Como hijo de maestros de escuela pública,
y como un necio aspirante a serlo, para mí la escuela no es una institución
lejana. Es como mi casa. Pero creo que la extensa transformación en la
producción y divulgación del conocimiento provocada por internet y las redes
sociales han superado de manera radical a la escuela tradicional. Ya no es en
la escuela en donde aprendemos. Ya no es poco frecuente que los alumnos sepan
más que los maestros. Las redes sociales se mueven mucho más rápido que la
escuela. La escuela debe de transformarse, radicalmente, o será su fin.
La escuela hasta hoy funciona bajo un
modelo sencillo de producción del conocimiento: un maestro que lo posee, y los
alumnos que lo reciben. Hasta antes de la irrupción de internet la forma más
eficiente para la producción social del conocimiento era la de una taller o una
fábrica: un lugar físico en donde el trabajador (el maestro), laboraba sobre sus
insumos (alumnos y clases), para producir un bien (el conocimiento). Internet y
las redes sociales han cambiado dicho modelo radicalmente, y para un segmento
creciente de alumnos, dicho sistema ya no funciona.
La irrupción del libro cambió radicalmente
el modelo de escuela original, pues algunos alumnos pudieron generar
conocimiento sin la intervención directa del maestro. Pero el acceso al libro
fue siempre limitada, y la escritura siempre precisa de la didáctica para poder
comprenderse y transformarse en conocimiento, así que el libro acabó siendo
incorporado en el sistema tradicional de la escuela como un insumo más.
Pero internet y las redes sociales han
cambiado el modelo de manera radical. Déjenme dar un ejemplo. Uno de los
economistas más importantes en las
teorías de finanzas es Robert Schiller. Su comprensión y modelos de los
mercados financieros han contribuido a que entendamos el enorme poder de dichos
mercados, su capacidad de generar riqueza, pero también los enormes riesgos que
implica, y también cómo manejarlos y monitorearlos.
Cuando yo estudié en la UNAM y en el
Colegio de México, leer a Schiller, entonces desconocido, era casi imposible.
Tomar una clase con él era un sueño reservado a los pocos becarios mexicanos que
aterrizaban en sus cursos. Hoy, si usted entra a www.youtube.com y teclea “Robert Schiller
Yale Courses”, le aparecen decenas de videos de Robert Schiller en distintos
años escolares, y diversos niveles: desde licenciatura (que casi cualquiera
podría entender), hasta doctorado (que requiere una elevada calificación). Es
decir, ser alumno de un curso de Schiller ya no requiere la presencia física:
ya no es necesario ir a la escuela en Yale para recibir su conocimiento. Podemos
aprender de él mientras vamos en el metro conectados a youtube en el
Smartphone.
En términos económicos internet ha
convertido a las clases de Yale de Robert Schiller de un bien no comerciable
(que se consume en donde se produce); en un bien comerciable (se consume en
cualquier parte). Las implicaciones de esta transformación son enormes: las
clases de Schiller han pasado de tener unos cuarenta consumidores en un lugar y
tiempo determinado, a potencialmente millones en cualquier lugar y hora en
donde haya internet. Sus clases son ya una commodity.
Usted puede encontrar en internet cursos y
pláticas sobre finanzas en youtube de parte de inversionistas legendarios como
William Ackman o incluso Warren Buffet. Aprender de los mejores teóricos y
especialistas en finanzas del mundo es ya algo que no requiere mayor
especialización. Usted no tendría por qué gastar dinero para aprender finanzas:
Ackman y Buffet le pueden enseñar mientras usted está en su casa. No tiene por
qué ir a la escuela.
Así como en finanzas, en todas las
disciplinas el saber respectivo está disponible en internet. Tengo decenas de
amigos que han aprendido a tocar guitarra o acordeón en internet, y lo hacen
como profesionales, sin haber pasado por la escuela.
De no ser porque el mercado laboral exige
una certificación de las cualidades emitidas por una escuela con el fin de
elevar las probabilidades de contratación, la escuela habría ya desaparecido.
Pero es triste que la institución sobre la cual se sustenta la civilización
acabe en un triste papel de rentista: viviendo de una patente de corso, del
monopolio de la certificación de cualidades.
La escuela debe de transformarse, o
morirá, como han muerto decenas de instituciones enterradas por las nuevas
tecnologías (vean los periódicos). La verdad es que no es sencillo (los
profesores deben de recuperarse de la enorme brecha entre ellos y sus alumnos),
pero tampoco es difícil: la escuela debe de ayudar a que los alumnos
seleccionen lo que aprenderán, deberán de dirigirlos y potenciarlos. El futuro
de la escuela es difícil de visualizar hoy: pero perdurará.
1 comentario:
Edgar coincido en lo general con tu reflexión sobre el futuro de la escuela o de la educación. Son, como mi profesión --el periodismo--, claros ejemplos de los embates que la tecnología tiene en esos conceptos.
Pero creo que más que aniquilarlos, la tecnología ofrece nuevas oportunidades para ampliarlos.
Más que una desaparición del concepto escuela, deberemos pasar a concebir el proceso de aprendizaje de otra manera. Maestros y alumnos siempre existirán, pero no deben estar ya delimitados por el espacio físico que antes llamábamos escuela.
Como tú, no tengo claro en que forma derivará la indispensable interacción maestro-alumno pero sólo hay que estar atentos a ajustarnos a ella para aprovechar lo mucho que hoy ofrece la tecnología para la expansión del conocimiento.
Claro los riesgos para los maestros, como los de los periodistas con la ahora aparición de robots que escriben historias, son altos, pero veo aún lejos la desaparición del maestro aun cuando uno de finanzas pueda sentirse amenazado por la presencia en el hiperespacio de los cursos de premios nobel.
El mayor riesgo para mi de la desaparición del espacio físico llamado escuela es la falta de interacción entre los alumnos, y en eso sí veo una despersonalización de la enseñanza que romántica y nostálgicamente me preocupa, pero que tampoco puedo pensar que no existirán otras formas digitales de interacción que permitan continuar con el contacto y desarrollo del concepto de seres humanos.
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