Este año que inicia marca una década desde
el inicio de la más severa crisis económica y financiera de la era moderna: la
hecatombe de 2008-2009. Quienes recordamos esos días tenemos una memoria tan vívida
de las jornadas más críticas, que podríamos palpar la incertidumbre de
entonces. Este año los mercados financieros celebran nueve años de alzas
ininterrumpidas, así que vale la pena preguntarse si esta tremenda fase alcista
de las bolsas seguirá enfilada, o si veremos un traspié severo de los activos
financieros.
A los fondos de inversión, y en general a
los gestores de activos, les gusta, para propósitos de vender sus servicios,
mostrar su desempeño histórico con el fin de convencer a sus clientes de lo
bien que hacen su trabajo. Suelen ilustrarlo con el desempeño del último año,
de los últimos cinco y de los últimos diez. Este es el año en que todos serán
unos genios financieros, pues en el comparativo del desempeño de los últimos
diez años todos los fondos se medirán contra el pavoroso precipicio a donde se
despeñaron las bolsas hace diez años, dinamitadas por la crisis financiera e
inmobiliaria en los Estados Unidos.
En la comparativa del desempeño de los
últimos diez años prácticamente todos los inversionistas mostrarán unas
credenciales espectaculares, pues compararan su posición actual contra los
mínimos de la crisis, así que será fácil mostrar impecables credenciales.
Pero como el desempeño pasado no es
garantía de desempeño futuro, y nadie puede garantizar ese futuro, habrá que
ser muy cuidadoso cuando se nos acerquen este año a ofrecernos manejar los
ahorros y pensiones. Lo que nos muestren no será cuestión de su talento, sino
del mero hecho de seguir aquí luego de diez años.
Tras alcanzar sus profundos mínimos en el
año 2009, los mercados no han dejado de remontar, y nos encontramos actualmente
en la cúspide del segundo mercado alcista más prolongado de la era moderna,
sólo igualado por el que murió en el año 2000 cuando la burbuja tecnológica revienta.
Bajo casi cualquier indicador los precios
de las acciones, de los bonos, de muchas commodities, de los principales
índices y activos financieros, están muy caros respecto de las referencias
históricas. Una medida para estimar qué tan caro está el mercado, el ratio de
precio a utilidad, o P/E, muestra a los precios en Wall Street en su nivel
histórico más alto, solo sobrepasado por la exuberancia presenciada durante la
burbuja tecnológica hace dieciocho años.
Que el mercado esté caro, muy caro, no significa
que pueda ponerse aún más caro. La exuberancia por definición es un fenómeno
sin límite. La euforia por definición es algo que no puede contenerse. Un
caballo desbocado no conoce freno hasta que tropieza o se derrumba al
precipicio. Lo mismo ocurrirá con este mercado enloquecido. Todo indica que los
precios que pagamos por acciones de compañías como Apple, Amazon, Netflix, y
Facebook están más allá de toda proporción. Pero por muy airosos que estén sus
precios, podrán seguir inflándose e implantando nuevos récords por un tiempo
indefinido, hasta que dejen un día, de repente y sin aviso, de hacerlo y
comiencen a desplomarse.
¿Dicho desplome ocurrirá este año?
Imposible saberlo, pero dado que no ha ocurrido hasta ahora, la probabilidad de
que acaezca es mayor. Curioso, pero los cracks bursátiles tienen una
distribución de probabilidad semejante a los terremotos. Los sismólogos saben
que un sismo mayor, proveniente de la Placa de Cocos en México, debe de
producirse. Y dado que el último sismo con tales características se produjo
hace ya más de treinta años, la probabilidad de que el próxima ocurra aumenta
cada día que pasa. Lo mismo ocurre con los cracks de las bolsas: si los precios
de las acciones están muy caros, incluso demasiado caros, como se encuentran en
estos momentos, si bien es imposible saber cuándo se derrumbarán las bolsas, si
es posible decir que cada día que pasa la caída es más probable.
Este será el año en que los gestores de
fondos y los inversionistas presuman espectaculares rendimientos en su
desempeño de los últimos diez años. Al destino, que parecen gustarle las
ironías, no se le vaya a antojar que sea este también, el año del barranco.
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