El modelo mediante el cual el crecimiento económico se da a costa del equilibrio natural del planeta ya no es factible. Como lo reseña el más reciente reporte del Panel Intergubernamental (el IPCC) de la ONU, quizá sea ya demasiado tarde para evitar un desequilibrio material en la naturaleza, particularmente respecto de la temperatura de la Tierra, con efectos económicos incalculables, y que sólo pueden ser solventados por el conjunto de las naciones. ¿Pueden los mercados financieros, los bancos centrales, los gobiernos y las empresas, hacer algo en el corto plazo para empezar a revertir el imparable calentamiento global?
En términos económicos el calentamiento global es difícil de resolver porque todos son responsables, pero nadie es culpable. El calentamiento surge de nuestra acción económica colectiva como hommo economicus, pero no es posible asignar la carga de la prueba del problema a alguien (empresa, país o individuo) en particular. La división entre naciones dificulta enormemente el intentar resolver un problema común, pues todos los países contribuyen al problema, pero ninguno quiere cargar con el costo de la solución.
El calentamiento global solo puede resolverse de manera global, no admite soluciones nacionales ni parciales, y lo único ante los cuales todos los agentes económicos de cualquier lugar del mundo reaccionan de la misma forma, es al dinero, al incentivo de maximizar sus ingresos. ¿Es posible usar ese poderoso incentivo para apagar la hoguera que incendia la temperatura terrestre?
La respuesta es si, debería de funcionar. Hay dos formas de hacerlo: castigando a aquellas actividades que provocan el calentamiento global, o premiando a aquellas actividades que lo mitigan.
Fue un filósofo, no un economista, quien arrojó luz sobre la vía más eficiente. Michel Foucault notó que, para castigar, es necesario vigilar. Y si: castigar (con multas o impuestos) a aquellas actividades que provocan el calentamiento global, implica vigilar, medir y monitorear que los agentes no hagan trampas. Es costoso y menos eficiente que la alternativa: premiar a quienes contribuyen a eliminar el carbono.
Tal es la idea detrás de los “créditos de carbono”, las cuales desde hace un par de décadas, si bien de manera imperfecta, son emitidos por gobiernos y entidades públicas para aquellos proyectos que reducen/eliminan, carbono de la atmósfera.
Por ejemplo, plantar un bosque nuevo incrementa el oxígeno y disminuye el carbono emitido a la atmósfera. Pero plantar y crecer un bosque toma tiempo y su efecto neto sobre la cantidad de carbono no alcanza a compensar el exceso del gas que existe actualmente y que debe ser removido en el muy corto plazo si no queremos llegar a un punto irreversible en términos de daño para el planeta y, por lo tanto, a la economía global.
Lo mismo ocurre con una línea de Metro o Metrobus. Si, disminuye el carbono emitido respecto de los automóviles que desplaza. Pero ya es muy tarde. Todas esas soluciones son lentas e insuficientes.
La solución urgente es nominalmente sencilla: hay que tomar el exceso de carbono de la atmosfera y secuestrarlo para que no regrese. Hay que devolverlo a la tierra de donde surgió, y confinarlo allí por siempre: en los tiros de las minas, en las grutas petroleras, en cavernas.
La mejor forma de hacerlo es pagar por ello. Y existen muchas formas. La solución clásica es por supuesto acreditar bonos de carbono a las empresas que secuestren dicho gas. Pero hay otras alternativas: el FMI puede emitir el equivalente a los repentinamente famosos “derechos especiales de giro”, a aquellos países que secuestren carbono para que los gobiernos paguen con ellos a las empresas que lo hagan. Sería inmediato generar una criptomoneda asociada a cada tonelada de carbón secuestrada. Los bancos centrales, como el Banxico, podrían emitir “bonos de regulación de carbono”, y pagar con ellos a quienes secuestren el gas, y cada tonelada de carbono secuestrada podría contar como una especie de reservas internacionales validada por el BLS.
Elon Musk anunció un premio a la mejor tecnología para secuestrar carbono. Empresas como la californiana onepointfive ya ofrecen dicho servicio de manera comercial. Ya existe la tecnología, el FMI, el Banco Mundial, y el BLS deberían de adaptar sus activos al fin del secuestro del carbono. Es cuestión de empezar. Ya no hay tiempo.
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