México es una economía de baja productividad. Muy baja. Y este quizá sea el factor más importante detrás de la dificultad que nuestra economía ha tenido para crecer por encima del 2-2.5 por ciento en las últimas décadas. Tanto el sector público como el sector privado deben de contribuir a que en los próximos años el trabajo de los mexicanos produzca más en menos horas, para que así nuestra competitividad deje de depender de salarios bajos.
Dentro de los países que conforman la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), México es el último en el indicador de productividad. Medido por el PIB producido por hora trabajada, la lista de los países con mayor productividad la encabezan Irlanda, Luxemburgo, Noruega, Bélgica y los Estados Unidos. España, Japón y Canadá por ejemplo se ubican en el promedio de la OCDE, y Corea y Chile superan con creces la productividad mexicana.
Una lección ha quedado muy clara para los economistas en años recientes: trabajar más horas no nos hace más productivos. México es el país con la productividad más baja de la OCDE, pero es el país que trabaja más en todo el mundo, con una semana laboral promedio de 41.2 horas, muy por encima de la semana laboral promedio de Luxemburgo, por ejemplo, la economías de más alta productividad del mundo.
Los alemanes por ejemplo, trabajan en promedio 26.3 horas por semana, la jornada laboral semanal más corta de la OECD, y se encuentran en el octavo lugar en el listado de países más productivos. Los daneses tienen una semana laboral promedio de 27.2 horas y son la sexta economía más productiva de la lista.
Trabajar mucho no necesariamente es trabajar bien. Si eso fuera México sería una economía muy rica. La verdad es que la economía mexicana hace un uso muy poco eficiente de las horas trabajadas: tiene que trabajar mucho más para producir lo que el resto de las economías producen en mucho menos horas. Entramos temprano a nuestros trabajos, salimos tarde y producimos lo mismo o menos que economías con jornadas laborales significativamente más cortas.
Hasta hace unas décadas la explicación socorrida para explicar estas diferencias era el nivel de tecnología. Los países más productivos usaban equipo y procesos muchos más complejos, sofisticados y caros que los nuestra, más artesanales y simples. Pero al abrirse la economía (y México es de las economías más abiertas del mundo), eso dejó de ser un pretexto: México tiene acceso y está equipado con los equipos y las tecnologías más eficientes del mundo, no únicamente en la franja maquiladora, sino en zonas industriales de primer nivel como Querétaro, Chihuahua, San Luis Potosí y el Valle de México.
La productividad laboral en México es muy baja, somos una economía que trabaja muchas horas en sectores que producen poco (piensen en los franeleros, en el ambulantaje, en los vagoneros del metro), y cuyos bienes y servicios en promedio tiene poca competitividad en los mercados globales.
Las cifras locales muestran esta dificultad de nuestra economía para elevar la productividad promedio: del año 2008 al año 2018, la productividad laboral general de la economía creció un acumulado de 2.5 por ciento. En once años. Un crecimiento verdaderamente lento, y que incluso muestra una reducción en los últimos dos años.
A nivel de los distintos sectores es posible descubrir patrones que ayudan a diagnosticar el malestar de la productividad: en el sector construcción por ejemplo, la productividad ha también aumentado un poco más que los 2.5 puntos porcentuales de la productividad general. Nada espectacular digamos, a pesar del buen dinamismo que en algunos períodos ha tenido la construcción en la última década.
Algo que vale la pena destacar de este sector en la última década es como después de haber alcanzado un pico en 2010, los costos laborales unitarios por hora trabajada, han tenido un descenso casi constante, de alrededor de 12-13 por ciento. Si la productividad ha aumentado lentamente, pero los costos laborales se han reducido, la consecuencia es un aumento importante en los márgenes de beneficio del sector.
La industria manufacturera es ligeramente distinta: de 2008 a 2018 la productividad promedio se ha incrementado en cerca de nueve por ciento, casi cuatro veces más fuerte que en el sector construcción, mientras que los costos unitarios, que también han disminuido, lo han hecho a un ritmo más lento que en la construcción, con lo que en este sector las ganancias de productividad han sido repartidas de manera más equilibrada que en el sector construcción, en donde los costos laborales se han hundido de manera constante.
En el comercio al por mayor sin embargo, ocurre un caso casi inverso al que hemos visto en el sector de construcción. En ese caso la productividad ha caído de manera significativa y sostenida en la última década, con un acumulado de casi once por ciento, siendo uno de los sectores que más han afectado el nivel y el crecimiento de la productividad mexicana, mientras que en el mismo sector, los costos laborales unitarios se han disparado por encima del 25 por ciento acumulado en la última década, uno de los crecimientos más altos de la economía en épocas recientes, lo que implica que los márgenes de beneficios de las empresas se han reducido de manera importante en los últimos años.
La historia es muy distinta en el sector del comercio minorista, en donde la productividad laboral ha crecido de manera notable, un acumulado cercano al 20 por ciento en la última década, mientras los costos laborales han acumulado un alza de casi 7 por ciento, muy por debajo de lo anotado para la productividad, lo que ha resultado en un aumento en los márgenes de beneficios sostenido en las empresas del sector.
Pero la historia más notable, dado el peso preponderante que ocupa en la economía, y el patrón que observa, es el del sector de servicios. En los últimos once años el incremento acumulado en la productividad ha sido de cerca del 15 por ciento, moderado pero sólido, contribuyendo a compensar el pobre desempeño en algunos de los otros sectores reseñados arriba.
Pero lo notable es el comportamiento en los costos laborales unitarios del sector, los cuales se han hundido alrededor de un 15 por ciento acumulado en la última década. Es decir, la salud del sector servicios se ha sostenido, más que en un aumento de la productividad, en una comprensión de los costos laborales, ilustrando muy bien el comportamiento de la economía mexicana en general, en donde justo, las ganancias de productividad han sido modestas, mediocres, y en donde el éxito exportador, de competitividad en los mercados globales, ha descansado sobre todo en la comprensión de los costos laborales, y eso ya no es eficiente.
El éxito en la competitividad de la economía mexicana no puede ser ocultado. es una plataforma abierta, global y muy competitiva: una historia de éxito exportador. Pero dicho éxito ha descansado sobre la variable equivocada: la comprensión de los costos laborales, y no sobre la correcta: el aumento en la productividad. Si esta economía quiere ser competitiva en el largo plazo, debe de invertir el orden de los factores.
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