Si usted hubiera invertido en comprar jugo de naranja en la bolsa de mercancías de Chicago el primer día de este año, en este momento llevaría ganado poco más de 95 por ciento, y habría ganado cerca de 270 por ciento desde enero de 2022. ¿Por qué una de las mercancías menos sofisticadas ha remontado de esa manera tan espectacular en 2022-2023? Ha superado al Nasdaq, o a Apple, a Bitcoin o a Amazon. La respuesta es compleja, y tiene que ver con lo que típicamente mueve a los mercados: la oferta y la demanda, pero en este caso hay un amargo ingrediente adicional: el cambio climático.
El cambio climático es como ciertos trastornos mentales de las personas: difícil de diagnosticar porque todo parece normal, pero por aquí y por allá hay señales, algunos indicios de que, en efecto, el mal se asoma en eventos inusuales, en episodios atípicos. Parece ser que detrás del increíble ascenso de los precios del jugo de naranja se encuentra el efecto sensible del calentamiento global.
El jugo de naranja no es la única mercancía alimenticia cuyo precio ha tenido un buen año, el del cacao ha saltado 78 por ciento; mientras que el del café ha remontado 10 por ciento. Contrario a la caída de 31 por ciento del trigo, o de 19 por ciento de la leche.
El jugo de naranja se vende al mayoreo, congelado, para optimizar su transporte. Sus dos grandes centros de comercialización, concentrando el 85 por ciento del mercado, son Sao Paulo, y en menor medida, Florida. Los principales productores son Brasil, los Estados Unidos, la Unión Europea, China y México. El líder, con mucho, es Brasil, el cual produce más de doble que el segundo lugar, China. México es el cuarto mayor productor de naranja del mundo, pero produce la cuarta parte que Brasil.
Las variaciones climáticas de los últimos años, junto con una bacteria específica, han menguado la producción en tres de los mayores productores: Brasil, México y los Estados Unidos, lo que ha creado una reducción sensible de la oferta global, agudizada por la mayor frecuencia y violencia de los huracanes en Florida.
Heladas tardías en Florida, calores extremos y sequías en México y Brasil, ciclones más frecuentes. El clima es claramente la variable más importante en la remontada del precio de la naranja y su jugo, lo cual ha sido benéfico para los vendedores, pero mala noticia para sus compradores, quienes además han enfrentado una carestía generalizada en el resto de los bienes y servicios.
Solamente en Florida, el referente para el mercado estadounidense, los rendimientos de las plantaciones de naranja cayeron a sus menores niveles en casi un siglo, desde los 1930s, debido a las variaciones climáticas, y meteorológicas ya comentadas, así como a la plaga conocida como “greening”. Hace veinte años, por ejemplo, los rendimientos eran hasta quince veces mayores que los esperados para la cosecha 2023-2024.
A diferencia de los granos, la naranja tiene una oferta muy inelástica: no se pueden plantar y cosechar árboles de un año para otro. Un árbol plantado hoy tarde cerca de seis años en dar sus primeras naranjas.
En Brasil, quien tiene la fortuna de estar aislado de huracanes y heladas, el calor inusual es el responsable de que la producción estimada para este año sea 1.5 por ciento menor a la del año pasado. Dado que Brasil aporta un tercio de la producción mundial, incluso esa reducción aparentemente pequeña representa un monto absoluto importante.
Por último, la producción mexicana ha sido especialmente afectada por la larga sequía que ha asolado a nuestro territorio los últimos años, así como por el aumento en la temperatura, que reduce el rendimiento de los naranjales.
Por supuesto que existe también un componente especulativo en este fenómeno. Como mencionamos, el mercado de jugo de naranja está altamente concentrado en Brasil, y en menor medida, en Florida. Por su naturaleza, los inventarios son pequeños, y la liquidez en el mercado es baja, así que este mercado es susceptible de que algunos pocos jugadores puedan moverlo en su provecho.
Historias similares podemos encontrar en otros alimentos: el cacao, el café, las aceitunas, el arroz, y más recientemente, el azúcar, cuyo precio se ha disparado debido a caídas significativas en el rendimiento de los cañaverales. Los precios del cacao, por su parte, llegaron a máximos de cuarentaicinco años debido a la sequía extrema en Costa de Marfil y Ghana, dos de los mayores productores mundiales.
La serie de huracanes, cada vez más violentos y dañinos, que ha diezmado la población de naranjales en Florida, reduciendo su producción esperada a la menor en un siglo, es una evidencia posible de que los efectos del cambio climático sean permanentes y con efectos de largo plazo sobre los precios de un conjunto importante de alimentos. Los naranjales perdidos por ciclones, plagas, sequía o heladas inusuales, demorarán años en reponerse, lo que implicará mayores precios para los consumidores en muchos mercados.
El cambio climático debe de ser reconocido ya como el factor de mayor riesgo para la inflación global en el largo plazo. Ciertamente, si mañana los mayores precios reducen su consumo y sustituimos en nuestro desayuno el jugo de naranja por agua, los precios de aquél caerán, y lo mismo pasará con el chocolate. Pero un fruto tras otro está siendo afectados por factores climáticos, y puede llegar al punto en que ni el mecanismo de precios pueda salvarnos de un futuro más caliente, y más caro.
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