El consumidor estadounidense es el personaje más importante de la economía mundial. De su vigor dependen los productores de vino franceses, las fábricas de autos en México, la manufactura china y coreana, la producción de petróleo y gasolina de Canadá, y las ventas de pastas italianas. El consumidor estadounidense forma el mercado al cual toda empresa sueña con entrar, al cual todos quieren acceder a costa de lo que sea. Es allí en donde se decide la suerte de las grandes corporaciones, en donde los economistas depositan sus esperanzas de que la economía global continúe su expansión. Pero últimamente hay señales preocupantes.
El viernes pasado el índice de confianza del consumidor de la Universidad de Michigan, el indicador más seguido para medir el entusiasmo de este sector clave, cayó a su nivel más bajo en ocho meses, sumándose a otros datos que sugieren que, luego de echarse a los hombros a la economía mundial tras la caída brutal en el confinamiento de la pandemia, el consumidor estadounidense comienza a mostrar signos de agotamiento.
Recordemos que, para mantener a millones de personas confinados en casa para interrumpir los contagios, el gobierno de Estados Unidos, bajo los mandos de Trump, y luego de Biden, realizó una serie de transferencias enormes a todos los ciudadanos y a la gran mayoría de las empresas, de todos tamaños, para evitar también el colapso de la actividad productiva del país.
Encerrados en casa, los consumidores sólo pudieron gastar los subsidios recibidos en productos y servicios ofrecidos en línea, los cuales, afectados a su vez por el confinamiento de los productores, subieron sus precios, iniciando un episodio inflacionario que apenas está comenzando a ceder.
Al mismo tiempo que el gobierno regalaba cheques sustanciosos, el banco central de Estados Unidos, la Fed, redujo sus tasas de interés hasta cero por ciento, y llevó a cabo una inyección masiva de liquidez en el sistema bancario con el objetivo de que bancos y financieras, repletas de dinero, lo prestaran a empresas y consumidores a tasas bajas para que el crédito se incrementara y de esta forma la economía despegara del profundo pozo en que cayó durante el período más negro de la pandemia de Covid.
Inyectado con subsidios y crédito barato, el consumidor estadounidense salió vigoroso de la pandemia y condujo a la economía, nacional y global, a una expansión que sorprendió a todos por su fuerza, su duración, y su extensión. Fue tan fuerte que, enfrentando a una cadena de producción aún afectada por el confinamiento, elevó los precios de insumos y productos finales, produciendo la inflación más elevada de los últimos cuarenta años, obligando a la Fed a abandonar sus tasas de cero por ciento y elevarlas a su mayor nivel en tres décadas para tratar de enfriar la demanda y controlar los incrementos de precios.
Pero la salud del consumidor estadounidense, provisto de ahorros resultantes de los subsidios recibidos, y del sólido mercado laboral, era tan robusta que ni siquiera la inflación lo desanimó, y siguió comprando a pesar de que los artículos en los estantes de las tiendas subían sus precios, a pesar de la subida de los boletos de avión y las tarifas en los hoteles, a pesar de las cuentas más altas en los restaurantes, ignorando el hecho de que los autos, la ropa, y las colegiaturas, eran cada vez más caras.
Pero los milagros, en economía al menos, no existen. Y la inflación, el crédito más caro, y la erosión de los ahorros acumulados en la pandemia y gastados posteriormente, están ya mostrando sus efectos sobre el actor más fundamental de la economía del planeta: el consumidor estadounidense está mostrando algunas señales de fatiga.
Un conjunto de empresas cotizadas en las bolsas de valores, que deben de reportar sus cifras cada trimestre, mostró desde distintos flancos evidencias de debilidad en sus ventas como resultado de una menor demanda en los Estados Unidos, y en muchas ocasiones, también en el exterior.
En buena medida, esta debilidad no nada más es deseable, sino que fue deliberadamente buscada por la Fed, para enfriar la fuerte demanda que estaba elevando los precios y provocando la mayor inflación en cuatro décadas. El hecho de que los supermercados, que subieron los precios en este episodio inflacionario, estén de nuevo promocionando ofertas en sus tiendas, es lo que la Fed, y los bancos centrales del mundo, buscaron cuando empezaron a incrementar sus tasas de interés en 2022.
El reto ahora se resume en ese dicho castellano: ni dejar de alumbrar al santo, ni quemarlo. ¿Hasta dónde es deseable esta debilidad del consumidor? ¿Será posible modular el vigor del consumidor estadounidense y enfriarlo sin que su debilidad paralice a la economía global, enviándola a la recesión? Es en este punto de inflexión en donde los ciclos económicos se han roto en el pasado. La fortaleza con la que llegó a este punto el consumidor estadounidense quizá le ayude a pasar el vado con salud y resistencia. Ojalá, por el bien de todos.
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