¿Cómo percibimos el peligro, y cómo reaccionamos ante él? ¿Por qué hay quienes, ante la pandemia, se guarecen en casa, y otros que salen de paseo como si nada ocurriera? ¿Por qué, ante la evidencia de lo infeccioso y mortal del covid-19, nos comportamos de maneras tan dispares? La economía convencional tiene una respuesta: porque para todo riesgo, hay un rendimiento. Algunos pueden soportar la pérdida asociada a protegerse del virus, para otros el encierro implica una pérdida. intolerable. No parece ser tan fácil como la economía convencional lo sugiere.
Uno de los desarrollos más relevantes de la economía en los últimos años es la llamada “economía del comportamiento”, que busca fundamentar las decisiones económicas que tomamos los individuos a partir de los impulsos primarios, casi biológicos y hormonales, ante estímulos externos como el peligro y la recompensa. Sus propuestas han provocado un sismo en la profesión económica, quien suele aceptar que nuestro comportamiento se rige por misteriosas funciones de utilidad y armónicas preferencias.
Pero la evidencia surgida, primero de experimentos controlados, y luego de aplicaciones directas, por ejemplo, a inversionistas en los mercados bursátiles, ha hecho que la economía del comportamiento (para muchos, más psicología que economía) se tome en serio, al punto que algunos de sus representantes han recibido ya un Premio Nobel (Kahneman y Smith, en 2002).
Para los economistas tradicionales nuestro comportamiento ante el peligro es un cálculo sencillo: ¿cuánto se ganará a cambio de correrlo? Asumen que todos los individuos tenemos una actitud ante el peligro similar, relativamente fácil de tratar matemáticamente, y armónica con sus postulados de equilibrio general.
Una muestra de que quizá nuestra actitud ante el peligro no sea tan simétrica y simple como la que los economistas suponemos ha quedado evidente en esta pandemia.
Existen por supuesto factores institucionales. China, con una economía dirigida por un planeador central, optó por el máximo control y ha logrado casi erradicar la pandemia hasta el momento. Los Estados Unidos, creyentes en la libertad individual y en la libertad de elección, alérgicos a la intervención del Estado en las decisiones de individuos y empresas, es el sitio de las peores cifras.
Quizá los estadounidenses pierdan de vista un dato importante: el sistema de libre competencia es adecuado para producir bienes. El covid es un mal. Erradicar un mal tal vez requiera una estrategia distinta a la de producir bienes.
Pero a nivel individual, las diferentes actitudes ante el peligro mortal que puede ser el covid-19 son aún más complejas. Desde aquellas personas que se encierran a cal y canto en sus casas y no tocan la perilla de una puerta o no están dispuestos a ir a un cajero automático, hasta aquellas que ignoran cualquier precaución y desafían todo consejo.
La jerga de la cuarentena ha acuñado un neologismo (que usaremos con su permiso en este texto) para estos últimos: covidiotas. Personas cuya actitud ante el peligro es no nada más ignorarlo, sino procurarlo.
Para los economistas, que suponen individuos lejos de esos extremos, o en su caso, toman al individuo promedio que cancela ambas puntas, modelar esta pandemia ha de resultar imposible dado que sus efectos son asimétricos, pues los efectos de la propagación del virus (las externalidades, pues), seguramente responden al comportamiento de los covidiotas, mas que a los que se queden en casa.
Si entendiéramos por qué algunos individuos se comportan ante el peligro de muerte no nada más ignorándolo, sino hasta buscándolo, podríamos diseñar políticas públicas para amortiguar la propagación del virus. O de manera equivalente: si logramos que esos individuos se guarden el virus para sí, y no produzcan externalidades negativas (es decir, propaguen el virus), tendríamos un efecto similar, inmediato y tangible.
Bajo un planeador central los que toman peligro en exceso no son un problema: son obligados a quedarse en casa. En una economía de mercado tenemos dos opciones: o nos ingeniamos cómo incentivarlos para que se queden en casa y no se propague el virus, o sugerimos un mecanismo de bajo costo y alto impacto para minimizar las externalidades negativas que producen, y usamos mascarilla todos.
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