Algunos pensábamos que este mundo raro, de extrema liquidez y mercados perpetuamente al alza era perfectamente posible siempre y cuando se cumpliera un requisito: que no repuntara la inflación. Temíamos que ,si la inflación regresaba, la Fed tendría por fuerza que retirar liquidez y subir tasas de manera abrupta y eso tropezaría a Wall Street. Pasó ya lo primero, pero la Fed está decidida a que no pase lo segundo. Primero tolerar más inflación e incumplir su mandato que tirar los mercados. Powell no quiere pasar a la historia como el que mató el auge bursátil, prefiera ser recordado como el jefe de la Fed al que se le fue la inflación de las manos.
Cuando tengas un día malo, llámale a la Fed: hay pocas cosas que no se curan con dinero gratis. Así parecen haber reaccionado los mercados el viernes pasado, luego de que Jerome Powell, el jefe de la Fed, dictaminó que, si bien la retirada de la voluptuosa liquidez inyectada durante la pandemia, comenzaría este año, eso no significaba que las tasas de interés comenzarían a subir. Desde el peso mexicano, y las divisas de países emergentes, hasta las materias primas, los bonos de baja categoría, en fin todo, todo subió de precio celebrando la promesa de la prolongación del dinero gratis.
Los padres conocen este efecto: si le dan a sus hijos dinero gratis, sin que les cueste, es probable que induzcan en ellos comportamientos licenciosos e irresponsables. La sabiduría popular afirma que “al que quiera azul celeste, que le cueste”. Si el dinero no cuesta, es probable que se use en bienes, servicios y activos cuyo retorno sea incierto, y por lo tanto, infle los precios de los mismos más allá de niveles lógicos.
Para evitar una hecatombe económica como resultado del confinamiento de la pandemia, los bancos centrales, especialmente la Fed, irrigaron de liquidez no solo el sistema financiero, sino que encontraron la forma de que dicha liquidez alcanzara sectores que no caen normalmente bajo su égida, como el inmobiliario y el industrial.
La receta funcionó y los Estados Unidos sufrieron en marzo-abril del 2020 la recesión más violenta pero más breve de su historia, estrictamente de dos meses de duración, aunque esos dos meses abarcaron dos trimestres y por ello calificó como una recesión.
Gracias a la conjunción de políticas monetaria y fiscal expansivas, la economía así de rápido como entró, salió de la recesión, y las familias, empresas, bancos e inversionistas, cargados de liquidez, y con la economía cerrada, tuvieron pocas opciones para colocar sus carretadas de dinero, así que los activos financieros: títulos de deuda, acciones, y otros valores, se beneficiaron de la torrencial liquidez.
La Fed, la economía y los mercados se encuentran en un lugar familiar: en una encrucijada en donde Wall Street chantajea con derrumbarse si la liquidez se retira, pues si se derrumban los mercados, los bancos centrales se verán forzados a reinyectar o aumentar la liquidez, ante el temor de que un derrumbe bursátil provoque recesión y desempleo.
Es este pavor a que los mercados se desplomen ante la retirada de la liquidez y el alza de tasas lo que obliga a la Fed y los mayores bancos centrales a no subir sus tasas de interés a pesar de que las tasas de inflación al consumidor y al productor marcan repetidamente máximos multi-décadas o récords históricos en Estados Unidos y otros países.
Uno de los dos objetivos de la Fed es mantener baja la inflación, el cual está incumpliendo flagrantemente pues debe cuidar su segundo objetivo, incentivar el mayor crecimiento posible. Entre el gato y el garabato los mercados aprovechan y chantajean a la Fed: amenazan al crecimiento si les suban las tasas para combatir la inflación.
Por ello los marcados celebraron marcan su máximo histórico 53 en lo que va del año. La marca es increíble, casi en uno de cada tres días de este año los mercados en Wall Street marcan un nuevo récord. Algo que debía de ser, por definición, extraordinario: un máximo histórico, ocurre con aburrida frecuencia. No importa qué tan caro esté el mercado, su alza es imparable, alimentado por caudales de dinero gratis.
Tal exceso de liquidez, con diversos grados de intensidad y volumen, ha sido la norma del capitalismo global desde que Alan Greenspan respondió al desfonde de la burbuja de las punto com en el año 2000. Desde entonces los mercados le han tomado la medida la Fed, y en diversos episodios, y de distintos modos, la han orillado no únicamente a bajar las tasas a cero por ciento, sino a suministrar liquidez más que suficiente al sistema, disparando una atrofia en los precios de bonos acciones que ha dejado inversionistas felices, banqueros ricos, y funcionarios llenos de prestigio loados por salvar el mundo con el mágico dinero gratis.
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