El mundo, tal como lo conocemos hoy, es muy reciente. Hasta 1492 América y el resto del mundo eran mutuas desconocidas. La conquista de América por los europeos, con sangre y fuego (y virus), produjo la primera globalización económica de la historia humana, y en ese proceso, la Ciudad de México se convirtió en la primera ciudad global. Eso vale la pena recordarlo hoy que nos sorprende el interés de nómadas digitales, artistas, o empresarios detrás. México inventó el “nearshoring” hace quinientos años, y su capital era el lugar en donde se cruzaban los caminos.
Un amigo muy joven me comentaba sobre lo asombroso que es ver colonias enteras de la Ciudad de México pobladas ya por extranjeros, en donde el inglés se escucha en calles y comercios cotidianamente. Pero esta Ciudad está acostumbrada al mundo. Sin exagerar, hace quinientos años, cuando Madrid, la metrópoli imperial, era un somnoliento pueblo ligado a la corte de los Habsburgos españoles, la Ciudad de México era la ciudad en donde confluyeron por primera vez, económicamente: Asia, Europa y América.
La Ciudad de México se encuentra en medio de una comarca que fue riquísima en recursos naturales: agua, suelos fértiles, un clima ideal, bosques, fauna. El Anáhuac fue un lugar privilegiado de la geografía mundial para habitar y comerciar, así que cuando la capital novohispana se erigió sobre las ruinas de Tenochtitlán, y una vez que pudo controlar las inundaciones, la capital de la Nueva España fue, por derecho propio, y como centro del comercio de la plata y el comercio de bienes americanos, una de las ciudades más ricas del mundo durante muchas décadas.
Forzando una triste analogía, el influencer más notable del Siglo XVIII y XIX, Alexander Von Humboldt, al conocerla la llamó “la Ciudad de los Palacios”, denotando la fastuosa arquitectura de los ricos novohispanos asentados en la comarca.
Pero esos palacios estaban habitados por una aristocracia afluente, que convivían con una nobleza culta, con diestros artesanos que producían adornos para sus mansiones, con talleres que manufacturaban muebles y enseres para esa arquitectura imponente, con una sociedad desigual pero vibrante, multicultural, polifónica y globalizada.
A partir de 1565, con el descubrimiento de la corriente oceánica que aceleraba el viaje de Asia a América, el imperio español inicia la primera ruta de la globalización: el Galeón de Manila, o la Nao de China, que conectó por mar a Asia con Europa haciendo escala en Nueva España. La Ciudad de México fue la primera en concentrar el comercio de Asia, Europa y América. Venecia, Samarcanda, Teherán, habían sido ciudades que, en la Ruta de la Seda, concentraban el comercio Asia-Europa, pero tras el descubrimiento de América la Ruta de la Seda se colapsa, y la Ciudad de México fue el primer nodo del comercio global.
Durante dos siglos y medio, más de lo que México tiene como país independiente, la capital novohispana fue una de las ciudades más ricas del planeta. Si no es que la más opulenta. Por virtud de esa centralidad en el comercio global, sede del virreino productor de plata, y de la ceca que produjo la primera moneda global, la Ciudad de México fue poblada por migrantes de todos lados: europeos, filipinos y orientales, africanos esclavizados, en una sociedad mayoritariamente de indígenas americanos empobrecidos por el vasallaje virreinal, pero en donde también existía una aristocracia indígena que desde la conquista pactó con el poder español para derrotar a los aztecas.
La calle de Moneda, adyacente al Palacio Nacional, fundada en 1935, produjo desde sus inicios una moneda de tal calidad, que se convirtió en la primera moneda global, usada en Estados Unidos, China, Japón, Filipinas, Brasil, y en Europa Occidental. Las Columnas de Hércules y el lienzo con la leyenda Plus Ultra acuñados en el “Real de a 8”, se conocían en los confines del mundo, y de hecho, la estilización de ese reverso, es hoy el símbolo del dólar norteamericano ($, con dos columnas), vestigio del uso en las trece colonias americanas de la moneda acuñada en la Ciudad de México.
Los economistas tienden a pensar que la economía ocurre en un Excel. Que todo es flujos o balances, que la economía es una dinámica sucesión de asientos contables y ecuaciones diferenciales. No es así. La economía ocurre en un espacio y en un tiempo, y cuando los historiadores económicos describen la preminencia del Real de plata novohispano en el comercio global, deben de tener presente que todos esos reales se acuñaron en la ceca de México, en el edificio actualmente ocupado por el Museo Nacional de la Culturas, en la calle (por algo así llamada), de Moneda, en esta Ciudad de México.
Aquí en esta ciudad se acuñó la primera moneda global que fue medio de cambio aceptado en el mundo durante los siglos XVI al XIX. Ninguna ciudad hasta el advenimiento del dólar estadounidense, puede decir que fue el centro de la economía monetaria mundial. Sólo la Ciudad de México.
Una rascadita en la historia de esta ciudad maravillosa nos ayuda a entender que los nómadas digitales de la Condesa, o el empresario del nearshoring no son ninguna novedad, son más la regla que la excepción en la historia de nuestra ciudad, la primera urbe global de la historia de la humanidad.
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