Un presidente baja los impuestos y aumenta
el gasto incrementando el déficit de manera irresponsable; pregona que para
solventar el problema anterior elevará la deuda pública; al mismo tiempo sube
aranceles arriesgando un repunte inflacionario, y afrentoso vocifera una guerra contra sus socios comerciales; repudia los tratados comerciales que
permiten el libre flujo de bienes, servicios y capitales; y promete cerrar las
fronteras para proteger la industria local. Si ese presidente viviera al sur del
Río Bravo se le llamaría populista. Pero como vive al norte la prensa
especializada le llama a su agenda “pro-business”.
Si ese presidente viviera al sur del Río
Bravo o en África, o en el sureste asiático, la moneda de ese país estaría
hecha pedazos, mientras que durante el breve reinado de su alteza loquísima,
Donald Trump, el dólar se ha fortalecido, debido a una razón muy sencilla: las
tasas de largo plazo de los bonos estadounidenses han trepado debido a los
mayores riesgos de inflación y a la perspectiva de un déficit mayor.
Los economistas clásicos conocieron muy
bien este truco de los príncipes: el señoreaje. Como los señores emitían la
moneda, al tenerla en sus manos le raspaban un poco del oro acuñado y de moneda
en moneda juntaban para acuñar una nueva, convirtiendo su poder en la capacidad
de crear dinero de la nada, solo por el hecho de ser el dueño de la moneda de
uso corriente.
Donald Trump ha aprovechado descaradamente
el señoreaje que implica que el dólar sea la moneda de reserva global y la más
usada como medio de pago. No importa qué barbaridad diga, no importa qué
afrenta económica o fiscal cometa, el resto del mundo querrá seguir conservando
dólares (mientras no haya una alternativa mejor), y podrá salirse con la suya
de manera temporal, salvo por un detalle: el mercado de bonos no le dará
licencia.
Si bien el dólar podrá resistir la
avalancha de barbaridades de Trump debido a su calidad de medio de cambio
global; la inversión en bonos no será inmune. Warren Buffet tiene absoluta
razón: en este momento las acciones de empresas de primera línea son un activo
más seguro que los bonos emitidos por el gobierno de Trump.
Si usted compra bonos de Trump corre un
gran riesgo: que los mayores déficits, los aranceles, y el sobrecalentamiento
de una economía en sólida expansión que está comandando el neoyorquino sean
erosionados por el despertar de la inflación, la cual se ha mantenido dormida
los últimos treinta años. Dicha probabilidad, en una horizonte de diez o
treinta años es muy alta. Si usted compra esos bonos de Trump a los actuales,
altísimos precios, y los guarda para su retiro o la herencia de sus hijos o
para su pensión, probablemente su patrimonio acabe echo pomada cortesía del
irresponsable de la Casa Blanca.
A los mercados, especialmente a los de
bonos, les gusta el libre comercio: alienta la competencia y eso mejora los
productos y baja los precios. Trump desafía al libre comercio, repudia tratados
y declara guerras comerciales, empezando con un producto icónico: el acero,
extremadamente sensible a aranceles y subsidios. Cierto, los acereros chinos
han inundado el mundo con productos subsidiados, con tal de darle salida a la
producción proveniente de su exceso de inversión, pero los aranceles anunciados
afectarán sobre todo a Europa, Canadá y Latinoamérica debido a su estructura de
costos, y los chinos serán los últimos en sentir el golpe arancelario.
Europa respondió a los aranceles
siderúrgicos de Trump prometiendo responder con la misma moneda, y su alteza
loquísima disparó en twitter amenazando con poner aranceles a los autos
europeos tan codiciados por los estadounidenses, incapaces de hacer máquinas
tan perfectas como las alemanas. Si Trump cumple e impone aranceles a ese
sector el resultado serán autos más caros y peores opciones para los
consumidores del mayor mercado del mundo.
El inculto de Trump, irracional hasta al
absurdo, está poniendo en riesgo un inusitado capítulo de crecimiento
sincronizado global: todo está saliendo bien, casi todas las economías del
planeta están creciendo de manera armónica y balanceada, basadas en el libre
comercio y la integración económica. Pero su alteza loquísima, tratando de
probar que nadie le es superior, blande su cetro enloquecido sobre el
equilibrio económico del mundo, y puede interrumpir de manera inesperada y
ridícula, uno de los períodos más balanceados de crecimiento de la historia
reciente.
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