
Porque, además, tal estrategia deliberada parece llegar en un momento especialmente complicado para China: en medio de una ardua crisis inmobiliaria, esa si, provocada por ellos mismos, de la cual está siendo (como toda crisis de activos) muy difícil salir.
China respondió a la gran crisis financiera de 2008-2009 inflando su sector inmobiliario, con lo que pudo aislar a su economía de la deflación en el resto del mundo de la década siguiente. Pero a toda burbuja le llega su fin, y las fuerzas que posibilitaron el auge inmobiliario chino se han desfondado, y los datos y evidencia que surgen de ese sector son verdaderamente alarmantes, por lo que es posible suponer que la economía atraviesa una deflación patrimonial muy severa, que será difícil de gestionar.
Imagine que usted pide mil pesos para comprarse una casa que vale dos mil pesos, poniendo de su bolsillo los mil restantes. Usted tiene un activo que vale dos mil pesos y un pasivo de mil. Pero usted compró su casa en China en la parte alta de la burbuja inmobiliaria y ahora su casa vale quinientos pesos, pero su deuda sigue siendo de mil. Usted tiene un serio problema que no se resolverá fácilmente expandiendo la política monetaria y/o fiscal.
Hasta la pandemia la economía china era un torbellino imparable, contando casi cuatro décadas creciendo a doble digito, avasallando al mundo con su manufactura, pasando de ser un fabricante de artículos de mala calidad a un innovador capaz de producir bienes y servicios tecnológicamente de vanguardia, y usando sus colosales ahorros financieros para expandir por el mundo su influencia económica y política hasta el punto de cometer la osadía que ya a una potencia anterior le costó muy caro: desafiar el poderío estadounidense de manera abierta y frontal. Hasta que los Estados Unidos decidieron actuar.
Pero hay una diferencia crítica entre los dos enfrentamientos. La Unión Soviética era un jugador económico marginal. Muy poco relevante. China es la segunda mayor potencia económica del mundo. Su debilidad no será inane. Puede costarle al resto del mundo un tropezón rudo, podemos provocarnos a nosotros mismos, una tortura china.
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