para
la Generación 2013-2017 de la FE
Durante la última década nadie ha cuestionada
el saber y la práctica de los físicos, ni de los químicos, ni de los
matemáticos. Nadie ha criticado a la veterinaria ni a los dentistas, ni a los
biólogos. Pero sobre la economía ha llovido un torrente de críticas respecto de
sus postulados y su práctica. Tales cuestionamientos tienen razón: la economía
ha sido un fracaso. Pero al mismo tiempo ha sido un éxito rotundo y nunca había
sido tan importante, siempre y cuando quienes la practican se conduzcan como
científicos, y no como acólitos de un culto.
Comencemos por la crítica más demoledora:
los economistas en general no previeron la peor recesión de los últimos noventa
años al ignorar los síntomas de la hecatombe de 2008-2009. Tal crítica es
correcta y la voluntariosa adhesión de la inmensa mayoría de los economistas al
corifeo laudatorio del libre mercado que condujo a la implosión de la economía
global es una muestra de la falta de método con la que se conduce de manera
general la profesión.
Pero la reacción de la Reserva Federal,
del Banco de Inglaterra, de amplios sectores de la profesión al derretimiento
de la estructura económica global en 2008-2009 mostró la valía de la
disciplina: los Estados nacionales y las bancas centrales echaron mano del
instrumental necesario para sacar al mundo de la recesión y encaminarla a una
expansión, si bien moderada, también sostenida que dura ya casi nueve años.
No en general, pero si con valiosos
ejemplos, la disciplina económica ha hecho un profundo acto de contrición y mea
culpa que ha ayudado a ponerla sobre bases mucho más sólidas. Desde la
devastadora “The Trouble with Macroeconomics”, de Paul Romer; pasando por el
éxito de público de “El Capital en el Siglo XXI” de Thomas Piketty; hasta el
reconocimiento de la Academia sueca de los trabajos de economistas como Robert
Schiller, Jean Tirole y Peter Diamond, quienes han fundado su obra en
concepciones en donde el desequilibrio y la imperfección son la norma, y no la
excepción.
Lo anterior, más el estudio cada vez más
extendido de las obra de Benoit Mandelbrôt y Daniel Kanheman en la teoría de
finanzas, quienes introdujeron la importancia del riesgo agudo y la economía
del comportamiento, son ejemplos de que la economía, a pesar de no poder serlo
nunca, está comenzando a comportarse como una ciencia.
Cualquier físico o químico lo sabe. El
método científico consiste en elaborar hipótesis y confrontarlas con la
observación, ya sea en el laboratorio o en la naturaleza. Los economistas se
quejan muchas veces diciendo que ellos no pueden hacer experimentos de laboratorio
como sus colegas químicos. Tal queja es improcedente. Einstein no construyó un
universo para probar sus teorías: la observación del universo existente ha ido
validando el cuerpo fundamental de su teoría, así que nada impide que la
observación metódica del universo económico nos lleve al rechazo o la
aceptación de las hipótesis hechas.
Pongamos un ejemplo. Milton Friedman, un
economista con un rigor intelectual como pocos, usó su enorme inteligencia para
hacer un cuerpo teórico que con el paso de los años poco ha tenido de científico.
Conjeturó una hipótesis elegante: que la inflación era un fenómeno monetario, y
que si los gobiernos emitían moneda a un ritmo mayor que el del crecimiento del
producto, el resultado sería un aumento en la inflación.
Aún quedan por allí unos monetaristas,
pero la evidencia contra la conjetura de Friedman es tal que poco queda del
prestigio del gran maestro conservador y sus alumnos, pues la oferta de
circulante ha inundado la economía global durante los últimos nueve años y
contrario a lo predicho por los monetaristas la inflación se encuentra en
niveles tercamente bajos y en algunos países, inundados de dinero en
circulación, sufren incluso deflación.
La masa de dinero en circulación ha
explotado, pero la inflación se ha hundido. Cualquier físico descartaría en el
instante la hipótesis y las ecuaciones del monetarismo como descartaron la
hipótesis del éter luego de los descubrimientos de Maxwell. Pero muchos
economistas aún temen al fantasma de la inflación cuando ven cómo los herejes
bancos centrales inundan con circulante el sistema financiero.
Si lo observado contradice nuestra
hipótesis entonces debemos de descartarla. Al menos que estemos midiendo mal
los resultados, por que lo que si ha ocurrido al bombear circulante en la
economía es la inflación de los precios pero en activos financieros, y no en
los activos físicos que miden los índices de inflación.
Cierto, la economía no se había equivocado
tanto como en las últimas décadas, pero pocas veces en la historia ha sido tan
urgente su método y su perspectiva como ahora.
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