sábado, 22 de octubre de 2011

La Tragedia Griega, La Solución Alemana, La Pena Francesa

Lo que pasa en Europa es difícil de entender: la piedra fundante de los mercados, el que las deudas se pagan, está siendo conculcada por todo mundo, con la excepción quijotesca de los franceses, y los mercados lo están celebrando como si fuera justo lo que el mundo necesitase.

¿Cómo explicar el rally fastuoso de los mercados de acciones de las últimas cuatro semanas en medio de las quitas de deuda que plagan a Europa?

Dos posibilidades se me ocurren:

a) la primera es que el mundo está al revés, y que el riesgo en el mercado de riesgo soberano es tan alto, que las acciones se han convertido en un activo menos riesgoso que los bonos. En los viejos tiempos, es decir, hace unos tres años, cuando el riesgo aumentaba entre los inversionistas, lo que hacían era vender acciones para refugiarse en la seguridad de los bonos soberanos.

Pero las cosas cambian, y las quitas del 21% a los bonos griegos de julio, que se transformarán el próximo miércoles en 50-60%; la pérdida de la AAA de los Estados Unidos; la degradación crediticia de España, Italia, Portugal, Irlanda y probablemente de Francia, ha cambiado dicha percepción: lo que era refugio seguro hoy es selva de riesgo; y las acciones, títulos de propiedad de corporaciones con sólidos balances, buena liquidez y hasta el momento, crecimiento de las ganancias, se perciben como un activo financiero menos susceptible de pérdidas que los bonos soberanos.


b) la segunda posibilidad es que los mercados se estén riendo de nuevo al último y mejor. Cierto, si bien los bancos van a aceptar tomar pérdidas del 21% y hasta 50-60% en sus posiciones de bonos griegos, a final de cuentas quienes tendrán que pagar serán los contribuyentes. Ya sea a través de el EFSF, a través del BCE o a través de las aportaciones que los Estados individuales tendrán que hacer a los fondos comunes, quienes van a acabar pagando las pérdidas de los bancos y el incremento en sus ratios de capitalización deberá de ser el público, los ciudadanos que cada vez trabajan menos, a través de sus impuestos.

Las posiciones hasta el momento parecen irreductibles entre alemanes y franceses, pero tendrán que converger. Por un lado Angela Merkel se resiste a rescatar a sus socios más pobres de la periferia europea, temerosa de que su pérdida de poder en casa continúe. Sarkozy, vocero de los grandes bancos franceses que tienen con mucho la mayor exposición a Grecia, Portugal, Italia y España, ha insistido en que ya no es tolerable aceptar más quitas al valor de los bonos.

Lo que me asombra es lo implantado que está el pensamiento deflacionista en el mundo. Han preferido aceptar quitas en el principal de los bonos antes que tolerar mayor inflación que permita licuar las deudas públicas, un camino muy distinto al seguido por los más listos de todos, los ingleses, en cuyo país la inflación es superior al 5%, y en donde nadie piensa por un momento que el Estado vaya a dejar de pagar la deuda.

Los alemanes entonces han decidido seguir la ruta deflacionista, y al aceptar la realidad que la recesión griega es mucho peor a lo esperada y que mayores quitas son necesarias si se quiere que Grecia progrese en los próximos años, deberán de imponer a los bancos franceses mayores castigos y por tanto una capitalización mayor, la cual se dará, como ya amenazó Emilio Botón de Santander, con una reducción en los activos, es decir, con menos crédito, es decir, con más estancamiento.

Los alemanes han ganado a los franceses. Les han impuesto su poderío económico, los han avasallado con su productividad industrial y el poder que les da su disciplina fiscal. Les han echado su AAA encima. Pero lo que funciona para Alemania no funcionará para Grecia, ni para España.

La apuesta deflacionista que Alemania acabará imponiendo restringirá el crédito, aumentará el costo del financiamiento, y recortará el financiamiento para todos, menos para un país: Alemania misma.  Pero el resto de Europa seguirá condenada al estancamiento secular, y al desempleo, hasta que no vean lo que están haciendo los ingleses del otro lado del Canal de la Mancha.

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