No es gratuito que los Estados
Unidos sean el hogar de Hollywood. Desde la Serie Mundial, el Super Bowl y
otros deportes, hasta la política nacional, el drama y la tensión hasta el
último minuto son la especialidad de nuestros vecinos.
Tras vencerse varios plazos
fatales para la reapertura del gobierno, y con la inminencia de que el Tesoro
de ese país no tuviera recursos suficientes para pagar su deuda pública (lo que
hubiera enviado al mundo a la época de las cavernas en materia financiera), los
líderes republicanos en el Senado y el Congreso tuvieron que morderse un dedo
(por decir lo menos) y dejar pasar a votación una iniciativa que permitía el
alza temporal del techo de endeudamiento y la reapertura del gobierno sin
obtener por parte de Obama y los demócratas ninguna de las concesiones
reclamadas por el ala derecha radical, la de los diputados del Tea Party.
Políticamente el resultado de la
querella es un triunfo de Obama y los demócratas y una derrota humillante para
el liderazgo del Partido Republicano. Sin embargo, en la lógica del discurso
radical, en dónde las derrotas se celebran como triunfos que cimentan a la
militancia, la extrema derecha de los republicanos, el Tea Party vio este
descalabro como una convalidación de su diagnóstico de un gobierno demasiado
grande y disfuncional.
Si estuviera en su primer
mandato, Obama usaría ésta resonante victoria para consolidar su estrategia de
reelección, pero estando ya en su segunda estancia la rentabilidad política de
la victoria en la batalla reciente contra los republicanos debería de usarse,
si se opera con cuidado e inteligencia, para culminar las grandes reformas
pendientes de su gestión, en particular la reforma migratoria, la cual proveería
a su partido, el demócrata, de un caudal electoral de muy largo plazo y pondría
a los alicaídos republicanos contra las cuerdas de manera secular.
Pero una vez que la política, al
menos por el momento, haya entrado en la pausa de la normalidad, los ojos de
los mercados regresan a la economía. En otras palabras, dejamos por un momento
la comedia y regresamos a la tragedia.
La amenaza de una moratoria
causada no por factores económicos y financieros, sino políticos, relevó por
unas semanas la atención de los mercados de los factores subyacentes que
tienden a determinar el precio de los activos, pero con la crisis resuelta,
hasta nuevo aviso, la mirada regresa y mira de nuevo el estado actual de la
economía global.
Déjenme tomar como pretexto un
indicador relevante para la economía que nos sirve como pretexto para hablar de
otros temas: la producción industrial. Aún hasta hoy, cuando los países más
desarrollados del mundo son generalmente economías de servicios más que
industriales se les llama a esos países “economías industrializadas”, reflejo
de la descripción precisa de hace un siglo que dividía a las economías entre
agrícolas e industrializadas.
En mi opinión el caracterizar a
las economías modernas más eficientes, como la estadounidense, la alemana, la
holandesa, las escandinavas, como de servicios, es equivocado. Se trata de
economías con una industrialización tan compleja que los servicios ligadas al
proceso de manufactura (por ejemplo, el diseño y elaboración de un iPad, o de
una imprenta 3-D) son tan intensivas en procesos no manuales sino
intelectuales, que esos “servicios” se encuentran de hecho ligados a un
esfuerzo manufacturero colosal.
No ocurre lo mismo con economías
menos eficientes como la francesa, la española, las de Japón o Italia, en donde
los servicios, asociados al turismo, la burocracia y otros sectores de baja
productividad magnifican el peso de los servicios sobre sus alicaídas
manufacturas.
Mi opinión, y se que aquí voy en
contra de casi todo el pensamiento de moda, es que la manufactura sigue
importando. Y no sólo eso, sino que la manufactura, en términos de la
productividad y la competitividad global, es casi lo único que importa. Si una
economía de servicios está ligada a la manufactura, como el caso de la poderosa
Alemania, entonces tendrá éxito en la arena global, pero si como España, su
sector servicios está ligada a la construcción y el turismo, entonces la
competividad será flaca y sujeta a los terribles ciclos de expansión y
contracción del crédito.
¿Qué ha pasado con la producción
industrial del mundo desde que alcanzó su cúspide en el 2007 justo antes de la
eclosión de la burbuja inmobiliaria? Los datos son muy interesantes.
La producción industrial del
mundo se encuentra hoy 10.4% por encima de donde estaba hace seis años, es
decir, ha tenido una tasa de crecimiento anual promedio flaca, de menos de
1.5%. Las disparidades sin embargo son grandes, pues la producción industrial
en China es hoy 101.7% superior al nivel que tenía en 2007, en la India es
26.4% superior y en Surcorea es 28.8% mayor, mientras que en Grecia éste
indicador es 31.1%, menor y en España es 28.2% menor, mostrando claramente
quienes han sido los ganadores y perdedores en estos años complicadísimos de
crisis global.
Veamos aparte a tres economías,
de las más competitivas del mundo desarrollados, los Estados Unidos (-0.6%),
Alemania (-0.3%), y Holanda (-0.8%). Esos tres países aún no recuperan el nivel
de actividad industrial registrado antes de la crisis de 2008-2009.
Lo curioso es que los mercados
accionarios, instigados por la política de dinero regalado de los bancos
centrales, se han anticipado y han roto ya los niveles récord del 2007 y se han
perfilado a nuevos máximos históricos. Es normal que los mercados accionarios
se anticipen, hacia arriba o hacia abajo a la actividad real, por lo que
debemos de estar muy pendientes de la evolución con indicadores como éste de la
producción industrial para saber si las bolsas de valores están contando una
historia verídica o si una vez más, están narrando una ficción insostenible.
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