El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) tuvo un efecto geopolítico radical: convirtió a México de vecino, en un aliado de los Estados Unidos. El TLCAN disolvió la ideología de un reacio México post-revolucionario, basada en el nacionalismo de una economía cerrada, y en una visión de los Estados Unidos como un enemigo que perpetuamente amenazaba la soberanía del país. Tal sentimiento, enraizado en la historia de abusos históricos por parte de nuestro vecino del norte, se ha disuelto, y las generaciones nacidas de 1990 a la fecha no tienen el conflicto de conjugar su nacionalismo mexicano con la convivencia intensa con los Estados Unidos.
El viejo nacionalismo mexicano se construyó en oposición a Estados Unidos. El nacionalismo de los milenial es menos complejo. La geografía, el idioma y la cultura determinan su ser nacional: la oposición a la cultura, el idioma y los bienes y servicios provenientes del norte ha desaparecido. No hay conflicto entre su identidad nacional y el consumo de la cultura estadounidense, la cual, en la era de internet, es apenas un insumo (quizá el más importante), en la conformación de la identidad cultural de la mitad de los mexicanos.
Los milenials no lo supieron entonces, pero una economía cerrada como era México antes del TLCAN, es significativamente menos productiva y eficiente que una economía abierta. Las materias primas canadienses; el capital y la tecnología estadounidense; el trabajo y la geografía mexicanas; se complementan para construir un potentísimo jugador en la economía global. Pero el mundo cambió enormemente desde su firma hasta hoy, y es necesario hacer un mejor TLCAN.
Cuando se firmó el TLCAN acababa yo de salir de la universidad, y era una avis rara entre mis amigos por ser partidario del Tratado. Lo sigo siendo por supuesto. Siempre será mejor una economía abierta y el libre intercambio de bienes, servicios e ideas, que la autarquía. Los humanos somos seres abiertos por naturaleza, no podemos estarnos quietos. Las artificiales barreras económicas y políticas limitan nuestra condición.
Pero ya entonces, y ahora más aún, es necesario insistir en las insuficiencias del TLCAN. Existen muchos efectos negativos del Tratado. El primero es que profundizó la distancia en el desarrollo económico del norte y del sur del país: el anchísimo norte se convirtió en una eficiente plataforma logística y taller de mano de obra barata para la economía integrada de Norteamérica, mientras que el sur siguió atascado en una economía de baja productividad, con infraestructura insuficiente para integrarse al mercado global, e incapaz de dar el jalón definitivo a la convergencia.
Algunos economistas entonces pugnaron por incluir mecanismos de convergencia de México hacia Estados Unidos, y esa presión logró el establecimiento del banco de desarrollo de Norteamérica, el Nadbank. Buena idea pero el diseño es erróneo. El Nadbank sólo financia proyectos a doscientos kilómetros de la frontera norte, cuando lo importante es integrar los dos mil kilómetros que faltan hacia el sur. El TLCAN, exitoso para muchas industrias y amplias regiones del país, ha acentuado la brecha entre un México integrado a la economía global y extremadamente competitivo, y un México que no es muy distinto al que existía antes de la firma del Tratado.
El otro aspecto crítico del TLCAN es la ausencia de convergencia salarial. Si comparamos la productividad laboral mexicana en aquellos sectores y regiones beneficiados por el TLCAN es evidente que son muy superiores al aumento de los salarios correspondientes. El modelo debería de evolucionar de una economía basada en bajos salarios a una basada en la educación y la productividad laboral con salarios convergentes hacia los de Estados Unidos y Canadá. Así ocurrió en Japón, China y el sureste asiático. No ha sido el caso de México claramente, y en esta reescritura del TLCAN debería de ser la apuesta de largo plazo.
Hay un tercer efecto indeseado. Necesariamente polémico porque no es fácil de medir, y es debatible su causalidad. Pero al menos yo estoy convencido. El TLCAN es el principal factor detrás del disparo en el índice de obesidad de los Mexicanos. Al adoptar el american way of life empaquetado en el Tratado, los consumidores mexicanos fueron seducidos por la comida barata, rápida y de alto contenido de proteínas y grasas de los estadounidenses. El consumo de frijol y tortilla se desplomó de 1994 a la fecha, y el de pizas y hamburguesas se disparó. Esa fue la elección de los consumidores. Es imposible regular ese comportamiento de los consumidores en cláusula alguna de un TLCAN. El TLCAN no es el culpable de nuestros altísimos índices de obesidad (cada consumidor lo es): pero si es la causa.
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