La economía es una disciplina compleja
porque su objeto de estudio es una mezcla de certeza aparente y caos detrás, lo
que produce la falsa impresión de que puede ser prevista y estimada con
precisión. Y no es el caso. Detrás de la sólida y geométrica apariencia de la
economía opera un sistema de fuerzas muy similar a un fractal, a un sistema de
múltiples determinantes gobernado por la probabilidad y el azar. Veamos por
ejemplo el caso de una sola variable, sencilla en la superficie, y determinante
por sus efectos: la tasa de interés. Y tratemos de hacer un pronóstico para el
2018.
El consenso del mercado para el siguiente
año, apoyados incluso por el deletreo de la Reserva Federal, quien adivina tres
muy probables incrementos, es que las tasas de interés de los Estados Unidos,
la variable endógena más importante del mundo, vera un año de alzas en el 2018.
Como la mayoría de nosotros somos adversos al riesgo, lo más cómodo es adoptar
el consenso a la hora de hacer nuestros pronósticos. Si nos equivocamos, nos
equivocamos todos juntos y en bola.
Pero déjennos tomar el sentido contrario.
Veamos qué tendría que pasar para que el escenario base de al menos tres alzas
en las tasas para 2018 no se materialice. Es decir: ¿qué tendría que ocurrir
para que las tasas bajen? La respuesta parece ser sencilla: que la curva de
plazos en Estados Unidos se invierta.
La curva de plazos es la gráfica que
dibuja la relación entre el rendimiento de los bonos y el plazo, y por lo
general dicha relación es creciente. Pero por alguna razón, siempre que dicha
relación se invierte y la curva tiene tendencia negativa, sobreviene una
recesión económica en los Estados Unidos.
La curva se aplana y se invierte si las
tasas de corto plazo suben más rápido que las de largo plazo, o
equivalentemente: si las de largo plazo caen más rápido que las de corto plazo.
Y eso es justo lo que ha estado pasando en los mercados de bonos en las últimas
semanas, y la pendiente de la curva es la menos inclinada desde el 2007, cuando
la curva se invirtió en anticipación de las temible crisis del 2008-2009.
Si la Fed efectivamente, y como lo ha
telegrafiado, sube tres veces las tasas de interés, sumando probablemente 75
centésimas de incrementa, y si las tasas de largo plazo no suben lo mismo, o
peor aún, comienzan a bajar, entonces tendremos una curva plana o invertida,
pues la pendiente de la curva actualmente es de 57 centésimas. Y si la curva se
invierte entonces quizá sea una señal de que la larguísima expansión económica
estadounidense iniciada en el 2009 y que hasta hoy sigue, podría detenerse.
No existe por el momento un indicador
económico que vaticine la interrupción de la expansión estadounidense: los
datos más recientes muestran una economía vigorosa y mercados laborales sanos y
alegres. Pero por alguna razón la pendiente de la curva de plazos, ese
misterioso oráculo que ha predicho todas las recesiones modernas en los Estados
Unidos, está aplanándose rápido.
Geométricamente lo que se requiere es
sencillo: que la parte corta de la curva se empine y que la parte larga suba
menos (o que baje incluso). De la primera parte se está encargando la Fed, pues
en su último comunicado parece sugerir dos o tres incrementos basado en una
economía pujante, una tasa de desempleo en niveles récords, y en el muy
probable impulso de corto plazo en el consumo que tendrá la reforma fiscal de
Trump que podría aumentar el ingreso disponible de un segmento de la población
y en menor medida, su gasto.
Si el desempleo se encuentra en niveles
muy bajos y la economía en expansión, no se requiere de un impulso fiscal. El
cheque que reciban los estadounidenses como consecuencia del recorte de
impuestos de Trump se inyectaría en una economía ya muy cercana al pleno empleo
y creciendo a tasas relativamente altas. En ese escenario la Fed tendría que
subir las tasas, pero al hacerlo quizá termine invirtiendo la ya muy aplanada
curva. Así que el año se va a poner interesante.
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