Dicen los que saben que las vides para producir vino crecen al norte del paralelo 30, lo cual podría explicar la baja tradición vinífera de México, cuyo territorio se encuentra más del noventa por ciento por debajo de esa latitud. Únicamente sendos fragmentos de Baja California (justo el Valle de Guadalupe), y el septentrión chihuahuense, califican bajo ese criterio. El criterio de las ventajas comparativas desaconsejaría que los mexicanos produjéramos vinos, pero como lo muestran algunas botellas espectaculares, afortunadamente a veces vale la pena desobedecer a la economía.
Uno de los primeros axiomas económicos fue acuñado por uno de los fundadores de la disciplina: David Ricardo, quien ilustraba las ventajas comparativas con el siguiente ejemplo. En un mundo de dos países, que producen cada uno de ellos, dos bienes, no es conveniente que ambos produzcas los dos artículos. Todos ganarían si cada país se especializa en la producción del bien en el cual es más productivo, dando lugar al comercio, y elevando el bienestar en ambas naciones.
Ese modelo sencillo de Ricardo se ha sostenido en la cotidianidad económica de manera consistente. Tomemos, por ejemplo, el guacamole. México produce el aguacate y el chile; mientras que Estados Unidos el maíz para los totopos. El T-MEC permite que los habitantes de Norteamérica disfruten un guacamole más sabroso y barato que si los países produjeran de manera autárquica sus ingredientes. La industria automotriz es otro ejemplo: cada uno de los tres países del T-MEC fabrica la parte del auto en el que es más productivo, resultando en un sector automotor competitivo contra sus rivales europeos y asiáticos.
La lógica anterior dictaría entonces que la división del trabajo en la producción de bebidas alcohólicas en Norteamérica fuera bastante nítida: el tequila y el mezcal, provenientes de climas áridos, serían producidos en México; mientras que el vino vendría de la templada California, en los Estados Unidos, ubicada por encima del famoso paralelo 30.
Pero la historia, y el empeño humano cuentan también. Y mucho. Y esa mezcla de historia y decisión se encuentra detrás de la creciente industria mexicana del vino, cuya calidad promedio no da aún para ubicarla de manera competitiva en el mercado global, pero que es capaz de producir algunos vinos notables de manera consistente.
Primero la historia. La vitis vinífera, que es la vid que produce el vino, es ajena al continente americano, y fue traía por los conquistadores españoles en el siglo XVI. Una naciente producción de vino en la Nueva España fue aniquilada tras un decreto real que prohibía la fabricación de vino en los reinos americanos para que estos sirvieran de mercado de exportación para los productores españoles.
Pero hubo una notable excepción: el Valle de Parras, en Coahuila. Parras es una palabra castellana para la vid, así que el nombre denota la vocación de esa pequeña comarca coahuilense, en donde reside Casa Madero, la bodega más antigua del continente americana, fundada en 1597, es decir, hace 430 años. Pensemos que la primera bodega estadounidense se funda apenas en 1810, más de doscientos años después que Parras.
Otros lugares como Querétaro, Cuatrociénagas, Coahuila, y algunas comarcas en Chihuahua, poseen también tradiciones vinícolas centenarias. Sin embargo, factores climáticos, políticos y financieros impidieron que la calidad y la cantidad del vino mexicano se desarrollara.
Una bodega requiere inversiones muy importantes para su establecimiento, su operación y mantenimiento, y el débil mercado de capitales que caracterizó a México desde el fin de la colonia, fue insuficiente para financiar la inversión en muchos sectores de la economía, incluida la industria del vino, por lo que el consumo se concentró en las bebidas históricas de los mexicanos: el pulque y el mezcal, cuya inversión era mucho menor y era financiada en los hechos por el trabajo comunitario.
El siglo XIX, con sus guerras de Reforma e invasiones extranjeras, significaron la desarticulación de las órdenes religiosas, que eran las que durante la colonia estaban autorizadas para producir vino, por lo que esta industria acabó por desplomarse, justo en el momento en que en Estados Unidos los viñedos en California comenzaban a florecer.
Las bodegas vinícolas mexicanas actuales, con la histórica excepción de Casa Madero, son el resultado reciente de un esfuerzo de inversionistas, productores, amantes del vino, y empresarios que desafían los pronósticos en contra para la industria del vino nacional. La industria moderna se origina con LA Cetto en 1975, o con Casa de Piedra, en 1997, lo cual muestra la novedad del mercado mexicano.
Si bien en promedio el vino mexicano no es aún de una calidad competitiva, vinos como el “Don Leo”, de Parras; el “Hacienda Encinillas”, de Chihuahua; el “Único”, de Baja California; el “3V” de Casa Madero; o el “Tierra Adentro” de Zacatecas, muestran cómo, a pesar de los vientos en contra, los vinos mexicanos pueden crecer en el mercado global y encontrar su nicho.
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