No es fácil ser un fabricante de auto estos días. La industria atraviesa su encrucijada más compleja en muchas décadas (algunos dicen que desde su creación), pero lo que sí es seguro es que en la próxima década el panorama del sector será completamente distinto a lo que es hoy: marcas centenarias desaparecerán, y nombres apenas conocidos serán los dominantes. Tres grandes fuerzas están cincelándolo: por un lado, la evolución hacia el auto eléctrico; por otro, la irrupción brutal de las automotrices Chinas en el mercado global; y por último, y en menor medida, la posibilidad del carro autónomo.
Veamos dos ejemplos: el primero, Stellantis, surgido de la fusión de tres marcas insignia de tres países distintos; la francesa Peugot; la italiana Fiat, y la estadounidense Jeep/Chrysler. El segundo, Volkswagen, la cual, hasta antes de la disrupción causada por el auto eléctrico, era la mayor fabricante de autos del mundo.
Los costos de desarrollar y vender un auto eléctrico, y/o autónomo son tan grandes, que no es posible que una marca la enfrente sola. Lo mismo aplica para montar una competencia contra los autos chinos, cuyas marcas se benefician de vender en el mayor mercado del mundo y con esos recursos financian su incursión en los mercados internacionales. Estos factores orillaron a las marcas que conforman Stellantis a fusionarse, para ahorrar costos y potenciar sus ingresos, conformando la cuarta mayor automotriz del mundo, ante la inviabilidad de seguir compitiendo individualmente.
Podría pensarse que es una cuestión de escala, que Peugot no era lo suficientemente grande como para sobrevivir sola. Pero veamos a Volkswagen, quien era la mayor automotriz, hasta que súbitamente los usuarios comenzaron a demandar autos eléctricos o híbridos, los cuales el gigante alemán, amo y señor de los autos de combustión interna, no producía.
La acción de Volkswagen da cuenta de las tribulaciones de la empresa teutona: luego de alcanzar un máximo en abril de 2021, su precio se ha desplomado 57 por ciento desde entonces, en lo que ha sido un derrumbe imparable de tres años, hasta un precio muy cercano al mínimo visto durante la pandemia.
La hecatombe financiera de Volkswagen se da en un período en que las acciones de la estadounidense Tesla, si bien con una acentuada volatilidad, se han multiplicado gracias a su oferta de autos eléctricos, mientras que las de su gran rival, la japonesa Toyota, han mostrado una muy firme recuperación gracias a su oferta de autos híbridos.
Para generaciones de consumidores, las marcas Volkswagen, Dodge o Fiat fueron sinónimos de autos, pero su supervivencia no está garantizada en los próximos años, en los cuales los consumidores querrán autos que emitan menos gases de efecto invernadero, al menor precio y de la mayor calidad posibles (y quizás, que sea autónomo). Y quien mejor está cumpliendo con lo que los consumidores requieren en este momento son los fabricantes de autos chinos.
Un auto nuevo se planea con cinco años de anticipación. Por ejemplo, la piel de los asientos, los materiales de los tableros, las piezas de los motores comienzan a cotizarse entre los proveedores con ese período de antelación. Pero, verbigracia, Vokswagen no sabe hoy si los consumidores en cinco años seguirán adoptando autos eléctricos o preferirán híbridos, si se rendirán al coche autónomo. No sabe si las medidas comerciales para detener la avalancha de importaciones de autos chinos seguirán vigentes en un lustro y podrá competirles. Dicen los que saben que el nivel de incertidumbre de los grandes fabricantes es inusitado, que no se había visto nunca.
China ya era desde 2008 el mayor productor de autos, pero en 2023 de convirtió en el mayor exportador, desbancando a Japón, y en 2024 se convirtió en el mayor mercado automotriz del mundo, desplazando por primera vez en la historia a Estados Unidos en la cima. Ese país es ya el corazón de esta industria, a quien todos quieren venderle, pero también el mayor exportador de coches, cuya calidad, eficiencia energética y precio están haciendo estragos entre los productores históricos de los otros países pues en muy corto tiempo se han ganado a una porción sorprendente de sus consumidores.
La velocidad con la que China se convirtió en la mayor potencia automotriz pescó a todos por sorpresa. Ocupados en la estrategia para competir con el auto eléctrico de Tesla, los productores tradicionales vieron como los autos eléctricos chinos inundaron los mercados en cuestión de meses, con una mezcla de calidad/precio difícil de igualar, haciendo temblar a los jugadores históricos sin importar su prosapia. Incluso los antes inexpugnables alemanes, como Mercedes o BMW, están siendo zarandeados por estos tres factores súbitos que han irrumpido en su centenaria hegemonía.
La industria automotriz es, de acuerdo con varios indicadores, la más importante de la economía mexicana, la cual es central para la estrategia de los grandes jugadores dentro de la encarnizada competencia global. La abrupta transformación en marcha en este sector presenta retos y oportunidades para nuestro país, los cuales hay que identificar y aprovechar.
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