Turquía es un territorio que ha estado dividido siempre entre oriente y occidente. Entre la civilización cristiana y la musulmana. Entre Europa y Asia. Su territorio, más asiático que europeo, ha pesado más en su identidad que las capas seculares de su sociedad, y la historia de los últimos años, dominado por el autoritario Recep Erdogan está a punto de desembocar en una crisis financiera severa, capaz de descoyuntar los mercados emergentes, incluyendo al peso mexicano.
Erdogan ha concentrado tanto poder los últimos años que piensa hoy que ese poder le es suficiente para ponerle puertas al campo. Piensa que con su voluntad, amenazando, puede detener las fuerzas financieras y económicas que están detrás del desplome de la lira turca. Erdogan piensa que la lira y la economía turcas son víctimas de un ejército de especuladores internacionales. No es el caso: millones de inversionistas, la mayoría turcos, están desprendiéndose de activos de ese país para no pagar los costos de lo que viene.
Erdogan ha colocado a su yerno como el responsable de la Hacienda turca, y tiene políticamente amenazado al banco central para que no suba las tasas de interés. Su objetivo es continuar disparando el gasto público, a expensa de un aumento del déficit, y evitar que suban las tasas de interés. Eso no puede ocurrir, ambos objetivos son mutuamente excluyentes. O subes los déficit o bajas la tasa de interés. Sólo un país, los Estados Unidos (y por una razón peculiar), puede alcanzar sendos objetivos simultáneamente.
Y es justo de ese país, los Estados Unidos, de donde proviene la puntilla a la divisa y economía turcas, que cuando los mercados abran este lunes en la mañana, quizá vean un huracán sacudiéndolos. Dos líderes autoritarios y egocentristas: Trump y Erdogan, se han enfrentado en una batalla de egos y necedades. Nadie parece haberle dicho a Erdogan que lleva las de perder por supuesto, y el tweet de Trump la semana pasada anunciando aranceles al aluminio y al acero turcos fue la puntilla que acabó hundiendo a la lira.
Al hundirse la lira todos aquellos que tengan activos en esa moneda ven sus balances deteriorarse. Turquía parecería ser un país y una economía demasiado lejana como para afectar a la economía mexicana, más allá de lo intrincado que son los mercados financieros. Pero hay una conexión directa que vale la pena vigilar: el mayor banco de México es propiedad del español BBVA, quien posee también uno de los principales bancos de Turquía, el Garanti.
Si la economía turca se colapsa y su sistema bancario es sepultado por oleadas de moratorias de empresas que tienen deudas en moneda extranjera, ¿BBVA podría sufrir un quebranto cuya seriedad afecte la operación de Bancomer? No lo sabemos, pero la cotización del peso mexicano en los últimos días de la semana pasada algo reflejó de esa preocupación en los mercados.
En su tweet anunciando los aranceles contra Turquía (¡sobre la base de seguridad nacional!), Trump se vanagloriaba que la lira se estaba haciendo pedazos “contra nuestro poderoso dólar”. La ignorancia y megalomanía de Trump son conocidas, pero no dejan de sorprender. Turquía es un nodo estratégico para la seguridad de Europa y el oriente medio, y un desplome de la economía de ese país no sería de presumir. Sería de temer.
Si la lira y la economía acaban por desplomarse y se suscita una crisis política que acabe con el régimen de Erdogan, el país podría acabar siendo terreno fértil para el extremismo islámico o acabar del lado de China y/o Rusia, lo que significaría una pérdida notable para el balance geopolítico de los Estados Unidos.
No podemos pedirle al miope de Trump que mire las implicaciones de su necia postura frente a Turquía. Pero el primer responsable de lo que allí ocurre no es el presidente estadounidense, sino el turco. Erdogan cree ser el soberano del Sacro Imperio, un nuevo Constantino. Hay algo que ni los emperadores más grandiosos pueden dominar: las fuerzas de los mercados financieros, que están haciéndole pagar a Erdogan el costo de sus necios errores y su ceguera económica.
Erdogan debería de leer la lección de México 1994: altos déficits, bajas tasas de interés, una moneda artificialmente fuerte, el autoritarismo político y la necedad de los dirigentes son un muy mal coctel que lleva a devaluaciones desordenadas, y a crisis económicas mayores.
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