Lo que va a pasar con la economía en el mundo es como ese sabroso cha cha chá mexicano, “la boa”: todos lo saben, lo saben. El problema es que no queremos aceptarlo, empezando por las bolsas de valores, las cuales, como incurables optimistas que suelen ser, creían (y hacían creer) hasta el viernes pasado, que el ajuste necesario para controlar la inflación sería suave, amable, poco doloroso. Más no será así.
Pero el viernes pasado el presidente de la Fed, Jerome Powell, por fin, si bien a regañadientes, adoptó el rol que en este momento debe de asumir: el de aguafiestas, aclarando que controlar la actual inflación requerirá de dolor y sufrimiento, a lo cual los mercados acusaron de recibido hundiéndose estrepitosamente.
En buena medida Powell era, como en las redondillas de Sor Juana, la ocasión de los mismo que culpáis. Él había dado pie al optimismo desbordante de las bolsas de valores de mediados de junio a la fecha con sus declaraciones que sugirieron que la Fed estaba cerca ya de concluir su ciclo de alza de tasas de interés, regresando a tasas bajas y amplia liquidez a mediados del año siguiente.
Las bolsas se han malacostumbrado a nadar en un mar de liquidez desde que Alan Greenspan las rescató tras el estallido de la burbuja del Nasdaq del año 2000. De entonces a la fecha cada vez que las bolsas se habían hundido, la Fed respondía recortando tasas e inundando de liquidez el mercado. Los mensajes anteriores de Powell sugerían que dicho escenario se repetiría, a lo que los mercados respondieron con un pasmoso rally luego de tocar los mínimos de junio pasado.
Pero aquellas tasas bajas que rallies impulsaron, cuya liquidez mirábamos volar, esas, no volverán, pues a diferencia de lo ocurrido en los últimos veinte años, hoy hay inflación.
Alta y terca inflación, que no se quiere ir. Que requerirá de condiciones monetarias, pero también fiscales, restrictivas, para regresar a los niveles bajos existentes antes de la pandemia de covid. Tal restricción de liquidez por ambos lados necesariamente acabará impactando a las bolsas y a otros mercados de activos financieros, alimentados estos años por la plétora de dinero que ha sido inyectado en el sistema por gobiernos, así como por los bancos centrales.
El poderoso mensaje de Jerome Powell del viernes en las conferencias de Jackson Hole, fue precisamente en ese sentido: la Fed subirá las tasas lo suficiente, y las mantendrá altas el tiempo necesario para que la inflación regrese de manera permanente a niveles cercanos a su objetivo de 2 por ciento. Dijo más, dejando claro que, si dichas acciones implicaban aumento en el desempleo, acompañado de recesión económica, era un dolor que era necesario absorber, pues el costo de no controlar la inflación sobrepasaba las otras consideraciones.
Pero Powell no se quedó allí, recordando de nuevo a su antecesor, Paul Volker, quien enfrentó una dinámica inflacionaria similar hace cuarenta años, resolviéndola de la única manera posible: subiendo las tasas reales por encima de la inflación. En efecto, ante tasas cercanas al 15 por ciento, Volker elevó los réditos hasta el 20 por ciento, induciendo una recesión durísima en la economía estadounidense, tras lo cual la inflación cedió, dando lugar a una dilatadísima expansión económica sin inflación que duró cuatro décadas. La medicina de Volker fue amarga, pero la salud recobrada fue duradera.
Y es aquí en donde entra la Sonora Santanera a cantarle a Jerome Powell y a los mercados financieros. Que la inflación de Estados Unidos está en 8.5 por ciento, lo saben. Que las tasas de interés están en 2.5 por ciento, lo saben. Que no hay forma de matar esa inflación tan alta con esas tasas tan bajas, lo saben. Que son necesarias tasas significativamente más altas (¿arriba del 5 por ciento?), lo saben. Que no hay forma de verdadera y permanentemente controlar la desbocada inflación que nos azota globalmente más que pagando el costo alto de un ajuste económico severo, lo saben.
Y siguiendo con “la boa”: los economistas, lo saben, lo saben; y los periodistas, lo saben, lo saben; banqueros centrales, lo saben, lo saben; y los inversionistas, lo saben, lo saben. Todos lo saben, pero es muy difícil admitir que lo que viene es un período de ajustes fuertes, que la fiesta de la liquidez ha terminado. Y eso, se sabe.