No hay mejor inversión que construir una
ciudad bonita. En el largo plazo es la mejor inversión posible para un país.
Vean lo que está ocurriendo con el “Brexit”, ese suicidio colectivo que se han
producido a si mismo los ingleses. La principal industria de Londres, la
bancaria, está huyendo ante la salida del Reino Unido de Europa, y las grandes
ciudades europeas están disputando los despojos. Frankfurt, París, Ámsterdam,
están surgiendo como las ganadoras del Brexit, ofreciendo sobre todo el
atractivo de sus ciudades.
Los mexicanos sabíamos hacer ciudades
bellas: nuestra capital, pero también Guadalajara, Guanajuato, la hermosa
Querétaro, San Miguel de Allende, Puebla, Xalapa, la lindísima Oaxaca, San Luis
Potosí, Durango, y muchas otras. Pero algo ocurrió tras el despegue de la
industrialización del país y el fin del México rural: no fuimos capaces de
crear ciudades nuevas con la belleza que caracterizaba a las centenarias urbes
del país, y en muchas ocasiones la migración deformó los cascos antiguos y
produjo urbes atrofiadas.
Hasta mediados del siglo pasado la
ubicación de una ciudad estaba ligada a dos factores: la cercanía a los
recursos naturales, y su ubicación territorial estratégica. La dotación de
minerales, la producción de alimentos, su carácter de puerto o boca de río, el
ser un descanso en el largo camino, condicionaban el éxito o fracaso de un
asentamiento humano.
Pero la segunda mitad del siglo pasado
mostró cómo una ciudad puede crecer con base en el talento de sus habitantes.
Silicon Valley es desde hace cincuenta años el motor económico del planeta,
allí se han incubado las nuevas tecnologías que han modificado el mapa
económico global y han mudado el eje del desarrollo hacia el Pacífico.
Las grandes ciudades no han podido
responder bien al desafío planteado por Silicon Valley. Desarrolladas muchas de
ellas como centros industriales, las metrópolis tradicionales no han podido
adaptarse a la competencia ofrecida por las nuevas tecnologías en donde lo
determinante no son los recursos naturales ni la importancia estratégica de su
territorio, sino la capacidad de atraer talento.
Las ciudades bonitas atraen al mejor
talento: todos quieren vivir en París, Londres, Nueva York y San Francisco. El
talento llama al talento y al talento le gustan las ciudades bonitas. Londres
ha sobrevivido, y hasta el Brexit, florecido en el mundo de las nuevas
tecnologías atrayendo talento con sus ventajas al sector bancario, pero las
otrora grandes urbes inglesas: Liverpool, Manchester y muchas otras, llevan
décadas en decadencia, incapaces de atraer migrantes y capitales. Lo mismo
ocurre en Francia, en donde la bella dama, París, es la única excepción a un
panorama de deterioro que ha fermentado el crecimiento de movimientos aldeanos
y aislacionistas.
San Francisco, en el corazón de Silicon
Valley, y Nueva York, la ciudad de ciudades, parecen ser inmunes a esta
tendencia por una sencilla razón: ellas son las que disparan la tendencia, pero
metrópolis antes orgullosas y prósperas, como Detroit y Pittsburgh, flaquean y
basculan sus pasos desde hace lustros.
No basta con invertir en parques
industriales en Guadalajara para atraer a empresas electrónicas: la Feria
Internacional del Libro, y el clima y el encanto tapatíos han hecho tanto por
el crecimiento de esa ciudad como la inversión en plantas de microelectrónica
las últimas tres décadas. El talento, que es lo que propulsa a las nuevas
tecnologías, es atraído por las ciudades bonitas: en dónde se pueda vivir,
pasear, convivir y florecer. En donde los bosques urbanos florezcan, las
vialidades sean racionales y equilibradas con el transporte público, y en donde
existan atractivos para el tiempo libre y la recreación.
China lo sabe bien, y por ello florece.
Fíjense lo que ha hecho en los últimos años: no ha invertido en fábricas, ha
fabricado ciudades enteras. La mayor migración rural-urbana en la historia de
la humanidad ha ocurrido en nuestros días, los últimos cuarenta años en China,
en donde cientos de millones de personas han dejado el campo y se han mudado a
trabajar a nuevas ciudades que ha sido levantadas de la nada. Las ciudades
serán una ventaja competitiva crucial en las siguientes décadas: construir
urbes que compitan no por su capacidad manufacturera, sino por las ganas que
den de vivir en ellas.
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