El establishment necesita romper con el
establishment para poder reinventarse. Tal es la lección del primer turno de la
elección francesa, en donde el independiente Emmanuel Macron superó incluso a
la favorita Marine Le Pen, del ultra derechista Frente Nacional. Los dos
partidos que habían dominado la política francesa de la quinta república, los
conservadores y los socialistas, quedaron fuera de la segunda vuelta,
ilustrando el descrédito que el modelo que ambos cincelaron sufre entre la
población.
Pero la elección francesa es por demás
interesante. Emmanuel Macron es quizá más más pro-euro y más pro-mercado que
cualquiera de los candidatos del establishment: ya sea conservador o
socialista. Los franceses parecen haber dicho: “la Europa unida y la moneda
común son una buena idea, pero quienes la implementan han sido un desastre”. O
bien quisieron decir: “Europa unida y el euro son un desastre, pero votar por
el populismo de ultraderecha o de ultraizquierda sería mucho peor”.
Si Macron y los mercados leen el resultado
de la elección francesa del domingo como un voto de confianza al euro, estarán
equivocados. Los franceses han votado resignados por Macron y lo que representa
con tal de no enfrentar una opción infernal: o la destrucción de Europa por la
ultraderecha o por la ultraizquierda. Se han aferrado a la idea de Europa
resignados, no convencidos. Su voto ha sido cartesiano y responsable. Pero no
entusiasta.
Los franceses se han dado cuenta, como lo
han hecho de manera intermitente desde el año 800 con Carlomagno, que son el
corazón de Europa, y resignados, han aceptado el peso de dicha responsabilidad.
Han aceptado el largo camino de la lenta transformación de un continente
económicamente anquilosado preservando ineficientes instituciones comunitarias,
antes que apostar peligrosamente (como lo hicieron los británicos) por el
desmembramiento del proyecto común y el de buscar cada quien su ruta, lo cual
se ha demostrado históricamente que sólo conduce a la guerra.
Los mercados y los analistas están seguros
que en el segundo turno, dentro de quince días, Emmanuel Macron se impondrá a
Marine Le Pen. Quizá sea ese el escenario más probable hoy, pero hay que estar
muy atentos: el terrorismo podría golpear de nuevo y cambiar el escenario, el
atavismo de los comunistas de Melenchon (que obtuvo 19.6% del voto), que lo ha
llevado a no dar consigna, podrían reducir el margen de victoria de Macron;
Trump podría meter las narices, o Putin las suyas. Muchas cosas pueden pasar
pero por el momento un escenario en donde Macron gana la presidencia es el más
plausible.
Pero los próximos quince días deberemos
preguntarnos: ¿Cómo gobernará Francia un presidente sin diputados? Las
elecciones para la asamblea nacional serán en junio, y la plataforma de Macron,
En Marche!, quizá no gane mas que una bancada pequeña y tenga que sentarse a
negociar con los Republicanos y en mucha menor medida con los socialistas.
Y es allí en donde la salida planteada por
Macron representa una contradicción.
Su plataforma es más pro-Europa que la de
los dos partidos del establishment, pero tuvo que romper con ellos para poder
ganar. Rompió con ellos, pero no a ellos. Los dos partidos seguirán dominando
el congreso francés y condicionarán la política de Macron produciendo quizás un
impasse. No muy distinto al impasse que, en otras circunstancias, ha enfrentado
Donald Trump en Estados Unidos, cuya agenda extremista se ha visto limitada por
los intereses creados dentro de su propio partido.
Pero como le es propio al carácter de
Francia, lo que ocurre allí suele ser más grande que si misma. Con resignación,
pero los franceses han aceptado el reto de definir una opción: o globalización
o aislamiento á la Trump, o aldeanismo á la Brexit o multilateralismo. O Europa
o balcanización del mundo. Varias veces en la historia los franceses han tenido
que decidir en nombre de la civilización, y en la mayoría han estado a la
altura. Veremos qué ocurre esta vez.
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