A lo largo de los años una ciudad es moldeada por varios factores: la tradición, la interacción entre sus habitantes, el azar, los fenómenos naturales, el mercado, la corrupción y la avaricia, o el talento de sus arquitectos. Las mejores ciudades, las más bonitas, son aquellas en donde predominan visiones armónicas de urbanistas por sobre el mercado. Acapulco, alguna vez ejemplo urbano, fue desordenado por el mercado, y la corrupción. Su reconstrucción deberá de ser regida prioritariamente por una visión urbana armónica, no por el mercado inmobiliario.
Cuando la emergencia en Acapulco haya sido superada- Cuando se haya restablecido la normalidad cotidiana mínima, y Acapulco y sus habitantes recuperen su normalidad, llegará el momento para que discutan la reconstrucción de su ciudad sobre una base distinta a la que fue arrasada por la furia inaudita de Otis.
Los desastres naturales son una de las fuerzas que cincelan a las ciudades. Las bellas ciudades holandesas se edificaron ante la continua amenaza de su destrucción por el mar del norte; la Ciudad de México se ha erigido, bella y resistente, en medio del hundimiento de su cuenca, y de la espada telúrica; los incendios cincelaron a Londres; los temblores a San Francisco.
Acapulco se encuentra sobre una de las bahías naturales más bellas del mundo. En los años 50 del siglo pasado rivalizaba con la Costa Azul francesa y otros destinos exclusivos; servía de locación de películas; grandes novelas (como “Se está haciendo tarde”, del acapulqueño José Agustín) la tomaban como escenario; era una joya turística.
Pero el crecimiento acelerado de su economía y población, junto con la corrupción de sus gobiernos, la voracidad inmobiliaria, una sociedad civil débil que no puso en su agenda la planeación urbana, resultaron en una deformación desagradable de la ciudad, la cual se convirtió en una metrópoli caótica e inviable, dividida en dos: una ciudad para el disfrute de los pudientes e influyentes, y la otra, masiva y fea, en donde viven los más necesitados.
La buena economía necesita de buen urbanismo. Las ciudades más ricas son ciudades bonitas que han sabido resolver los problemas fundamentales que retan a toda aglomeración: la movilidad, el espacio público, el balance entre transporte público y privado, y la prevalencia del peatón por sobre los vehículos. Las mejores ciudades deben ser atractivas para el talento y la inversión, pero privilegiando la convivencia, no únicamente entre las distintas clases sociales, sino entre el auto y el peatón, entre el trabajo y el disfrute, entre el mercado y la planeación.
El Acapulco que resurja de esta tragedia deberá de ser caminable; contar con un balance entre el transporte público y el privado; deberá de equilibrar las necesidades de los turistas, con la de sus habitantes permanentes; deberá de ser una ciudad disfrutable no nada más los fines de semana sino en los días hábiles; deberá de contar con un continuo de espacio público (y no nada más un parque) en donde puedan convivir todos; deberá de ser arbolado y vegetal; deberá de ser como una vez fue, una joya urbana envidiada por todos, antes de ser avasallada por el crecimiento demográfico y la corrupción inmobiliaria.
Para que ello ocurra es muy importante que el mercado inmobiliario funcione, pero dentro de un plan, dentro de una idea urbana que surja de un concepto forjado por el buen urbanismo y el consenso social. No debe ser el mercado quien imponga la solución de la reconstrucción, pues podría resultar en un resurgimiento fallido.
Primero deberá de ser el trazo urbano. Primero deberá de ser el orden de las densidades, de los usos de suelo, priorizar la convivencia y el balance entre la ciudad turística y la ciudad de los acapulqueños. Primero deberá de ser la maqueta, y luego el mercado.
Como el mercado no es alguien, es imposible sentarse con él y explicarle. Por eso, cuando se trata de un bien común, como es una ciudad, es el representante de la sociedad, el gobierno, quien debe de establecer las reglas sobre las cuales debe de funcionar el mercado.
Las ciudades, que son una aglomeración de propiedades privadas, acaban siendo un bien común. No me pertenece la Torre BBVA sobre la avenida Reforma en la Ciudad de México. No me pertenece Reforma, ni sus bellos camellones. Pero la Ciudad de México si es mía, me pertenece cuando la camino y la transito. Las ciudades son bienes públicos, es decir, de consumo no exclusivo, ni rival. Mi disfrute de Acapulco no excluye que alguien más lo disfrute. El mercado de bienes públicos debe de ser regulado por el gobierno, y no determinados por el mercado, como ocurre con los bienes privados.
Los inversionistas financiarán la reconstrucción de Acapulco, pero sobre el plan que los urbanistas, arquitectos y ciudadanos propongan. Las mejores ciudades son aquellas en donde un concepto urbano precede al financiamiento inmobiliario. La reconstrucción de Acapulco no se merece menos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario