China es tan grande que ya no cabe en China, y debe de salir al resto del mundo. El problema es que el resto del mundo necesita más a los consumidores chinos, que a los productos chinos. Las tensiones son inevitables. Justo cuando el resto del mundo necesita que China se convierta en un motor que lo empuje, China está basando su crecimiento en avasallar al resto de los mercados con bienes baratos, de buena calidad, y con financiamiento bajo. El resultado es inevitable: barruntos de guerra comercial para tratar de parar las exportaciones chinas se extienden por todas partes, y las consecuencias podrían descarrilar la economía global si el comercio internacional se interrumpe.
El origen de este problema se encuentra en la implosión del sector inmobiliario chino, el cual sufre de un enorme inventario no vendido de vivienda, oficinas y centros comerciales, al punto de que hay noticias de que se están demoliendo algunos excesos construidos durante el auge de este sector, el cual sirvió como motor de la economía china durante y después de la pandemia, hasta agotarse en un exceso de oferta.
Para compensar lo anterior, las empresas y el gobierno chino han enfocado sus baterías hacia el exterior con el fin de colocar el exceso de bienes que producen y que no pueden vender internamente debido a la caída en el consumo de su población. Con una mezcla de precios bajos, financiamiento barato y calidad; autos, acero, equipo de comunicaciones, enseres domésticos, maquinaria china, han avasallado los mercados en las principales economías del mundo desde hace tres años.
Uno de los sectores más notables ha sido el de los autos eléctricos, que tan de moda se han puesto entre los consumidores del mundo que buscan ayudar a reducir las emisiones de efecto invernadero. La norteamericana Tesla, la pionera en ese mercado, fue durante años la potencia dominante en ventas y ganancias, demoliendo el orden establecido en la centenaria industria automotriz basada en carros de combustión interna. Hasta que llegó la legión de marcas chinas ofreciendo autos eléctricos con mejores precios y prestaciones similares a las de Tesla, desbancándola del trono comercial que gozaba, y precipitando una caída de la acción de 72 por ciento en las acciones de la empresa de Elon Musk.
La reacción de muchas economías es lógica, y una serie de países han anunciado aranceles, tarifas, cuotas, o barreras comerciales de índole diversa con el mismo fin: contener la marea de bienes manufacturados chinos avasallando sus mercados domésticos. China ha respondido quejándose de prácticas comerciales indebidas, arguyendo que la competitividad de sus productos son el resultado de la productividad de sus empresas.
Más allá de ese ruido en el comercio mundial, la disputa tendrá un efecto importante sobre una de las variables más relevantes de la economía global en este momento: la inflación. Productos chinos más baratos son una buena noticia para la inflación en todo el mundo. Menores barreras al flujo de las manufacturas de ese país han sido siempre un factor desinflacionario, y ayudaron en el largo período de 2000-2020 a mantener una inflación baja y estable en la mayoría de las economías del mundo.
Pero durante la pandemia y después de ella, el comercio global se politizó, al hacerse visible la vulnerabilidad de los países avanzados que dependían de la manufactura china para un conjunto amplio de bienes críticos para su soberanía económica.
De entonces a la fecha el comercio global se ha convertido en un juego de balancear el enorme poder de la industria china y su capacidad para inundar los mercados con una oferta de bienes en condiciones muy competitivas. Por el otro, consideraciones geopolíticas imponen privilegiar consideraciones de seguridad estratégica y alianzas militares por sobre la eficiencia económica.
Lo anterior podría significar que la fuerza deflacionista que fue la manufactura China durante las últimas décadas no se exprese ya con la misma fuerza, y que, por lo tanto, bajar la inflación no sea tan fácil como solía serlo. Quizá incluso sea difícil, justo en el momento que la inflación es Estados Unidos da muestras de terquedad para bajar rumbo al objetivo de la Reserva Federal de dos por ciento.
Economistas, politólogos y financieros quizá estén perplejos ante lo que parece una novedad: el rol tan preponderante de China en la economía del mundo. Un historiador les diría que se tranquilicen. Lo que está ocurriendo es una tradición, más que una novedad; que China sea una potencia económica es una constante de la historia de la humanidad, y no una sorpresa.
China fue siempre uno de los ejes de la prosperidad y de la riqueza del mundo. En la cuenta larga de la historia de los últimos trescientos años, China tardó apenas siglo y medio en adaptarse a la sacudida que significó la revolución industrial, pero hoy se ha convertido en una generadora de tecnología y manufactura de primer orden. Y no se detendrá, así que el actual capítulo es tan solo un episodio de la larga serie de transformaciones del comercio mundial en las décadas venideras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario