Que el liberalismo ha fracasado de manera estrepitosa es tan evidente como leer los titulares de la prensa económica de estos días. Allí donde se hablaba de libre comercio, hoy se levantan aranceles y barreras; allí donde había fronteras abiertas, hoy hay políticas anti-migración. El victimario del liberalismo es justamente su otrora principal defensor: los Estados Unidos filicidas. ¿Qué ocurrió para que la receta liberal haya pasado de ser el bálsamo con el que todo se curaba al veneno que debe ser combatido?
En las últimas semanas me ha tocado leer algunas notas de la prensa financiera argumentos sobre cómo los EEUU pueden ganar la guerra comercial que han desatado contra casi todo el mundo, incluyendo México y ahora China. El rosario de argumentos, que pueden parecer coherentes en su estructura parten de una falacia: el que pueda haber ganadores en una guerra comercial. Los únicos posibles ganadores de una guerra comercial son las grandes compañías con poder de mercado que ante la ausencia de competencia podrán cargar mayores precios y ofrecer peores productos a sus consumidores. Habrá ganadores individuales, pero el colectivo no puede ganar. Es imposible.
La dialéctica de la globalización es una ley de hierro: para abaratar los costos y aumentar los márgenes de ganancia las empresas globales abrieron el mercado chino hace tres décadas, buscando la inmensa reserva de mano de obra barata. Pero la eficiencia de las cadenas de valor implicó una gradual transferencia del saber tecnológico a China, cuyas élites de poder, industrial y financiera, una vez que dicha transferencia alcanzó una masa crítica, comenzaron a jugar a occidente en condiciones de igualdad en un sector tras otro, y en varios incluso, a superarles.
La coalición empresarial y política que llevó y sostiene a Trump en la Casa Blanca ha decidido castigar el comportamiento chino de usar la tecnología estadounidense para avasallar a sus empresas, usando y abusando de los enormes subsidios que China dispensa a sus conglomerados, provenientes del colosal superávit comercial que genera la máquina exportadora del país de en medio.
El abrazo del proteccionismo vociferante (o lo que es lo mismo, la muerte del liberalismo) por parte del gobierno estadounidense ignora un hecho histórico: la fortaleza económica estadounidense hizo lo mismo en los siglos XVIII y XIX a Inglaterra, Francia y Alemania. Estados Unidos fue el gran ladrón del saber tecnológico europeo, y con sus materias primas y mano de obra más baratos fue más eficiente que las economías del viejo continente hasta que acabó avasallándolas y dominándolas.
La historia se repite, y se repetirá. Trump está peleando contra las fuerzas de la acumulación de capital y de la historia y por lo tanto está destinado al fracaso. El filicidio del liberalismo que estamos presenciando es la reacción desesperada de la élite industrial y económica estadounidense por curar los excesos del liberalismo que tan útil les fue en el pasado.
Gracias al consenso liberal pudieron abrir las fronteras chinas para usar su fuerza de trabajo y sus mercados. Pero el gigante chino aprendió y con el pragmatismo que lo caracteriza utilizó lo del liberalismo lo que le servía (abrir los mercados occidentales), pero supo usar las herramientas del dirigismo: subsidios masivos, apoyo a industrias concretas, aranceles ocultos, robo disfrazado de propiedad intelectual, el acomodo del estado de derecho siempre que le favoreciera.
Quizá Trump vea hoy que el liberalismo es una candidez. Quizá piense que quien se conduce con las reglas de “juego limpio” del liberalismo tarde que temprano va a perder contra quien dobla las reglas sin romperlas a su favor. “Esta masacre acaba aquí”, espetó vociferante en su discurso de inauguración, refiriéndose al déficit comercial estadounidense, y amenazando desde entonces con botar el esqueleto liberal a la basura y armarse con el serrucho y el piolet del proteccionismo.
Las dos mayores economías del mundo han abandonado las reglas del “juego limpio” del liberalismo. En ambos países el liberalismo es un implante, pero allí donde surgió, en Europa, un inusitado campeón del liberalismo, Alemania, logra hasta el momento mantener el consenso, cada vez más asediado, alrededor del mismo. Pero lo curioso es que, parafraseando una frase memorable: quizá el último liberal del mundo morirá de viejo en un cenáculo editorial en México.
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