El calendario hizo que en esta ocasión los dos torneos continentales de futbol más importantes, la Copa América, y la Eurocopa, coincidieran en el tiempo. Hace cincuenta años el nivel entre ambas regiones era similar, hoy el futbol europeo avasalla, a pesar de la reciente victoria argentina en el mundial de Qatar. La Copa América no despliega el nivel futbolístico de la Eurocopa, pero a nivel económico las cosas son distintas. Por supuesto que la presencia de Estados Unidos inclina toda la balanza, pero es interesante ver cómo el nuevo continente se ha reconfigurado económicamente en las últimas décadas en esta otra competencia, en la que apabulla a la Eurocopa.
La diferencia más notable es la creciente brecha entre las economías de Estados Unidos y Europa. Hasta mediados de los años ochenta, ambas economías eran similares no únicamente en sus niveles de ingreso y riqueza, sino en su productividad. Con la irrupción de la primera oleada microelectrónica, la de la computadora personal, encabezada por IBM, Apple y otras empresas estadounidenses, comienza una deriva imparable entre ambas regiones que hasta el momento define la enorme brecha entre las dos.
Europa intentó competir con EEUU en el mercado de la computadora personal, con mediano éxito. Luego, la llegada de los teléfonos móviles vio un par de campeones europeos: Nokia y Ericsson que fueron sepultados con la irrupción del teléfono inteligente por parte de Apple.
Pero la revolución provocada por internet, por los teléfonos inteligentes, por las apps, por las redes sociales, por la big data, las criptomonedas, por los autos eléctricos y ahora por la inteligencia artificial, ha tenido su origen y desarrollo en los Estados Unidos, especialmente en California y Texas. Europa ha estado ausente en las innovaciones relevantes de la economía en los últimos treinta años, convirtiéndose en una imitadora y adaptadora de las tecnologías generadas en América.
Lo anterior implica un efecto de muy largo plazo para el balance económico mundial, el cual depende de manera creciente de las nuevas y novísimas tecnologías generados en Silicon Valley.
Europa se ha convertido en una tierra de castillos y museos, en el destino de los fanáticos del fútbol, la moda y el ciclismo, en zona de cruceros por el mediterráneo, pero no en una región capaz de generar nuevas industrias capaces de transformar las estructuras existentes.
Un dato sencillo y dramático ilustra el punto anterior. El valor de mercado de la mayor empresa del mundo, Microsoft, supera el valor de toda la bolsa de Londres, o de Frankfurt, o de París. Si, una sola empresa estadounidense vale más que todo el mercado de un país europeo.
Dentro de las veinte mayores empresas del mundo por valor de mercado se encuentran dieciséis estadounidenses, una saudí (Aramco); una taiwanesa (TSMC); y una china (Tencent). Solamente una empresa europea se encuentra entre las mayores veinte: la farmacéutica danesa Novo Nordisk, cuyo valor se ha inflado gracias a su droga anti obesidad. La empresa tecnológica europea más grande es la fabricante de chips neerlandesa ASML, y quien le sigue en tamaño es el emporio del lujo: LVMH, fabricante entre otras marcas, de Louis Vuitton.
China es en este momento la única economía con el potencial de competir con California y Estados Unidos para generar las industrias del futuro. Financiadas por el Estado, un cúmulo de empresas de ese país se mueven en la frontera de la innovación y han sido capaces de competir con las empresas estadounidenses en un número de frentes. Pero tienen un flanco débil: los semiconductores y los lenguajes necesarios para esos desarrollos son estadounidenses. Sin los chips de su principal rival económico las empresas chinas tendrían que invertir en décadas de desarrollo propio para estar al nivel de competirles.
Los corredores del Tour de Francia saben que no pueden permitir que un grupo de ciclistas se escape demasiado del pelotón. A partir de cierta separación la fuga es irreversible, por lo que es necesario mantener la distancia en un rango manejable. En este caso el sector de alta tecnología parece haber abierto una brecha insalvable entre la Copa América y la Eurocopa, inversa a la situación que prevalece en el futbol: la distancia entre el futbol de equipos en Europa y América es inversamente proporcional a la que existe entre las empresas europeas y americanas de alta tecnología en aquellas ramas que son cruciales para el crecimiento futuro.
Ocurren excepciones por supuesto: Airbus supera a Boeing en la fabricación de aviones comerciales; las marcas de lujo francesas son insuperables en su campo; Ferrari no tiene igual al fabricar autos deportivos de lujo; la maquinaria industrial de precisión alemana sigue siendo la mejor del planeta.
Pero en la frontera de la tecnología, en donde se define la economía del próximo siglo, la ventaja de las empresas estadounidenses no nada más es abrumadora, sino creciente, y el pelotón del resto de las economía solo acierta a mirar cómo la aplanadora estadounidense, encabezada por California, se escapa sin remedio.