Vamos a conceder sin reserva el argumento,
muy de moda, que afirma que vivimos en una sociedad del conocimiento y que por ende,
en la economía resultante de dicha economía, el activo más importante es el
capital humano. Si ese es el caso, prosigue el argumento, entonces la educación
es la estrategia más importante para el desarrollo económico. Si el anterior
silogismo es correcto se sigue entonces lo siguiente: la mejor forma de
distribuir el ingreso es a través de la educación pública.
La conclusión anterior no debería de ser
ninguna novedad. De hecho es una antigua historia: fue la forma en que el
Estado mexicano transformó un país rural en un país urbano, y convirtió a un
país mayoritariamente pobre en un país casi de clase media. La educación
pública mexicana ayudó a que millones de mexicanos pobres accedieran, en el
curso de una generación, a un hábitat urbano y de consumo globalizado.
Pero cuando el Estado mexicano entra en
una crisis fiscal en 1982, abundaron los alegatos en contra de la utilidad e
incluso, sobre la oportunidad de la educación pública gratuita (y laica). Dicho
alegato no únicamente vino de aquellas partes de la élite de este país ligadas
secularmente al clero y al conservadurismo, sino que incluso dentro de los
grupos liberales tradicionales se cuestionó la utilidad de la educación pública
y sus instituciones.
El mejor alegato moderno a favor de la
educación pública debe de venir hoy desde el argumento que sostiene que el
capital más valioso en la economía moderna es el conocimiento. El conocimiento
es producido por la educación. Y si quienes tienen conocimiento tendrán la
riqueza, entonces la mejor forma de distribuir la riqueza es distribuyendo la
educación: es decir, a través de la educación pública gratuita (y laica).
Llevando la educación sin costo a un mayor
número de personas la distribución del conocimiento, y por ende de la riqueza,
se generaliza y mejoramos entonces la forma en que los activos y los ingresos
de una sociedad se distribuyen.
Si el conocimiento es riqueza, y la mejor
forma de distribuir la riqueza es distribuir el conocimiento, la educación
pública gratuita (y laica), tiene una importancia central como herramienta en
el esfuerzo por aminorar la acendrada desigualdad de las activos y los flujos
en nuestras sociedades modernas.
El conjunto de conocimientos que deciden
la inclusión en la economía moderna (coding, robótica, finanzas, aeronáutica, inteligencia
artificial, etc) deberían de ser distribuidas gratuitamente a través de las
instituciones del sistema de educación pública con el fin de distribuir mejor
la riqueza que representa el saber.
Que el saber que define la inclusión en la
economía moderna sea distribuido en universidades privadas, si bien cumple con
el requerimiento de proveer el incentivo económico para su generación (la
ganancia) tiene el efecto indeseado socialmente de potenciar la concentración
de riqueza (conocimiento) aún más y con ellos empeora la ya ineficiente
desigualdad distributiva. La educación privada debe de existir por supuesto
pues es un potente generador de nuevo conocimiento e innovación, y en esas
áreas en particular, en lo respectivo a innovación y nuevo conocimiento puede
incluso recibir fondos públicos pues genera activos útiles a la comunidad.
Pero la educación pública tiene una
ventaja incomparable: es la mejor forma de distribuir la riqueza, pues
distribuye el conocimiento en esta “economía del conocimiento” de hoy.
De lo anterior se desprende un postulado,
un lema; el acto más generoso que un individuo exitoso en esta economía de
conocimiento puede hacer, es dar clases en la universidad pública. Un individuo
que ha triunfado en esta economía ha acumulado un capital considerable bajo la
forma de un conocimiento único. Lo más generoso que puede hacer es compartirlo,
y si lo comparte en una universidad pública, su generosidad se compone
exponencialmente.
El conocimiento es un bien de capital
extraordinario. A diferencia de una maquina o un edificio, su uso no es
exclusivo: un individuo puede compartir su conocimiento con decenas de jóvenes,
no únicamente en el aula, sino que internet nos posibilita hacerlo ahora en
cualquier parte del mundo. A diferencia de un aparato, el conocimiento no se
desgasta con su uso, sino que al contrario, como dicen los alemanes (que algo
saben de máquinas), “el que enseña, aprende”, es decir, al usarlo, crece. El
transferir el conocimiento es además una forma de inmortalidad, se puede
trascender la vida individual al educar a otros.
Cuando conozco a alguien que ha tenido
éxito en su ámbito y que tiene un conocimiento rico, siempre trato de
convencerlo que de clases, de preferencia en una universidad pública: es como
regalarse a si mismo, ese es el acto más generoso que puede haber, en mi
opinión.
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