¿Qué pasaría si al fin del actual ciclo de negociación no hay un nuevo TLCAN firmado? Las implicaciones pueden ser muy serias: el peso podría sufrir una aguda depreciación; la inversión extranjera directa se detendría en el corto plazo; y las empresas que por más de dos décadas han jugado con las reglas claras del TLCAN actual sufrirían un trastorno de sus costumbres cotidianas y por lo tanto la economía mexicana podría sentir un bache. Pero en el mediano y largo plazo la integración de las economías de Norteamérica es irreversible.
Las materias primas de Canadá; el capital y la tecnología de los Estados Unidos; el trabajo y la geografía estratégica de México constituyen una combinación que no tiene paralelo entre los bloques económicos mundiales. Ni Europa, ni el Este de Asia tienen esa combinación de recursos para poder enfrentar a sus rivales económicos en el mundo. Norteamérica es una combinación única de factores que han sabido combinarse las últimas dos décadas para presentar un frente económico difícil de vencer.
Por supuesto, dicho bloque económico es asimétrico: la economía estadounidense juega un rol desproporcionadamente importante en la ecuación. No sería aventurado decir incluso que, en términos económicos, sus vecinos son jugadores complementarios y son compañeros estratégicos en la marcha del coloso americano por la economía global. Pero solo la ceguera de Trump y sus acólitos lo podrían negar: sin Canadá y México, la economía de Estados Unidos no sería lo que es, y sectores enteros habrían sido ya avasallados por la competencia alemana, china o japonesa, y el nivel de vida de sus ciudadanos sería distinto sin el Nafta.
Existe una discusión muy interesante pero que pierde de vista lo fundamental, y que gira alrededor de la siguiente pregunta: ¿Cuál de los tres países del TLCAN es el que más ha ganado en las más de dos décadas de vigencia del Tratado? Lo difícil de una respuesta a esa cuestión es que dependemos del contrafactual: ¿Quién hubiera perdido más si el TLCAN no se hubiera firmado nunca?
Creo que la respuesta para las dos preguntas del párrafo anterior es la misma: los Estados Unidos.
Debido a las tallas respectivas, el TLCAN parece ser un tema marginal en la economía vecina y un factor de vida o muerte para Canadá y México. Pero en términos absolutos el impacto del Tratado es seguramente mucho mayor en el país del dólar que el impacto sumado de sus vecinos. El TLCAN no es una estrategia diseñada por y para México y Canadá. El TLCAN es más necesario y por lo tanto es cincelado y determinado por las compañías, la burocracia y los intereses de nuestro vecino del norte.
Si los Estados Unidos no quisieran el TLCAN, ningún estadista canadiense o mexicano, por muy visionario y persuasivo que fuera, habría sido capaz de imponerles el Tratado. El TLCAN es su necesidad y su diseño, y por lo tanto sus beneficios e insuficiencias les corresponden en la prelación continental.
Creo que la consciencia de lo anterior es absolutamente necesaria para definir la estrategia mexicana. Los países, incluso los Estados Unidos, se equivocan en sus decisiones, pero el modelo de sociedad y de Estado de nuestros vecinos ha demostrado históricamente que tales equivocaciones duran poco y suelen regresar a la senda liberal y globalista que les es innata. Si en este momento las circunstancias hicieron que un aldeano conservador diseñe la diplomacia política y económica de los Estados Unidos, es probable que en poco tiempo la tendencia globalizadora regrese a los asuntos del Estado en nuestros vecinos.
La convicción anterior no se debe, como en Tocqueville, a la creencia de una ideología superior de los estadounidenses. Sus valores democráticos y liberales han predominado porque proveen el marco adecuado para su geopolítica y su geoeconomía: implantados a mitad de los dos grandes océanos del mundo, y herederos del impulso europeo a la innovación y la competencia, el marco liberal es la herramienta necesaria para la expansión constante de la economía vecina.
No pueden escapar a su suerte. El liberalismo y la globalización son genéticos para los estadounidense, y el TLCAN es un engrane de esa gran maquinaria. Dicha maquinaria parece estar atascándose. Pero volverá a arrancar. Incluso si las actuales negociaciones fallan y no hay TLCAN, dicho fracaso será pasajero. No se le pueden poner puertas al campo: el TLCAN no es una idea mexicana ni canadiense, sino una necesidad estadounidense. Y regresará.
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