La prueba de que la democracia es el peor de los regímenes políticos (con excepción de todos los demás), es Donald Trump. Y para el caso del sistema político estadunidense, Trump es también la demostración de que su democracia feudal, no es la apropiada para la actual sociedad pluricultural y diversa. Cuando ganó la presidencia, Trump perdió por más de tres millones de votos frente a Hillary Clinton. La única razón por la que Trump, y el fascismo que representa, tienen la oportunidad de regresar al poder, es por la arcaica democracia de terratenientes que rige en los Estados Unidos.
El Senado es una figura política que proviene de los terratenientes romanos. Nido de patricios nobles que no representaban a la gente, sino a la riqueza y al poder. No es democrático que el estado de Wyoming, con menos de 600 mil habitantes, tenga los mismos senadores que California, que suma 39 millones de personas. Ambos pares cuentan con el mismo poder de voto y de veto en el poderoso Senado estadunidense, que cuenta con una influencia y poder mucho mayor que el que existe en los regímenes parlamentarios europeos, en donde el Senado es una figura casi decorativa.
Quienes diseñaron el sistema político estadunidense, un grupo reducido de patricios anglo sajones y protestantes, buscaron preservar su estatus como fundadores de un país colosal, de los riesgos que implicaría en el futuro “la tiranía de las mayorías”. Temían, por ejemplo, que las mayorías se impusieran sobre las minorías religiosas y acabaran limitando las libertades de los menos. Temían que los estados más ricos y poderosos acabaran abrumando a los estados pobres y deshabitados.
Pero también, sin duda, temían que su clase: hombres anglo sajones protestantes, perdieran el control político de la naciente nación cuyo futuro ya vislumbraban, sería continente en territorio y mundial en riqueza y poder militar. Como está ocurriendo.
Por ello diseñaron un sistema que, efectivamente, protege a las minorías del poder de las mayorías, pero que, en el límite, que se reveló por ejemplo en la elección de Al Gore contra George Bush, el pequeño, corre el riesgo de que la suma de las minorías entierre la decisión de las mayorías. Tal es el resultado y el beneficio que el infame Colegio Electoral estadunidense presta a la ultraderecha de ese país.
La democracia electora estadunidese se ha revelado profundamente antidemocrática. En 2016 por ejemplo, Donald Trump, con casi 63 millones de votos, le gana la presidencia a Hillary Clinton, quien obtenía casi 66 millones de votos.
¿Cómo es posible que en una democracia gane el candidato que tuvo tres millones de votos menos que el perdedor? ¿Qué democracia ignora el resultado de las mayorías? ¿Cómo es posible que el voto de tres millones de estadunidenses sea completamente ignorado?
¿En qué democracia del mundo gana el candidato que tuvo menos votos? En los Estados Unidos.
En cinco ocasiones en la historia, el candidato menos votado de la elección, ha ganado la presidencia. A pesar de ellos, la democracia estadunidense ha sobrevivido y florecido. Sin embargo, el profundo cambio demográfico y económico en los Estados Unidos provoca que el riesgo de que, de manera sistemática, el candidato menos votado pueda ganar la elección presidencial, sea creciente.
Los estadunidenses no eligen al presidente directamente, sino que eligen representantes a los colegios electorales de cada estado, los cuales se reúnen en el nivel nacional una vez electos para emitir sus votos por el candidato ganador en cada estado.
Esta figura arcaica y feudal del Colegio Electoral, que busca preservar el poder de los estados pequeños (que son, naturalmente, republicanos), está concentrando un poder desproporcionado respecto de los estados más ricos, poblados e influyentes, por lo que la ultraderecha, religiosa y conservadora, está basando su estrategia electoral en preservar esos estados en donde ya nadie quiere vivir, para derrotar a los demócratas que arrasan en los estados más ricos y poblados, en donde la migración está reconfigurando la demografía de Estados Unidos.
Tomemos por ejemplo California, la cual cuenta con 54 votos en el Colegio Electoral, que representan a 39 millones de personas. Si el candidato demócrata gana el estado con 19 millones de votos, o lo gana con los 39 millones de votos, el demócrata recibe los mismos 54 votos en el Colegio Electoral. Es decir, el voto de 17 millones de californianos sale sobrando, cuentan cero para efectos de elegir al presidente de los Estados Unidos, negando el principio democrático fundamental de una persona, un voto.
Por el contrario. Aunque el republicano gane Wyoming por un voto contra el demócrata, los tres votos electorales van para el republicano. Esos 280 mil votantes de Wyoming tienen un peso proporcional mucho mayor que los 17 millones de votantes californianos ignorados por el arcáico sistema electoral estadunidense.
La democracia estadunidense descansa sobre un Colegio Electoral que no mide directamente las preferencias individuales, y que sobre pondera la representación de los estados más pobres del centro de los Estados Unidos, ignorando los votos directos de millones de electores de los estados más ricos e influyentes de las costas. En la democracia estadunidense quienes votan son los estados, y no los ciudadanos.
Y son ellos, los ciudadanos, quienes son cada vez más liberales, abiertos a la migración, culturalmente más abiertos al mundo, y solidarios. Pero los estados aún gobernados en sus mayorías por élites anglosajonas y protestantes, están aprovechando el enorme poder que les otorga el Colegio Electoral para, en los hechos, anular la democracia.
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