La victoria de los socialistas en Francia introduce un nuevo elemento en la dinámica económica europea, la cual si bien deseable, no servirá para resolver el problema de fondo del continente.
Por primera vez desde que esta espantosa crisis financiera estalló, primero en Estados Unidos en 2008, y luego en su capítulo europeo en 2010, la agenda económica ha comenzado de manera seria a introducir el tema gemelo del crecimiento económico y el empleo. No es descabellado aseverar que la elección presidencial francesa, ganada por el socialista François Hollande, logró que no únicamente en Francia, sino incluso en Bruselas y en Berlín, el tema de la reactivación económica y el empleo se colocaran en el centro de la discusión.
Teóricamente, el argumento de que la resolución de esta horrenda crisis financiera global debe trascender la lógica conservadora del equilibrio fiscal como el único medio de recuperar la economía europea proviene de los economistas neokeynesianos, especialmente de voces como la de Paul Krugman y Joseph Stiglitz quienes encontraron consonancias en la plataforma de los socialistas franceses.
Los conservadores europeos reaccionaron demasiado tarde, hasta que su causa estaba perdida. Cuando François Hollande gana la primera vuelta, los burócratas paneuropeos de Bruselas e incluso la tozuda conservadora Angela Merkel se vieron obligados a pronunciar la palabra prohibida desde 2008: crecimiento.
La victoria socialista francesa es también una victoria para los neokeynesianos, y para todos aquellos que proponen que no se puede salir de esta crisis únicamente apelando al vudú de que el equilibrio fiscal va a resolver de manera mágica los problemas de productividad y de distorsión de precios relativos de la periferia europea.
Pero hay un problema: quizá sea ya demasiado tarde para que el crecimiento pueda reproducirse dentro de la zona del Euro. Quien limita que el crecimiento se introduzca en la zona Euro no son siquiera los conservadores, sino que el deterioro fiscal de sus participantes es tal que cualquier intento de relajación de los ratios fiscales para obtener mayor crecimiento y empleo serán severamente castigados por los mercados, tal y como han sido castigada la terca heterodoxia del equilibrio fiscal.
El deterioro fiscal de Europa es tal que, equilibrio fiscal o crecimiento, serán castigados por el mercado. No hay salida fácil. Para Europa sólo hay dos amargas medicinas: o terminar con el Euro, o lograr una integración fiscal absoluta de sus miembros. La llegada de los socialistas le añaden al debate económico el ingrediente que faltaba: la consciencia de que sin crecimiento y empleo no hay salida de la crisis. Pero quizá sea demasiado tarde ya, y esta crisis lo único que ha logrado es pintarse de rosa.
Lo anterior sin embargo no es poca cosa: los franceses, resignados, han declarado este Domingo que si se van a tragar una píldora amarga, mejor que sea con un médico humano y no con el napoleónico Sarkozy.
Por primera vez desde que esta espantosa crisis financiera estalló, primero en Estados Unidos en 2008, y luego en su capítulo europeo en 2010, la agenda económica ha comenzado de manera seria a introducir el tema gemelo del crecimiento económico y el empleo. No es descabellado aseverar que la elección presidencial francesa, ganada por el socialista François Hollande, logró que no únicamente en Francia, sino incluso en Bruselas y en Berlín, el tema de la reactivación económica y el empleo se colocaran en el centro de la discusión.
Teóricamente, el argumento de que la resolución de esta horrenda crisis financiera global debe trascender la lógica conservadora del equilibrio fiscal como el único medio de recuperar la economía europea proviene de los economistas neokeynesianos, especialmente de voces como la de Paul Krugman y Joseph Stiglitz quienes encontraron consonancias en la plataforma de los socialistas franceses.
Los conservadores europeos reaccionaron demasiado tarde, hasta que su causa estaba perdida. Cuando François Hollande gana la primera vuelta, los burócratas paneuropeos de Bruselas e incluso la tozuda conservadora Angela Merkel se vieron obligados a pronunciar la palabra prohibida desde 2008: crecimiento.
La victoria socialista francesa es también una victoria para los neokeynesianos, y para todos aquellos que proponen que no se puede salir de esta crisis únicamente apelando al vudú de que el equilibrio fiscal va a resolver de manera mágica los problemas de productividad y de distorsión de precios relativos de la periferia europea.
Pero hay un problema: quizá sea ya demasiado tarde para que el crecimiento pueda reproducirse dentro de la zona del Euro. Quien limita que el crecimiento se introduzca en la zona Euro no son siquiera los conservadores, sino que el deterioro fiscal de sus participantes es tal que cualquier intento de relajación de los ratios fiscales para obtener mayor crecimiento y empleo serán severamente castigados por los mercados, tal y como han sido castigada la terca heterodoxia del equilibrio fiscal.
El deterioro fiscal de Europa es tal que, equilibrio fiscal o crecimiento, serán castigados por el mercado. No hay salida fácil. Para Europa sólo hay dos amargas medicinas: o terminar con el Euro, o lograr una integración fiscal absoluta de sus miembros. La llegada de los socialistas le añaden al debate económico el ingrediente que faltaba: la consciencia de que sin crecimiento y empleo no hay salida de la crisis. Pero quizá sea demasiado tarde ya, y esta crisis lo único que ha logrado es pintarse de rosa.
Lo anterior sin embargo no es poca cosa: los franceses, resignados, han declarado este Domingo que si se van a tragar una píldora amarga, mejor que sea con un médico humano y no con el napoleónico Sarkozy.
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