Andrew Lo ha escrito uno de los mejores libros de finanzas y economía de los últimos años (“Adaptive Markets”). El profesor del MIT y gestor de carteras hace una revisión del principal paradigma en la teoría de finanzas, la Hipótesis de Mercados Eficientes (HME), desde la biología y la teoría de la evolución, y sostiene, basado en la historia evolutiva de nuestra y otras especies, que nuestro comportamiento, individual y masivo, está determinado más por nuestra biología, que por la racionalidad económica.
El argumento evolucionista de Andrew Lo tiene mucho sentido: somos animales que evolucionamos en un entorno natural que nos sobrepasaba. Nuestra especie supo sobrevivir exitosamente a la lucha contra otras especies y su ámbito, y esa evolución nos moldeó un cerebro y una biología apta para la sobrevivencia en un entorno adverso.
Nuestra evolución nos dio un cerebro relativamente grande, y el don del lenguaje y la capacidad de crear narrativas que ordenan nuestro ámbito. Ese cerebro y biología tienen un propósito evolutivo claro: sobrevivir y dominar nuestro ámbito y otras especies. La evolución no nos hizo animales económicamente racionales que toman decisiones sobre billones de dólares con la frialdad y precisión de una calculadora. Actitudes que para la teoría económica y de finanzas son reprochables e ilógicas, tales como el miedo, la euforia, el pánico, el odio y la furia, son producto de una enraizada historia evolutiva que nos determina de marea biológica, casi molecular, así que suponer que a la hora de invertir no nos comportamos como esas bestias evolutivas, y lo hacemos como unas máquinas perfectamente racionales, es muy cándido.
En los últimos años el estudio de la “economía del comportamiento” ha ganado muchos adeptos, al explicar a los agentes económicos como seres no perfectamente racionales, como dice la economía tradicional, sino como entes proclives a comportamientos “irracionales”. La evidencia de que no somos racionales es contundente, dicen los comportacionistas.
La explicación de Lo de dicho comportamiento es fantástica: la euforia, el pánico de los inversionistas por ejemplo, no son irracionales, son rasgos biológicos resultantes de nuestra evolución como especie. Vistos con los ojos de un economista del MIT es un comportamiento irracional. Visto desde los ojos de un biólogo dichos comportamientos “excéntricos” son absolutamente normales: así se comporta nuestra especie como resultado de nuestra particular y exitosa evolución. Son ventajas evolutivas de hecho.
La propuesta de Andrew Lo tiene muchísimo sentido. Nuestro cerebro y organismo han sido moldeados por cientos de miles de años de evolución. No podemos en el curso de un par de siglos pretender, como lo queremos los economistas, borrar nuestra historia evolutiva y comportarnos como autómatas calculadores.
Mirarnos como lo que somos, como bestias evolutivas, debe ser el principio para comprender cómo nos comportamos al tomar decisiones económicas. Y si seguimos con nuestro argumento evolutivo llegaremos pronto a un callejón: ¿Qué ocurrirá entonces cuando acabemos con la naturaleza? ¿Cómo responderá la especie al vivir en ciudades en donde las habilidades para sobrevivir y dominar el ámbito natural son distintas y lo importante es sobrevivir y conquistar las relaciones de poder humanas?
Más aún. Desde Darwin, los biólogos evolucionistas aprendieron de las otras especies los secretos y las pistas de ese fantástico método de la naturaleza que es la evolución y la selección natural.
A través de las tortugas y las aves de las galápagos, a través del estudio de los primates, Darwin fue construyendo la que sin duda es la mas colosal construcción teórica para explicar la vida en nuestro planeta: la teoría de la evolución.
Pero cuando las especies dejan de sobrevivir por selección natural, es decir, gracias a sus fortalezas evolutivas, y lo hacen gracias a la selección humana (las vacas y los pollos, son los animales más numerosos gracias a nuestra dieta), estaremos perdiendo los referentes naturales para estudiar el mecanismo de la evolución.
Cuando hayamos acabado con los rinocerontes y los jaguares, cuando hayamos devastado el ámbito de los tigres y los elefantes para poder dejar que pacen nuestros becerros y cerdos, estaremos eliminando la posibilidad de estudiar la evolución natural a través de las especies, pues la nuestra, ya ama y señora del mundo y la naturaleza, ha abandonado la necesidad de evolucionar de acuerdo con la selección natural, pues ahora el cerebro es el órgano supremo, y ya no la amígdala, ni las patas, n las garras. Quizá sea eso la evolución, dejar a Darwin y pasar a Maquiavelo.
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