Uno de los costos del crecimiento económico es la destrucción de la naturaleza. Nos hemos hecho conscientes de esta verdad evidente hasta el punto en que las oficinas estadísticas nacionales computan ya una medida de PIB ajustadas por el costo ambiental, y de manera creciente, los bancos centrales del mundo adoptan directrices que consideran la opción de mínimo daño ambiental en sus políticas. Y sin embargo, el deterioro de la naturaleza continúa, la pérdida de la biodiversidad se acelera y muchos temen que el planeta esté cerca de un punto de no retorno.
La óptica tradicional considera al crecimiento y al deterioro ambiental como un juego de suma cero. Es decir, lo que ganamos en crecimiento lo perdemos en dotación de recursos naturales. Si queremos proteger a la naturaleza, debemos de renunciar a más crecimiento económico. Ambos objetivos son mutuamente excluyentes. Debemos de elegir.
Pero ¿Sería posible un crecimiento económico que enriquezca a la naturaleza? ¿Es concebible que la dotación de recursos naturales y la economía crezcan al mismo tiempo? Es decir: ¿puede el crecimiento económico incrementar los activos naturales del planeta?
Si el crecimiento pudiera crecer la naturaleza al tiempo que crece la riqueza económica, estaríamos en un círculo virtuoso que garantizaría el futuro de nuestras sociedades y el planeta en el largo plazo. Lo interesante es que tal virtuosismo ocurre ya. Hay múltiples ejemplos y no sería demasiado difícil ingeniar una estrategia que nos pusiera en dicha senda. Pero como su implementación sería muy costosa para muchos grupos de interés, lo difícil será ponerlo en práctica si no se cuenta con el apoyo de una política pública global.
Uno de los primeros economistas de la historia, el francés Jean Baptiste Colbert fue también quien plantó el primer roble en la región con Troncait en 1670. Este dato ilustra el potencial que la economía tiene para diseñar esquemas que nos permitan generar una relación directa entre crecimiento y recursos naturales.
Los robles franceses siguen siendo aún hoy, el insumo preferido para añejar el vino. Y mientras el consumo del vino se ha multiplicado de forma incalculable del siglo XVII a la fecha, la superficie de bosques de roble franceses se ha duplicado de entonces a nuestros días.
Los productores de vinos franceses supieron, desde hace cuatro siglos, que su éxito dependía de la salud y extensión de sus bosques de robles, y en vez de pagar cero en el corto plazo y acabarse los bosques (como está ocurriendo con la Amazonia), el Estado francés y los productores se embarcaron en una visión, que incluye el manejo de los robles en un horizonte de 180 años, que ha permitido la sintonía entre el crecimiento de la riqueza económica y de la riqueza natural.
El ejemplo de los bosques franceses no está exento de críticas, pero el saldo final es claramente favorable. Es posible que la naturaleza y la riqueza económica crezcan al mismo tiempo.
Algunos recursos, los renovables en particular, se prestan a dicha estrategia: los bosques, las reservas de agua, los suelos, la biodiversidad dentro de un límite, son susceptibles a un modelo en donde crezcan a la par que la economía. Los recursos no renovables son distintos, por definición su consumo implica su eliminación, y es inviable generar más cobre, plata o petróleo al tiempo que se consume.
Pero incluso entre esos recursos, que son no renovables en principio, las tecnologías limpias han avanzado hasta el punto en que, soluciones inimaginables hace apenas pocos años están ya disponibles.
Es posible ya capturar el dióxido de carbono de la atmósfera e inyectarlo al subsuelo, en las cavernas petroleras, y reponer, así sea de manera imperfecta, el ciclo del carbono, y el mecanismo de créditos de carbono que algunos gobiernos ya ofrecen, hacen que tal proceso sea rentable y lucrativo.
Para que la economía verde avance, antes de ser verde, primero tiene que ser economía. El incentivo económico es muy poderoso y pueden convencernos de que nos conviene más crecer a la naturaleza, que destruirla. Debemos imaginar cómo reproducir muchas experiencias exitosas (en Oaxaca, la sustentabilidad de las hormigas chicatanas es también un pequeño ejemplo) a nivel global.
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