Se lo han dicho muchos economistas. Se los ha dicho la Reserva Federal. Pero Wall Street no nada más escucha, sino que ha hecho todo lo contrario de lo que le han dicho. Los banqueros centrales han advertido que la perspectiva de la inflación es complicada, y que el escenario más probable es que las tasas de interés aún deben subir más, y que una vez que dejen de trepar, permanecerán altas por un período prolongado de tiempo, hasta que la terca inflación comience a ceder inequívocamente. Pero Wall Street actúa como los peores sordos: no quiere oír.
Desde mediados de octubre del año pasado Wall Street ha estado viviendo en un mundo de fantasía que ella misma se ha construido. En ese mundo la Fed derrota a la inflación muy prontito, deja de subir sus tasas de interés en las próximas semanas, y después de un muy breve tiempo de mantenerlas arriba, comienza a bajarlas muy rápidamente rumbo al tres por ciento o incluso menos. Todo esto en un contexto en que la economía no entra en recesión, los beneficios corporativos siguen creciendo, y los más importante, en donde las condiciones de amplia liquidez financiera que han alimentado el pasmoso rally de 2020 a la fecha se mantienen o incluso crecen.
Muchos analistas dudan que el escenario arriba descrito sea en este momento el más plausible. Muchos economistas no creen que este escenario de perfecta sincronía entre reducción de inflación, continuo crecimiento y amplia liquidez tenga una alta probabilidad de ocurrencia. Pero lo más crucial es que los dos mayores bancos centrales del mundo: el Banco Central Europeo (BCE), y la Reserva Federal de Estados Unidos (la Fed), han sido muy explícitos en plantear un escenario muy distinto a ese por cual está apostando Wall Street con tanto entusiasmo de octubre 2022 hasta hoy.
La trayectoria que la Fed ha advertido es una en la que, si bien la inflación ha dejado atrás ya sus niveles máximos, muchos sectores, especialmente el de servicios, están dando muestras de terquedad, de ser inflexibles a la baja, por lo que hacer que la dinámica de precios regrese al dos por ciento en este año, como Wall Street está apostando, no parece muy probable, y por lo tanto las tasas de interés podrían seguir subiendo, al menos unas 50 centésimas más, permaneciendo en esos niveles durante el tiempo suficiente para que la inflación esté convincentemente en el proverbial dos por ciento de la Fed.
Las últimas tres semanas los datos de empleo, de producción, de costos, y lo más importante, los de inflación, han mostrado que el escenario de la Fed es más probable que el escenario de Wall Street. Todas las variables arriba mencionadas repuntaron significativamente en enero, pegando un susto al mercado de bonos, el cual sufrió pérdidas importantes, pero sin borrar las gordas ganancias que ha tenido desde sus mínimos de octubre de 2022.
Lo mismo ocurre con el mercado de acciones. A pesar de que la inflación repuntó en enero, luego de tres meses consecutivos de reducciones, a pesar de muestras claras de una sorprendente fortaleza del empleo y la producción, que mantienen condiciones para una demanda incompatible con una inflación de dos por ciento, los valores se han ajustado a la baja, pero sólo con pérdidas ligeras que no borran siquiera las fantásticas ganancias que han tenido en los últimos cinco meses.
No hay peor sordo que el que no quiere oír. Y Wall Street ha decidido no escuchar lo que la Fed, el BCE, los economistas y analistas le están diciendo: que su escenario de cuento de hadas difícilmente se cumplirá. Que más vale prepararse para un mundo en donde la inflación no cede, en que no baja rápido rumbo a los objetivos de los bancos centrales y que por lo tanto tasas más altas durante un tiempo prolongado serán necesarias. Si nos va bien.
Porque si nos va mal, y la inflación se muestra aún más necia, entonces será necesaria una recesión costosa para acabar con la persistencia de la actual dinámica de precios, en el estilo con el que Paul Volker acabó con la terca recesión de los años setenta-ochenta del siglo pasado.
Pareciera como si Wall Street, al negarse a oír el escenario de la Fed, estuviera protegiéndose contra un mal mayor: el de reconocer que los precios de muchos activos, que fueron financiados a tasas ultra bajísimas, deberán de reconocer sus pérdidas dolorosas cuando deban de refinanciarse con las actuales tasas.
Si las tasas de los bonos de diez años suben por encima del cuatro por ciento. Si los precios de las acciones caen por debajo de sus niveles de octubre. Si la volatilidad se dispara. Entonces billones de dólares en activos financiados durante los años felices de tasas de interés cero o negativas, deberán de sufrir un severo recorte de sus precios cuando sean refinanciados en las semanas y meses que vienen. Y basta con que uno de esos activos acepte la pérdida en su precio, para que los miles de activos que están valuados en sus condiciones originales reflejen las nuevas condiciones del mercado y marquen a la baja sus valores.
Empresas que fueron compradas con deuda a menos de uno por ciento. Carreteras, aeropuertos, puertos y rascacielos construidos con financiamientos con tasas mínimas en la historia. Acciones compradas con líneas de crédito casi regaladas. Desarrollos inmobiliarios endeudados con préstamos a tasas que ya no existen. Todos esos activos y otros tienen calendarios de vencimiento inminentes que enfrentarán tasas tres o cuatro veces superiores a las que gozaron en su origen, y cuando deban de refinanciarse, deberán de bajar los precios para reflejar las condiciones actuales de mercado.
Quizá Wall Street no es que no quiera oír. Quizá haga como que la virgen le habla, sumiendo la cabeza en el suelo como avestruz, rezando porque un milagro regrese a las tasas en cero. Porque la alternativa es reconocer que todos esos activos generados cuando el dinero era gratis no valen ya lo que valieron en sus mejores días.