El castellano es el segundo idioma más
importante del mundo en términos de hablantes nativos, sólo detrás del
mandarín. Y en términos de su calidad de lingua franca el idioma ha venido
ganando fuerza en las últimas décadas y quizá rivalice el segundo lugar al
francés y al mandarín, sólo detrás del inglés. El castellano no tiene dueño,
los hispanoparlantes no pagamos derechos de autor ni licencias para usar
nuestro idioma, por lo que es una tristeza que no usemos esta poderosa
herramienta como un arma económica en la economía global.
Cataluña es la sede de muchas de las
empresas más importantes de medios en castellano en el mundo: el Grupo Planeta
es uno de las mayores empresas editoriales del globo. Separarse de España no
tiene sentido económico para ellos: ellos venden castellano, y son de los
mejores haciéndolo. ¿Por qué renunciar a la nación que les ha regalado su
vivir? Si las empresas de medios catalanes se dedicaran a transmitir, publicar
y propalar el catalán perderían más del 95% de su mercado.
El español es un mercado común: mucho más
grande que el de la unión europea (UE), en donde los consumidores no pagamos
una tarifa invisible pero altísima: la traducción. Los consumidores europeos
tienen que pagar el arancel de la traducción so quieren escuchar la música
sueca o la chanson française; los italianos no pueden vender sus libros en
Polonia; los eslavos tienen que traducir sus programas de televisión si quieren
ser vistos en Dinamarca. Y el arancel de la traducción es caro.
Un ingeniero de primer nivel en España
tiene muchos problemas para trabajar en Alemania si no sabe inglés. Y lo mismo
vale si queremos trabajar como editor de una revista de modas en China.
Hace quinientos años las carabelas y bergantines
españoles comenzaron, a sangre y fuego, y evangelizando, a construir un
gigantesco espacio en dónde no debemos pagar arancel alguno para consumir los
bienes y servicios producidos en el mismo: el mercado común del castellano.
La novela que un joven de un lejano rincón
de Bolivia sea capaz de pergeñar puede convertirse en una éxito de ventas en el enorme mercado
del castellano sin que tengamos que pagar el arancel de la traducción. Las
telenovelas mexicanas y las películas de la época de oro de su cinematografía
siguen ganando mercado; la Liga Española de fútbol se ha convertido en el
referente en el mundo y en el mercado del castellano es vista y seguida por
millones sin ninguna dificultad para su entendimiento; la música caribeña y el
tango; el vallenato y el hip hop latino; tienen un dilatado mercado en donde no
se requiere cubrir el arduo arancel de la traducción.
La Feria Internacional del Libro de
Guadalajara (FIL), que inició el fin de semana pasado, es una muestra festiva y
contundente de la potencia del castellano. Desde hace algunos años establecida
como la segunda mayor feria editorial del mundo (detrás de Frankfurt), la FIL
se diferencia de su competencia teutona por residir en un solo idioma: la
lengua de Castilla, y en la capacidad de consumidores de la menos dos
continentes para intercambiar libros e impresos producidos en cualquier lugar
de ese espacio sin tapujos.
Es una pena que muchos de los libros más
vendidos en la FIL sean traducciones de éxitos editoriales anglófilos o francófilos.
El castellano tiene la capacidad de producir libros e impresos que puedan
venderse en nuestro espacio lingüístico y geográfico común sin problema alguno
y con esa fuerza abrirse al mercado del inglés y del francés.
La escala del mercado común castellano
sobrepasa la masa crítica, somos millones de consumidores capaces de sostener
una industria de espectáculos y entretenimiento, cultural y cinematográfica,
musical y literaria común. Las empresas oriundas del espacio del castellano han
desaprovechado por décadas el potencial del idioma que compartimos.
Rubén Darío fue digamos la primera
trasnacional literaria que tuvimos: abreviando en el modernismo francés,
sacudió las anquilosadas estructuras de la poesía en castellano y nos dotó de
recursos inéditos que aún hoy usan quienes escriben poesía en castellano. Su
influencia fue avasalladora en el espacio del castellano, y transformó el
mercado literario de nuestro idioma antes de que el cine mexicano y la música
caribeña hicieran lo propio.
La FIL y su tremendo éxito han mostrado
cómo una empresa común puede utilizar ese enorme recurso, nuestro idioma, pera
crear un mercado común para convertirlo en líderes globales. Mas ejemplos
deberían de existir, las empresas basadas en nuestro idioma no pueden seguir
ignorando el enorme potencial del castellano, el idioma en el que hablamos y
soñamos, y consumimos.
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