domingo, 28 de julio de 2024

El Héroe Sin Capa De La Economía Se Fatiga

El consumidor estadounidense es el personaje más importante de la economía mundial. De su vigor dependen los productores de vino franceses, las fábricas de autos en México, la manufactura china y coreana, la producción de petróleo y gasolina de Canadá, y las ventas de pastas italianas. El consumidor estadounidense forma el mercado al cual toda empresa sueña con entrar, al cual todos quieren acceder a costa de lo que sea. Es allí en donde se decide la suerte de las grandes corporaciones, en donde los economistas depositan sus esperanzas de que la economía global continúe su expansión. Pero últimamente hay señales preocupantes.

El viernes pasado el índice de confianza del consumidor de la Universidad de Michigan, el indicador más seguido para medir el entusiasmo de este sector clave, cayó a su nivel más bajo en ocho meses, sumándose a otros datos que sugieren que, luego de echarse a los hombros a la economía mundial tras la caída brutal en el confinamiento de la pandemia, el consumidor estadounidense comienza a mostrar signos de agotamiento.

Recordemos que, para mantener a millones de personas confinados en casa para interrumpir los contagios, el gobierno de Estados Unidos, bajo los mandos de Trump, y luego de Biden, realizó una serie de transferencias enormes a todos los ciudadanos y a la gran mayoría de las empresas, de todos tamaños, para evitar también el colapso de la actividad productiva del país.

Encerrados en casa, los consumidores sólo pudieron gastar los subsidios recibidos en productos y servicios ofrecidos en línea, los cuales, afectados a su vez por el confinamiento de los productores, subieron sus precios, iniciando un episodio inflacionario que apenas está comenzando a ceder.

Al mismo tiempo que el gobierno regalaba cheques sustanciosos, el banco central de Estados Unidos, la Fed, redujo sus tasas de interés hasta cero por ciento, y llevó a cabo una inyección masiva de liquidez en el sistema bancario con el objetivo de que bancos y financieras, repletas de dinero, lo prestaran a empresas y consumidores a tasas bajas para que el crédito se incrementara y de esta forma la economía despegara del profundo pozo en que cayó durante el período más negro de la pandemia de Covid.

Inyectado con subsidios y crédito barato, el consumidor estadounidense salió vigoroso de la pandemia y condujo a la economía, nacional y global, a una expansión que sorprendió a todos por su fuerza, su duración, y su extensión. Fue tan fuerte que, enfrentando a una cadena de producción aún afectada por el confinamiento, elevó los precios de insumos y productos finales, produciendo la inflación más elevada de los últimos cuarenta años, obligando a la Fed a abandonar sus tasas de cero por ciento y elevarlas a su mayor nivel en tres décadas para tratar de enfriar la demanda y controlar los incrementos de precios.

Pero la salud del consumidor estadounidense, provisto de ahorros resultantes de los subsidios recibidos, y del sólido mercado laboral, era tan robusta que ni siquiera la inflación lo desanimó, y siguió comprando a pesar de que los artículos en los estantes de las tiendas subían sus precios, a pesar de la subida de los boletos de avión y las tarifas en los hoteles, a pesar de las cuentas más altas en los restaurantes, ignorando el hecho de que los autos, la ropa, y las colegiaturas, eran cada vez más caras.

Pero los milagros, en economía al menos, no existen. Y la inflación, el crédito más caro, y la erosión de los ahorros acumulados en la pandemia y gastados posteriormente, están ya mostrando sus efectos sobre el actor más fundamental de la economía del planeta: el consumidor estadounidense está mostrando algunas señales de fatiga.

Un conjunto de empresas cotizadas en las bolsas de valores, que deben de reportar sus cifras cada trimestre, mostró desde distintos flancos evidencias de debilidad en sus ventas como resultado de una menor demanda en los Estados Unidos, y en muchas ocasiones, también en el exterior.

En buena medida, esta debilidad no nada más es deseable, sino que fue deliberadamente buscada por la Fed, para enfriar la fuerte demanda que estaba elevando los precios y provocando la mayor inflación en cuatro décadas. El hecho de que los supermercados, que subieron los precios en este episodio inflacionario, estén de nuevo promocionando ofertas en sus tiendas, es lo que la Fed, y los bancos centrales del mundo, buscaron cuando empezaron a incrementar sus tasas de interés en 2022.

El reto ahora se resume en ese dicho castellano: ni dejar de alumbrar al santo, ni quemarlo. ¿Hasta dónde es deseable esta debilidad del consumidor? ¿Será posible modular el vigor del consumidor estadounidense y enfriarlo sin que su debilidad paralice a la economía global, enviándola a la recesión? Es en este punto de inflexión en donde los ciclos económicos se han roto en el pasado. La fortaleza con la que llegó a este punto el consumidor estadounidense quizá le ayude a pasar el vado con salud y resistencia. Ojalá, por el bien de todos.

domingo, 21 de julio de 2024

La Insoportable Fragilidad De Microsoft

Nuestra vida actual es mucho más fácil que la de nuestros ancestros. Pero más compleja. Esa complejidad transcurre de manera suave gracias a la imbricada tecnología que nos facilita todo nuestro quehacer cotidiano. Pero el reverso de la moneda de esa compleja facilidad es el riesgo de que cuando algo falla, los efectos pueden ser desproporcionados. La semana pasada fue, hasta hoy, el mejor ejemplo de lo anterior: el defecto de un pequeño detalle tecnológico acabó alterando el día a día de cientos de millones de personas, como si un huracán o un terremoto hubiera arrasado todo el planeta al mismo tiempo.

Pensemos en la vida cotidiana de hace un siglo: como cantó José Alfredo, las distancias apartan las ciudades, la comunicación entre personas estaba mediada por las distancias físicas de manera irremediable. La gran revolución de los transportes (el barco de vapor, luego el auto, y finalmente el avión), primero; y la revolución de las comunicaciones (teléfono, televisión, y finalmente, el internet), después, hicieron que la comunicación con cualquier persona en todo el mundo fuera de una facilidad inimaginable para el ciudadano de 1924.

Si pudiéramos viajar en el tiempo y decirles a nuestros abuelos niños, que del mundo en que venimos, es posible conversar, trabajar, hacer cirugías, o la guerra, en polos opuestos de la tierra, ni siquiera podrían imaginarlo.

Es simpático ver hoy cómo las películas de ciencia ficción hechas hace, digamos, cincuenta años, no alcanzaron a imaginar la complejidad de nuestro mundo. Salvo por los vehículos voladores, nuestro mundo actual es mucho más avanzado que el imaginado por los visionarios que lo soñaron en “Blade Runner”, “Regreso al Futuro”, o “Los Supersónicos”.

Recordemos esa última serie, esos dibujos animados que en la década de los setenta, narraban la vida cotidiana de una familia normal en un futuro impreciso en el tiempo. Para quienes imaginaron la vida futura de “los Supersónicos”, el colmo del avance tecnológico eran las videoconferencias. Pero estas eran fijas. No imaginaron nunca al teléfono móvil capaz de comunicarnos visualmente en cualquier parte. En “Blade Runner” Harrison Ford desciende de su patrulla voladora y entra a una cabina telefónica para hablar con su colega androide, con la cual está obsesionada; en otra escena, la policía del futuro hurga en unos cajones y se encuentra unas fotos polaroid, las cuales baraja rápidamente. Hace cuarenta años Hollywood imagino un mundo futuro en donde no existía el iPhone.

Pero el iPhone, y su competencia, son la tecnología capital de nuestros días. Son la herramienta que nos conecta individualmente con el ubicuo autómata global, la red de comunicaciones planetaria que une a todas las personas, empresas y gobiernos, en una invisible, pero complejísima urdimbre que nos tiene trabajando y consumiendo día y noche sin descanso en cualquier parte.

Ese tinglado inasible, no obstante, es una relojería de millones de piezas que funciona de manera impecable, como una amazonia informática, como un bioma tecnológico, perfectamente integrado en donde cada pieza necesita de las otras para funcionar ella misma, y así funcione la máquina completa. Por eso cuando una de esas piezas clave falla, la madeja completa se atora, y los efectos se sienten en todos los rincones del planeta, como ocurrió la semana pasada cuando una actualización de un software de seguridad de una compañía desconocida para el gran público interrumpió la vida cotidiana de cientos de millones de personas.

Un parche de seguridad informático, que debía actualizar de manera rutinaria los sistemas de Windows, de Microsoft, tuvo un defecto que causaba un apagón en los sistemas de esta compañía, que son los más ampliamente usados en las empresas, las familias y las telecomunicaciones del mundo. Para ser una falla tan pequeña, el daño sobre múltiples actividades en el mundo fue descomunal: miles de vuelos cancelados, empresas detenidas, servicios de todo tipo, bloqueados. Los medios calificaron al incidente como el mayor apagón tecnológico de la historia.

Hace cien años, lo que pasaba en un rincón del mundo era ajeno al resto. Hoy la intensa comunicación que gozamos tiene un costo, el de estar expuesto a que pequeñas fallas causen disrupciones desproporcionadas en vastas zonas del planeta.

La empresa detrás de la falla, Crowdstrike, era casi anónima más allá del mundo informático, especialista en combatir hackers y desarrollar parches de seguridad para las empresas líderes de software, como Microsoft. 

Que un detalle tan pequeño, proveniente de una empresas desconocida sea capaz de paralizar múltiples actividades en el mundo muestra la fragilidad que subyace en la compleja red que nos conecta a todos diariamente. No se requiere un plan maléfico por parte de una superpotencia para subvertir nuestra cotidianidad. Un error simple de una empresa cualquiera provoca una sacudida global sin comparación.

Nuestra vida diaria es más fácil que hace cien años, pero también es más frágil. El edificio que sostiene nuestro mundo conectado tiene cimientos que pueden no resistir una mariposa que aletea a su lado.

domingo, 14 de julio de 2024

La Verdadera Carrera de Autos: Se Trata de China Y Eléctricos

No es fácil ser un fabricante de auto estos días. La industria atraviesa su encrucijada más compleja en muchas décadas (algunos dicen que desde su creación), pero lo que sí es seguro es que en la próxima década el panorama del sector será completamente distinto a lo que es hoy: marcas centenarias desaparecerán, y nombres apenas conocidos serán los dominantes. Tres grandes fuerzas están cincelándolo: por un lado, la evolución hacia el auto eléctrico; por otro, la irrupción brutal de las automotrices Chinas en el mercado global; y por último, y en menor medida, la posibilidad del carro autónomo.

Veamos dos ejemplos: el primero, Stellantis, surgido de la fusión de tres marcas insignia de tres países distintos; la francesa Peugot; la italiana Fiat, y la estadounidense Jeep/Chrysler. El segundo, Volkswagen, la cual, hasta antes de la disrupción causada por el auto eléctrico, era la mayor fabricante de autos del mundo.

Los costos de desarrollar y vender un auto eléctrico, y/o autónomo son tan grandes, que no es posible que una marca la enfrente sola. Lo mismo aplica para montar una competencia contra los autos chinos, cuyas marcas se benefician de vender en el mayor mercado del mundo y con esos recursos financian su incursión en los mercados internacionales. Estos factores orillaron a las marcas que conforman Stellantis a fusionarse, para ahorrar costos y potenciar sus ingresos, conformando la cuarta mayor automotriz del mundo, ante la inviabilidad de seguir compitiendo individualmente.

Podría pensarse que es una cuestión de escala, que Peugot no era lo suficientemente grande como para sobrevivir sola. Pero veamos a Volkswagen, quien era la mayor automotriz, hasta que súbitamente los usuarios comenzaron a demandar autos eléctricos o híbridos, los cuales el gigante alemán, amo y señor de los autos de combustión interna, no producía.

La acción de Volkswagen da cuenta de las tribulaciones de la empresa teutona: luego de alcanzar un máximo en abril de 2021, su precio se ha desplomado 57 por ciento desde entonces, en lo que ha sido un derrumbe imparable de tres años, hasta un precio muy cercano al mínimo visto durante la pandemia.

La hecatombe financiera de Volkswagen se da en un período en que las acciones de la estadounidense Tesla, si bien con una acentuada volatilidad, se han multiplicado gracias a su oferta de autos eléctricos, mientras que las de su gran rival, la japonesa Toyota, han mostrado una muy firme recuperación gracias a su oferta de autos híbridos.

Para generaciones de consumidores, las marcas Volkswagen, Dodge o Fiat fueron sinónimos de autos, pero su supervivencia no está garantizada en los próximos años, en los cuales los consumidores querrán autos que emitan menos gases de efecto invernadero, al menor precio y de la mayor calidad posibles (y quizás, que sea autónomo). Y quien mejor está cumpliendo con lo que los consumidores requieren en este momento son los fabricantes de autos chinos.

Un auto nuevo se planea con cinco años de anticipación. Por ejemplo, la piel de los asientos, los materiales de los tableros, las piezas de los motores comienzan a cotizarse entre los proveedores con ese período de antelación. Pero, verbigracia, Vokswagen no sabe hoy si los consumidores en cinco años seguirán adoptando autos eléctricos o preferirán híbridos, si se rendirán al coche autónomo. No sabe si las medidas comerciales para detener la avalancha de importaciones de autos chinos seguirán vigentes en un lustro y podrá competirles. Dicen los que saben que el nivel de incertidumbre de los grandes fabricantes es inusitado, que no se había visto nunca.

China ya era desde 2008 el mayor productor de autos, pero en 2023 de convirtió en el mayor exportador, desbancando a Japón, y en 2024 se convirtió en el mayor mercado automotriz del mundo, desplazando por primera vez en la historia a Estados Unidos en la cima. Ese país es ya el corazón de esta industria, a quien todos quieren venderle, pero también el mayor exportador de coches, cuya calidad, eficiencia energética y precio están haciendo estragos entre los productores históricos de los otros países pues en muy corto tiempo se han ganado a una porción sorprendente de sus consumidores.

La velocidad con la que China se convirtió en la mayor potencia automotriz pescó a todos por sorpresa. Ocupados en la estrategia para competir con el auto eléctrico de Tesla, los productores tradicionales vieron como los autos eléctricos chinos inundaron los mercados en cuestión de meses, con una mezcla de calidad/precio difícil de igualar, haciendo temblar a los jugadores históricos sin importar su prosapia. Incluso los antes inexpugnables alemanes, como Mercedes o BMW, están siendo zarandeados por estos tres factores súbitos que han irrumpido en su centenaria hegemonía.

La industria automotriz es, de acuerdo con varios indicadores, la más importante de la economía mexicana, la cual es central para la estrategia de los grandes jugadores dentro de la encarnizada competencia global. La abrupta transformación en marcha en este sector presenta retos y oportunidades para nuestro país, los cuales hay que identificar y aprovechar.