No puede ser una casualidad que el primer
periplo externo de Donald Trump sea no a una democracia, sino a una monarquía.
Es todo lo que él quisiera ser: un rey en una palacio de oro rodeado de cortesanos
que hacen lo que su capricho dicta. Y el estandarte de su visita muestra
también lo que el piensa que debe de ser la economía, anunciando una venta de
armas gigantesca, por 10 mil millones de dólares. Vender armas a los reyes: eso
es Trump pintado de cuerpo entero.
Barak Obama pasó ocho años en una relación
difícil con la corte saudita. Le era claramente difícil simpatizar con ese
aliado incómodo pero necesario para detener el extremismo islámico, y gran
surtidor energético del mundo. Pero Trump se siente a sus anchas: un régimen
que nulifica a las mujeres, sin oposición ni prensa libre, y que compra todas
las armas que Estados Unidos quiera venderles. No parece ser gratuito que Trump
haya escogido ese destino, tan afín a su psyche, para su primer periplo.
Arabia Saudita es la principal cliente de
armas de los Estados Unidos, adquiriendo el 10 por ciento de las exportaciones
estadounidenses de esos artículos, y es el segundo mayor proveedor de petróleo
de ese país (después de Canadá). La importancia del reino saudí para Estados
Unidos no es secundaria, no únicamente en términos económicos. Saudiarabia es
la gran potencia árabe, es el fiel de la balanza en la zona más complicada del
mundo en materia de seguridad y de abasto de energía.
Pero Trump viaja a la corte de los árabes
en un momento en que su estatua se desploma en casa, mostrando a todos el
mediocre político que es.
Un líder debe saber que su gente no
únicamente lo sigue porque necesita tener más dinero. Un líder debe de proveer
a su gente algo más que dólares en los bolsillos: debe de traer paz, concordia,
felicidad a su gente. Debe de procurar la felicidad de los que lo siguen. Y eso
no ha estado nunca presente en la vida ni en la cabeza de Trump.
Alguien que hizo su fortuna construyendo
una torre de oro de mal gusto en el corazón de Manhattan, arruinando a sus
accionistas en casinos y giros negros en Atlantic City, que mide su felicidad
en los metros cuadrados de sus posesiones, no puede entender que su gente busca
más que dinero, la felicidad.
Donald Trump fue electo por una
considerable minoría de estadounidenses bajo promesas de odio, de exclusión, de
misantropía y de desprecio a la democracia. Trump prometió a esa considerable
minoría casi una dictadura y logró, con la vetusta aritmética del colegio
electoral estadounidense, ser electo presidente. Pero la pequeña mayoría que lo
rechazó está actuando, y no dejará de hacerlo, para hacerle ver al soflamero
que están dispuestos a proteger su democracia y que derrumbarán su malhecha
estatua a martillazos.
Felizmente la primera en reaccionar contra
los sueños dictatoriales de Trump ha sido la prensa, la cual goza de un
esplendor inusitado. La semana pasada fue en términos periodísticos una de la
más asombrosas en la historia del periodismo: día tras día, en un periódico o
en otro, se publicaron reportajes que, uno a uno, derrumbaron a martillazos a
Trump.
La saga que el periodismo estadounidense,
de manera comunitaria y abriendo nuevas fronteras en la profesión (con la ayuda
de funcionarios del gobierno que aman a su país) muestra una historia terrible:
que hay elementos que permiten sospechar que
presidente de los Estados Unidos recibió apoyo de Rusia y ayuda para
ganar la elección, a cambio de favores. ¿En qué consistió ese apoyo, y cuales
fueron esos favores? No hay nada claro aún. Pero las pistas evidenciadas hasta
el momento muestran un esfuerzo obstinado del presidente para evitar que las
investigaciones, hasta el punto de que un número creciente de republicanos
apoya la necesidad de una investigación independiente para saber de una vez por
todas si los estadounidenses están siendo gobernados por alguien dispuesto a
todo por dinero, incluso a traicionar a su país.
Y los mercados ya han tomado nota: se han
dado cuenta que la inestabilidad del líder puede contagiarse y convertirse en
inestabilidad financiera. Que un líder que no tiene ni idea de a dónde quiere
llevar a su país, que no tiene idea de lo que significa gobernar, que no tiene
noción de lo que significa el poder y su delicado equilibrio, no es bueno para
Estados Unidos ni para el mundo. Por eso hemos visto en esta última semana caídas
tremendas en los mercados, esos seres inexistentes pero vivos que lo que mas
odian en la vida es la incertidumbre y la falta de claridad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario