sábado, 24 de febrero de 2018

La Economía De Los Cielos, Sobre Nuestras Alas

El año pasado se realizaron cuatro mil millones de viajes aéreos. Es decir, el equivalente a más de la mitad de la población del mundo surcó los cielos en 2017 (de no ser por los viajeros frecuentes). Hasta hace treinta años volar era un privilegio reservado a muy pocos, como lo denota la etimología del “Jet Set”, pero al abaratarse la tecnología y la manufactura aéreas, el volar está al alcance de un numero creciente de personas, lo que definirá en manera importante las economía de los próximos años.
Las previsiones de la IATA (Asociación Internacional de Viajes Aéreos) muestran que para el año 2036 se realizarán 7,800 millones de vuelos, el doble de los viajes actuales, con una tasa promedio de crecimiento anual de 3.6%. Para sostener este ritmo, y como resultado del mismo, la economía aeronáutica deberá de crecer de manera formidable y será sin duda uno de los sectores más dinámicos de la economía global.
Que el número de viajeros se duplique en dieciocho años implica un desdoble de las flotas de las aerolíneas, de las capacidades de los aeropuertos, del consumo de energía, de optimización de las rutas aéreas, de la capacidad de hospedaje, pero también implica una demanda de pilotos y empleados aeronáuticos a una escala desconocida hasta ahora.
Cuando los mercados financieros mundiales se despedazaron en 2008-2009, el sector que mejor resistió y que más rápido se recuperó de la debacle fue el sector aeronáutico. Y su recuperación ha seguido, imparable. La acción más ganadora del Dow Jones el año pasado fue Boeing, la cual subió 90%, más que cualquiera que sus compañeras del Dow.
La gran rival europea de Boeing, Airbus, no fue tan dinámica, pero tuvo un alza de 45%, mientras que las fortunas de los otros dos grandes contendientes del sector: la brasileña Embraer y la Canadiense Bombardier, fueron muy distintas, pues para jugar el juego de la aviación global se necesitan bolsillos llenos y mucha paciencia para el retorno del capital inicial, además de un desempeño tecnológico de vanguardia.
Como en los otros sectores, la economía de los cielos estará centrada en Asia, en donde consumidores cada vez más ricos podrán viajar por el mundo en aeroplanos de manera masiva. Allí estará la demanda por aviones, la construcción de aeropuertos, y la demanda por pilotos.
Dentro de un par de años China será el primer mercado aeronáutico del mundo, desplazando a los Estados Unidos, mientras que la India se desplazará al tercer sitio, seguido por Indonesia. El mercado de los cielos tiene un determinante muy terrenal: la demografía y la geografía. Indonesia es el cuarto país más poblado, y su carácter insular precisa de las comunicaciones aéreas para el día a día. Brasil es el quinto más poblado, pero la penetración aérea en el gigante sudamericano es bajísima, a pesar de contar con el tercer mayor fabricante de aviones del mundo.
Las implicaciones económicas de cielos más densos son ya, y serán en el mediano plazo, considerables: mayores y mejores aeropuertos demandarán infraestructura adicional para conectarlos; cielos más transitados pondrán a prueba las rutas aéreas y la capacidad de controlarlas desde tierra (la difícil profesión de controlador aéreo incrementará su demanda); seguramente veremos un empuje para automatizar el pilotaje, el control y la gestión aéreas, atestiguando desarrollos tecnológicos inusitados; operar y dar mantenimiento a una flota aérea del doble de la actual requerirá de personal e instalaciones mayores; la logística para producir, transportar e implantar  aeropartes y los servicios conexos se dispararán.
La industria aeronáutica global equivale a 824 mil millones de dólares, similar a la economía de Holanda, y su participación en la economía global no hará mas que crecer en las próximas décadas. Incorporarse a la cadena de valor de esa industria será crítico en las próximas décadas. México no lo ha hecho nada mal hasta hoy, y en la frontera norte, en Querétaro, una industria aeronáutica floreciente toma fuerza.

Nuestra especie logró hace unos cien años abandonar la tierra a la que fue constreñida por su evolución. Volar es la prueba máxima de nuestra superioridad evolutiva y tras elevarnos por los cielos, ahora llevamos a la economía no sobre nuestros hombros, sino sobre nuestra alas.

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