La economía tiene un problema: no hace magia. Un dólar sólo tiene cien centavos y no más. En algunos casos se podrá usar el crédito para dar la impresión de que hay más de esos cien, pero tarde que temprano esos centavos adicionales se tienen que pagar de alguna forma. A los políticos no les gusta escuchar esa divisa de hierro de la economía, y los mercados de acciones tienden a entusiasmarse cuando la deuda se inyecta y el desempeño mejora, como en los atletas. Pero el mercado de bonos difícilmente cae en la trampa.
Los Estados Unidos publicaron hace una semana las proyecciones de déficit fiscal para el cierre de este año y los siguientes, y los números son impactantes. El déficit es proyectado por encima del billón de dólares (millón de millones), representando algo más que el cinco por ciento del PIB estadounidense, acercándose en montos absolutos al 1.5 billones que presenciamos en 2009-2013 cuando la gran recesión destruyó los ingresos tributarios y el gasto emergente disparó los déficits.
Pero hay un problema muy serio. El déficit está rompiendo la barrera del billón de dólares en medio de una muy fuerte expansión económica, período que típicamente está asociado con lo contrario: con superávit fiscales. Cuando la economía funciona bien hay empleo y consumo y los impuestos suben al trepar la actividad económica. Pero los déficit de Trump se están disparando en medio de una muy sólida expansión, justo por ejemplo cuando el PIB anualizado creció en 4% en el trimestre anterior.
La dinámica del déficit es alarmante: al cierre del año fiscal 2017 el faltante fue de 666 mil millones de dólares, o 3.5% del PIB, y tan sólo doce meses más tarde la barrera del billón se ha roto, y como porcentaje del PIB ya va por encima del 5%.
Las únicas dos ocasiones en que el déficit fue superior al 5% en el Estados Unidos de la postguerra fue cuando la economía venía saliendode las recesiones de 1983 y de 2009, cuando el gobierno aumentó el gasto para que la economía se recuperara. Trump está recortando impuestos y subiendo el gasto mientras la economía está pujante: es como darle esteroides a Usain Bolt cuando está corriendo los 100 metros planos por debajo de los 9.7 segundos. No era necesario.
Peor aún. Esta dinámica significa que nuestros vecinos están quemando un cartucho valiosísimo. ¿Qué pasará cuando la siguiente recesión llegue y los déficits estén ya en niveles muy elevados? ¿Cómo vamos a endeudar más una economía ya de por si endeudada? Todos los médicos deportivos saben qué pasa cuando un cuerpo que depende de los esteroides para funcionar deja de recibirlos: se desinfla. Tendremos muy mala suerte si la próxima recesión nos encuentra con las manos atadas de nuestros vecinos, incapaces de usar la deuda para bombear una economía estancada.
Esta expansión económica estadounidense, iniciada en 2009, es ya la segunda más prolongada de la postguerra. La mera estadística implica que una recesión, cuya oportunidad e intensidad son inescrutables, deberá llegar tarde que temprano. Cuando eso ocurra el desempleo subirá y los consumidores gastarán menos, lo que implicará menor pago de impuestos y por tanto mayores déficit, pues el gasto en esas circunstancias no podrá ser recortado so pena de agravar la recesión. Es decir, la ruta del déficit fiscal estadounidense es ascendente bajo el escenario base de los próximos dos años.
¿Y por qué ese despropósito de Trump es importante para nosotros? Sencillo: si Trump endeuda a los Estados Unidos éstos tendrán que pagar mayores intereses por su financiamiento, y si las tasas allá suben el peso mexicano sufrirá y el Banco de México casi seguramente deberá de empatar su estrategia de tasas a las ascendentes de nuestro vecino. El costo del dinero en México ha subido bastante en los últimos dos años, y bajo este escenario no sería previsible que dejara de encarecerse, con las consecuencias correspondientes en la inversión y el consumo locales.
México casi seguramente deberá de empatar su estrategia de tasas a las ascendentes de nuestro vecino. El costo del dinero en México ha subido bastante en los últimos dos años, y bajo este escenario no sería previsible que dejara de encarecerse, con las consecuencias correspondientes en la inversión y el consumo locales.
Donald Trump está acometiendo una política fiscal gigantescamente irresponsable. Y no hay forma de evitarlo: se tendrá que pagar tarde que temprano. Pero ojalá que la pagara él. Llegado el momento tendremos que pagarla todos. Así es este negocio.
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