La domesticación del maíz, el
jitomate y la calabacita; la invención de la tortilla, del barroco pozole, los
primeros tamales, son hitos de innovación tecnológica fundamentales para
nuestra sociedad, y una muestra de que la innovación era central en las
culturas precolombinas. La construcción de la asombrosa Tenochtitlan es un hito
tecnológico notable que muestra la centralidad de la tecnología en esa época
también.
Un bellísimo libro de Américo
Larralde: “El eclipse del Sueño de Sor Juana”, muestra cómo la monja jerónima
convirtió un eclipse de luna en uno de los mayores poemas del castellano, y al
hacerlo, Larralde ilustra la intensidad con la que en el virreinato se
discutían los temas científicos, cómo los conventos novohispanos eran también
el centro de la ciencia y la tecnología renacentistas trasplantados en América.
En el largo plazo, aquellas
sociedades que hacen de la tecnología el centro de su estrategia económica son
las mejores para proveer de bienestar y crecimiento a sus habitantes. Y
tecnología no es como la conocemos hoy: aplicaciones para smartphones y nuevos
artefactos. La domesticación del maíz fue para la humanidad un salto
tecnológico mucho más importante que la invención de la computadoras personal.
La destrucción de los centros del
saber novohispanos y el larguísimo período de consolidación del nuevo país
quizá hayan interrumpido la construcción y la acumulación del capital
intelectual tan notable que bullía en el país, y reconstruir las instituciones
que generen el saber tecnológico y sus aplicaciones ha sido lento e irregular
en sus resultados.
Los gobiernos que reconstruyen el
país tras la revolución, y fomentan la modernización industrial se echaron a
cuesta la creación de algunas instituciones que generarían ese saber y ese
acento tecnológico ausente durante muchísimos años en la sociedad mexicana. La
Universidad Nacional, el Politécnico, el Cinvestav, los Tecnológicos
regionales, y varias instituciones de menor calado, tendrían la encomienda de generar
polos de ciencia, tecnología e innovación.
En el largo plazo la estrategia ha
funcionado apenas a medias debido a un tema estrictamente económico: la
innovación va ligada intrínsecamente al mercado. Para bien y para mal, el
desarrollo tecnológico ha ligado su suerte a lo que el mercado necesita y
premia, incluso la ciencia básica debe de tener un ojo puesto en el mercado,
aunque es cierto que en el largo plazo, el mercado no ve cosas que la ciencia
básica mira. Si sólo importara el mercado, Einstein no habría descubierto la
relatividad, por decir lo menos.
Pero hay algo que falta, que nos
falta. La vocación por la tecnología debe de ser una manía generalizada, un
acento cultural, y no únicamente una estrategia limitada a claustros
académicos. No únicamente el Estado, no nada más las empresas, sino toda la
sociedad, nuestra cultura, debería de estar avocada a la adopción, la
generación, el financiamiento y la propagación de la tecnología.
El grupo étnico más importante de los
Estados Unidos, aún hoy, cuando la nación más poderosa del mundo se ha
convertido en un caldo multirracial, sigue siendo el de ascendencia alemana. En
algún momento los alemanes se convirtieron en los grandes ingenieros del mundo,
y la masiva migración de ese pueblo a América en el siglo XIX llevó la impronta
tecnológica a esa nueva nación, convirtiéndola en el polo tecnológico del
mundo.
La capacidad de generar, adoptar y
consumir no es un atributo racial por supuesto, sino cultural. Cualquier
sociedad puede convertir la tecnología en el centro de su hacer económico
generando una cultura propicia, basta ver la suerte de Corea del Sur en los
últimos cuarenta años, suficiente con ver a Estonia, o aquí en nuestro
hemisferio, el ejemplo de Chile. Para una cultura que domesticó mas cultivos
que ninguna otra, cuyas innovaciones tecnológicas en el nivel alimentario
tienen pocos rivales en la historia humana, que los mexicanos hagamos de la
tecnología uno de los centros de nuestra cultura, debería de ser algo tan
sencillo como hacer tortillas.
La Ciudad de México, Querétaro,
Monclova, Guadalajara, y por supuesto Monterrey, son algunos ejemplos de ciudades
en donde la tecnología y la persecución de innovaciones son centrales en el día
a día. En estas ciudades sus habitantes y sus empresas están en la búsqueda
constante de la frontera tecnológica, ya sea adaptándola, o generándola, pero
inmersas en ella. La tecnología es parte de la cultura diaria. Pero incluso en
esos polos, es necesario que el acento sea mayor, y en aquellos lares en donde la
tecnología es vista incluso con reticencia y resistencia, la cultura debe de
cambiar. Aquellos países que generan tecnologías reciben de quienes la adoptan
una renta tan importante, que los beneficios para el resto de la sociedad que
siempre saldrán a la vanguardia, en el largo plazo.
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