Donald Trump está en peligro de morir de
lo que presume: el rally bursátil del que se ha vanagloriado está tropezando y
si se desfonda en los próximos días será la culpa del futuro que los
inversionistas están viendo para los Estados Unidos: una economía con un
déficit fiscal disparado por los recientes recortes fiscales de Trump, que apila
deuda pública para poder mantenerse y con el riesgo de que la inflación,
enterrada por décadas, resurja de entre los muertos como un zombie.
Ignorante de finanzas como de casi todo,
el magnate neoyorquino ha jugado una carta peligrosa: cimentar su prestigio en
el rally pasmoso de las bolsas de valores, ignorando quizá la naturaleza
estocástica de los precios de las activos financieros, máxime cuando tras un
período de expansión tan prolongado la probabilidad de que las bolsas se
desfonden crece cada día, especialmente cuando su gran enemigo: la tasa de
rendimiento de largo plazo, está rebotando asustada.
A los mercados les asusta la tasa del bono
de diez años, porque los flujos futuros estimados de los ingresos de las
compañías son descontados con esa cifra. Si la tasa sube el valor de esos
flujos baja y por tanto es menor el precio de las acciones resultante. Durante
los últimos cuarenta años la tasa de bonos de diez años no ha hecho mas que
bajar, de manera intermitente, con algunos sobresaltos, pero hemos vivido una
tendencia secular descendente. Esa tendencia podría estar siendo revertida en
buena parte por la irresponsabilidad de Donald Trump de recortar impuestos
justo cuando la economía estadounidense está creciendo prácticamente en pleno
empleo de los factores, arriesgándose a un repunte inflacionario.
La inflación ha sido la gran ausente en el
escenario macroeconómico global de los últimos cuarenta años. Tras ser domada
en las economías centrales a mediados de los setenta, la credibilidad de los
bancos centrales, la globalización, el poderoso cambio tecnológico y la
revolución en la distribución de mercancías que hemos visto en el mundo,
contribuyeron a que el crecimiento de los precios se mantuviera domado, e
incluso en algunos países y durante algunos años hemos presenciado lo inverso:
deflación.
Pero con Trump incentivando el consumo y
creando un boquete fiscal en medio de una vigorosa expansión a plena capacidad
de factores, los inversionistas de bonos, implacables, están presentando una
tarjeta amarilla. Durante décadas han estado dispuestos a invertir en bonos con
la condición de que la inflación está aplanada contra el suelo. Sólo con esa
promesa, que hasta hoy los bancos centrales han cumplido, el mercado de bonos
ha estado dispuesto a tomar emisiones con cupones históricamente bajos. Pero el
rendimiento nominal, ya muy bajo, sería destrozado si la inflación repunta, y
el miedo de que eso ocurra es lo que ha hemos visto en los mercados en días
recientes, y quizá marque el epitafio financiero del ridículo Trump.
Esta tragicomedia Trumpiana tiene un
ingrediente adicional, y no es casual que el tropezón de los mercados se de
justo en la semana en que despedimos a la fabulosa Janet Yellen al frente de la
Fed. Capitanear a la Fed en medio de la tormenta como lo hizo Bernanke fue
extraordinario, pero en el fondo fue una tarea fácil: se trataba de regalar
dinero a pasto. Pero hacer lo que hizo Janet Yellen de manera impecable,
perfecta, requiere un talento superior: retirar la liquidez extrema del mercado
sin causar una recesión ni un desorden financiero. Cuando todo esté dicho, creo
que la mejor conductora de la Fed de la era moderna será Janet Yellen.
Pero el macho ridículo que es Trump no
podía soportar que una mujer liberal e inteligente capitaneara la Fed, el único
verdadero poder que puede oponérsele a sus caprichitos, y no la confirmó,
imponiendo a alguien ideológicamente cercano para sustituir a la campeona. Jerome
Powell, el nuevo capitán de la Fed viene del actual Consejo Directivo, y eso lo
inclinaría a seguir la directriz de Yellen, pero su perfil despertó mucha
simpatía en Trump, y no sabemos qué pueda venir de la cabeza del magnate
presidente en los próximos meses.
Trump quizá piense que Powell se la debe,
y si se le ocurre discrepar de la Fed y encabritarse cuando ésta siga subiendo
tasas desfondando su precioso rally en los próximos meses, el mercado de bonos
no tendrá piedad e izará las banderas rojas alertando a todos de que no va a
permitir que el capricho populista arruine el delicado equilibrio del mercado.
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