La recesión más esperada de la historia tiene una peculiaridad: no llega. La debilidad de los datos en Estados Unidos y en las principales economías en octubre-diciembre fue patente, pero de repente las cifras de enero, contra todo pronóstico, están siendo sorprendentemente fuertes, empezando por el indicador más importante de la economía global: las nóminas no agrícolas estadounidenses, que sobrepasaron a las expectativas por casi el triple. ¿Será posible que la economía, en efecto, no entre en recesión a pesar del alza tan agresiva de las tasas de interés? Pero más importante aún: ¿será posible que la inflación ceda sin que medie una recesión?
Basándonos en los antecedentes históricos, la respuesta a las dos preguntas anteriores es la misma: muy difícilmente.
No existen antecedentes de un ciclo económico estadounidense en donde un ciclo de alzas de tasas de interés no desemboque en una recesión económica. Es normal. Los bancos centrales buscan modular la velocidad a la que crecen las economías para que la oferta y la demanda se equiparen, para así controlar el aumento de los precios por hacia sus metas de inflación.
Otro antecedente histórico nos ayuda a responder la segunda pregunta: nunca en la historia económica de Estados Unidos la inflación se ha controlado sin que existan tasas de interés reales positivas. Grosso modo eso quiere decir que la tasa de interés debe de ser mayor a la inflación. Al menos en la práctica, esto se ha logrado mediando una recesión económica.
Pero los datos recientes muestran una economía sorprendentemente inusual: la inflación está bajando rápidamente desde su pico del verano del 2022, si bien se encuentran casi al triple de elevado respecto de las metas de los bancos centrales.
Uno esperaría que esta desinflación tan necesaria se vería acompañada de muestras claras de debilidad económica. Pero las cifras del mercado laboral de enero en los Estados Unidos mostraron una economía a todo galope, haciendo añicos los pronósticos más optimistas, sugiriendo que el mercado laboral de nuestros vecinos sigue al rojo vivo.
¿Será posible que estemos ante una milagrosa economía global capaz de llevar a la inflación rumbo a su meta de 2-3 por ciento, al mismo tiempo que acelera su crecimiento económico? ¿Será posible que Estados Unidos sea capaz de enfilar su inflación hacia el dos por ciento mientras que la tasa de desempleo cae a su nivel más bajo en más de sesenta años?
¿Será posible que una de las relaciones económicas más aceptadas, el balance entre desempleo e inflación se haya milagrosamente roto después de la pandemia?
Es el deber de todo economista el ser extremadamente escéptico respecto de las posibilidades enunciadas arriba. En economía los milagros no existen, y suele ser el caso que, si algo parece demasiado bueno para ser verdad, es porque es demasiado bueno para ser verdad.
Al menos en el papel, existe un escenario posible para que coexistan simultáneamente un desempleo históricamente bajo y una inflación descendente hacia las metas de la Reserva Federal: que la productividad esté creciendo durante un período prolongado a una tasa superior a la inflación y al PIB.
Si bien las cifras más recientes de productividad han sido mejores a lo previsto, no son ni de cerca, de la magnitud necesaria para situarnos en un escenario dorado como el descrito anteriormente.
Otro elemento, ligado al anterior, podría abonar a un escenario dorado en donde el crecimiento del empleo y el producto se acompañen de desinflación, incluyendo a los costos salariales: que los trabajadores teman pedir incrementos de sueldo a pesar de la enorme demanda por sus servicios debido al advenimiento de avances tecnológicos (como la inteligencia artificial), que podrían suplirlos fácilmente.
Pero antes de argumentar en qué condiciones estaríamos en un escenario simultáneo de crecimiento acelerado e inflación desacelerada, es necesario preguntarnos sobre el por qué, a pesar de tener todo en contra, la economía estadounidense, junto con otras, siguen hasta el momento desafiando todas las apuestas para que llegue una recesión.
La respuesta buena sería que hay un crecimiento enorme, inusitado, de la productividad que permita arribar a esa tierra prometida. La respuesta mala es que la voluptuosa liquidez que fue inyectada en la economía global por gobiernos y bancos centrales durante la pandemia y su desenlace, aun permea en la demanda global, proveyendo de un impulso de larga duración al consumo y la inversión financiera del mundo, estirando más allá de lo esperado la fase expansiva del ciclo económico iniciada en el verano de 2020.
Si la correcta es la respuesta mala, entonces tenemos un problema, porque podría ocurrir que, luego de alcanzar su pico y comenzar a descender, la inflación tendrá rebotes, sobresaltos sorpresivos, arranques y frenos, complicando muchísimo la labor de la Fed y de los grandes bancos centrales que están batallando para regresar al genio de la inflación de regreso a la lámpara de la que se escapó tras la pandemia.
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