El banco central más importante del mundo está en riesgo de fracturar lo que aún le queda de su activo más importante: su credibilidad. De por sí ya andando en terreno difícil, estos días que corren han dificultado aún más la decisión del banco central estadounidense, pues por un lado los datos de inflación muestran que la inflación no cede como se esperaba, pero por el otro, el alza incesante de las tasas de interés que la Reserva Federal ha realizado comienza a afectar de manera material al sector bancario de su país, así como de otras partes del mundo.
La Fed, como se le conoce al banco central estadounidense, está sentada frente a una mesa en donde se encuentran dos botellitas. Las dos contienen veneno, y la Fed debe de escoger una de ellas para salir del problema en que se encuentra, y que, para ser precisos, ella mismo ayudó a crear.
Por un lado, la licencia con la que, desde el año 2000, usó la relajación monetaria extrema para combatir el riesgo de severas recesiones, acabó por contribuir, junto con la disrupción de la logística global provocada por la pandemia, al resurgimiento inflacionario que sufrimos estos días. En los países avanzados, por primera vez en cuarenta años.
Pero por otro lado, la agresiva restricción monetaria que implementó luego de un crítico período de vacilación, que había ayudado a reducir las tasas de inflación desde sus máximos del verano del año pasado hasta el actual nivel del seis por ciento, sin tener hasta hace muy poco daños colaterales importantes, acabó por reventar hace un par de semanas a los jugadores más frágiles del muy relevante sector de la banca regional estadounidense, a lo que siguió un nerviosismo que acabó por dar la puntilla al herido gigante helvético, Credit Suisse.
¿Por qué los bancos parecen tener la capacidad de apanicar a bancos centrales y otras autoridades financieras? ¿Por qué los funcionarios económicos no reaccionan ante la quiebra de una empresa manufacturera, o una cadena de restaurantes, o una automotriz, como reaccionan, espantados, ante una quiebra bancaria?
La respuesta es sencilla: por los bancos pasa el dinero y el crédito de la economía. Si los bancos quiebran entonces las ondas expansivas de la ausencia de liquidez y préstamos hacia el resto de las empresas se siente hasta el último rincón de cualquier país. Máxime cuando se trata de una nación en donde el crédito se encuentra tan extendido y desarrollado como los Estados Unidos.
La quiebra de Silicon Valley Banks (SBV), intervenido ya por el gobierno estadounidense, obligó a las autoridades financieras de ese país a tomar medidas extremas, garantizando el monto total de los depósitos de sus clientes, y permitiendo que la Fed tomara como garantía de los bancos bonos con minusvalías a precio nominal, para proveerles de la liquidez necesaria para enfrentar los retiros de depósitos de sus clientes.
Las decisiones anteriores, absolutamente procedentes y necesarias en el corto plazo, tendrán un costo por supuesto, no únicamente para la Fed que tomará a valor original títulos que se encuentran con severas pérdidas, sino también a nivel de la percepción de riesgo, pues en lo subsecuente los ahorradores perseguirán a los bancos que les ofrezcan el mayor rendimientos en sus depósitos, sin miedo a que sus ahorros están en riesgo en caso que dicho banco, manejado irresponsablemente, quiebre, pues el Tesoro estadounidense le garantizará sus ahorros.
De 2000 a la fecha, en mayor o menor medida, las autoridades financieras estadounidenses han intervenido ante el temor de una recesión económica severa en los distintos episodios de crisis, absorbiendo riesgos que antes asumía el sector privado. El resultado ha sido una solución adecuada para la economía en su momento, pero en el mediano y largo plazo, se ha traducido en una acumulación creciente de riesgos (y de rendimientos) por parte del sector privado, provocando lo que parece ser un ciclo recurrente de acumulación de riesgo privado y de transferencia de los mismo después al sector público, que parece repetirse en este episodio de SVB.
Hoy estamos en una encrucijada demasiado familiar. La Fed debe de cumplir con su mandato de controlar la inflación, la cual causa un daño severo al bienestar público. Su herramienta para controlarla es subir sus tasas de interés, pero la velocidad y el nivel con lo que lo ha hecho amenaza con tronar al muy importante sector de la banca regional. Si la banca regional se colapsa, el crédito podría interrumpirse, provocando una recesión de una intensidad no deseada.
La Fed no ha sido muy afortunada durante el actual episodio inflacionario. En la etapa inicial tardó meses en aceptar que la inflación no era transitoria, rezagándose respecto de otros bancos centrales y quizá contribuyendo a que la dinámica de precios se enraizara entre los agentes económicos que percibieron a una Fed indecisa.
Cuando la inflación comenzó a bajar, la Fed comunicó un tono muy optimista, que disparó una euforia exultante en los mercados, por lo que tuvo que volver a emplear lenguaje agresivo ante continua evidencia de que la inflación no cede. En esas estaba cuando los bancos comenzar a tronar. Y ahora sí, tendrá que escoger, como Sofía en aquella memorable película con Meryl Streep, entre dos tragedias para poder seguir avanzando por la vida.
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