La economía moderna tiene un rasgo peculiar: las nuevas industrias requieren una inversión creciente para su desarrollo, lo que provoca que sólo los países que ya cuentan de por sí con capacidad de financiamiento, puedan a su vez financiar aquellas nuevas ramas que van a innovar a la economía global. En otras palabras, la inversión que requieren las nuevas industrias, como la Inteligencia Artificial (IA), es tal, que sólo los países más ricos pueden solventarla, y por tanto serán ellos quienes más se beneficien, resultando en un crecimiento en la brecha de desarrollo.
La economía moderna se fue desarrollando, geográficamente, por oleadas: iniciando con la revolución industrial en Inglaterra, expandiéndose después por Europa, seguido por Estados Unidos y Rusia, y al final llegando a los extremos de Asia y Latinoamérica.
La siderurgia es una industria que ayuda a ejemplificar este proceso. Iniciando en Inglaterra, Francia y Alemania, las mayores acereras del mundo son actualmente chinas, coreanas e hindús. El acero fue tan crucial para el desarrollo de las economías y las ciudades modernas, que su evolución fue vista como estratégica para el desarrollo nacional por lo que en muchas naciones esta industria fue subsidiada por los gobiernos con el fin de contar con un suministro asegurado de este insumo clave.
El desarrollo siderúrgico, y de otras industrias similares, representó en muchos países una presión fiscal considerable, que en ocasiones puso en aprietos sus balances, produciendo un ciclo intermitente de estancamiento-crecimiento debido a la insuficiencia de ahorro para financiar el desarrollo industrial, al punto de que, alrededor de los años ochenta del siglo pasado, la política industrial, que había sido un instrumento activo de los gobiernos, fue re-escalado con el fin de mejorar el balance fiscal.
Lo anterior es importante para comprender lo siguiente: son muy pocos los Estados que tendrían la capacidad de financiar una alternativa, o una competencia a la IA que en estos momentos se está generando en Estados Unidos por parte de un puñado de empresas. Más aún, son también poquísimas las compañías que podrían competir en términos del diseño y gestación de la IA con las empresas que en estos momentos están a la vanguardia.
El monto de la inversión para generar e implementar la IA es de tal tamaño, que sólo las mayores empresas del mundo, con recursos disponibles en sus cajas que superan las reservas internacionales de la mayoría de los países del mundo, y con un acceso a los mercados que no tienen ni siquiera algunas potencias globales, podrán enfrentar la inversión que requieren las nuevas industrias, basadas en IA y en otros nuevos desarrollos, como la explotación comercial del espacio.
La nueva riqueza de las naciones, el tema que dio origen a la economía como una profesión específica, dependerá para su crecimiento de esos sectores (IA, aeroespacial comercial, medicinas nuevas, etc.) cuyo desarrollo requiere una escala de inversión inédita. Ninguna industria en la historia moderna ha requerido la inversión que se requiere para sacar al mercado un ChatGPT ,o lo que viene.
Esta pre-condición tendrá una implicación clara: los mayores beneficios de esas nuevas industrias se concentrarán en un puñado de empresas, y muy pocos países, agravando la concentración y la desigualdad entre naciones, empresas, sectores, y seguramente, también la población.
Regresemos a la siderurgia: para desarrollarla bastaba tener dinero, y contar con hierro y carbón. Tener recursos naturales era una ventaja. ChatGPT y los productos de la IA no tienen como insumo principal a las materias primas. Su ingrediente más importante es un grupo hiper especializado de programadores y de semiconductores que sólo media docena de empresas y un par de países en el mundo, pueden tener.
Adicional a ese escasísimo capital humano, la inversión en equipo para procesar la IA, la calidad de los chips que lo componen, y la energía necesaria para que corran son de una magnitud lejos del alcance de la mayoría de los países y empresas, y muy superior comparativamente a las inversiones que, en su momento, requirieron las industrias señeras del capitalismo contemporáneo: la textil, la siderúrgica, la automotriz, la computadora o internet.
Por el momento, estas nuevas industrias se están financiando a través de las empresas ya existentes: Apple, Microsoft, Google, Facebook, con fondos propios o prestados, son los principales financiadores de las novísimas tecnologías. Hasta hoy, son muy pocas las empresas de IA que han accedido directamente al mercado. Por eso el caso de Nvidia es tan importante.
Los chips que generan la IA son producidos por Nvidia, y los mercados parecen estar apostando a que esta empresa será la líder de la nueva economía, y por eso están financiándola directamente, con tal entusiasmo que el martes de la semana pasada se convirtió en la mayor empresa del mundo, superando a Microsoft y Apple. No siempre lo que los mercados dicen ocurre: suelen equivocarse, pero el mensaje parece claro, y aquellas empresas que están generando la IA serán quienes accedan al financiamiento, y las ganancias. Aunque sean las mismas que ya conocemos.
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