La etimología latina es inequívoca: Manus, es mano; factura, es hechura. La manufactura, el fabricar algo con las manos, es la actividad estratégica de toda economía moderna. En los años ochenta, una tendencia irrumpió en las economías desarrolladas. Se le llamó la “terciarización”. Consistía en dejar la manufactura a los países menos desarrollados, con salarios más bajos, para concentrarse en los servicios de alto valor agregado. Cincuenta años después, China les demostró a los países avanzados su gran error, a lo que Estados Unidos y, lentamente otros países, están respondiendo con una re-industrialización, un proceso que podemos llamar: la revancha de la manufactura.
Comencemos por los hechos. Los datos después de la pandemia de Covid muestran un fortísimo crecimiento de la inversión física (fábricas, maquinaria y equipo) en los Estados Unidos, especial, aunque no únicamente, en los sectores de alta tecnología. También muestran un incremento importante en la inversión industrial en algunas naciones: México, Vietnam o Hungría. Al mismo tiempo, las cifras de inversión extranjera en China se ubican en mínimos de muchas décadas.
En la superficie, se ha descrito a este proceso como el “nearshoring”, el de relocalizar la manufactura de los confines a la vecindad de los principales centros de consumo. Pero en esencia, de lo que se trata es de percatarse del rol central de la manufactura. La seguridad económica de un país en el largo plazo depende del control físico que pueda tener sobre los procesos de fabricación de los bienes que consume.
¿Por qué los países avanzados mudaron la manufactura a China a finales del siglo pasado? Wall Street es muy culpable en esta historia.
Las empresas industriales, con el fin de rotar su capital, colocaron de manera creciente sus acciones entre inversionistas en las bolsas de valores. Wall Street tiene una manía, la de premiar con alzas en los precios de las acciones a aquellas empresas que cada trimestre muestren buenos números de rentabilidad, y la única forma de sostener ese apetito por una constante mejoría de sus resultados financieros fue mudando la producción al confín más lejano y barato del mundo: a China, en donde la numerosa población y la baratura de los insumos permitieron una mejora regular y sostenida de la rentabilidad financiera, así como la producción masiva de la manufactura a precios cada vez más bajos.
China se convirtió de un receptor pasivo de fábricas y de procesos, a un incubador de empresas industriales que en muy poco tiempo rivalizó con, y apabulló a las tradicionales compañías occidentales. Un ícono en ese proceso por ejemplo fue cuando la inventora de la computadora personal, IBM, vendió ese segmento de negocio a la china Lenovo, abandonando ese negocio en manos de las compañías asiáticas, a cambio de presentar buenos resultados financieros en Wall Street.
China capitalizó de manera espectacular el abandono de la manufactura de los países occidentales y se transformó muy rápidamente de un contratista, a un imitador, y de allí a un innovador y competidor en prácticamente todas las industrias de la economía global: desde la fabricación de muebles a las computadoras; desde bolsas de plástico a los semiconductores; desde vajillas a inteligencia artificial. China pasó de ser la receptora pasiva de la manufactura a la potencia industrial del mundo, logrando en un par de décadas lo que a Europa y a Estados Unidos les tomó dos siglos, incluso convirtiéndose en el estándar en algunos sectores claves de la economía global, como los de equipo de telecomunicaciones o teléfonos móviles.
El proceso de manufactura implica toda la cadena desde la concepción, el diseño, la fabricación, el empaque y la distribución. Wall Street presionó para que las empresas occidentales segregaran el proceso y sólo retuvieran los segmentos más rentables, enviando a los confines al segmento menos rentable, el de la fabricación. Ese razonamiento es impecable en el corto plazo, pero China mostró que no es sostenible en el largo plazo, pues el que manufactura bien, será capaz de controlar todo el resto del proceso. Pero su reverso no aplica: una vez que se abandona la manufactura, el diseñar y concebir no garantiza que se fabrique bien.
Nunca es tarde para volver a empezar. La re-industrialización de los Estados Unidos tiene un ímpetu sorprendente, y el nearshoring está en marcha, con México como uno de los principales beneficiarios potenciales. Pero no hay que confundir la superficie con las corrientes profundas. De fondo lo que está ocurriendo es una revancha de la manufactura, al percatarse los países occidentales que la “terciarización” de la economía fue una falacia, dulce para los oídos de corto plazo de Wall Street, pero cara para la potencia en el largo plazo de las economías.
La economía mundial es cambio perpetuo. Siempre oscilante entre tendencias que a veces se contraponen. La re-industrialización es un movimiento claro, patente ya en los datos, pero las presiones por la rentabilidad son fuertes y quizá acaben contrapesando a las consideraciones estratégicas. Pero una lección si es clara: la manufactura contraataca.
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