El peso mexicano rompió la semana pasada la barrera de los 20 pesos/dólar de nuevo y rozó los 21. Pero considerando todos los factores que trae a cuestas, la moneda mexicana ha tenido un desempeño mejor al que se temía: elecciones domésticas intensas; un presidente estadounidense neurótico y narcisista que amenaza el TLCAN; la Reserva Federal trepando sus tasas de interés; y la inflación doméstica por encima de los objetivos del Banxico. Dado lo anterior al peso no le ha ido tan mal.
La respuesta para el comportamiento relativamente estable del peso (comparémoslo por ejemplo con el desfonde de la lira turca, el peso argentino, o a últimas fechas, el real brasileño) no es tan difícil de explicar: el Banxico se movió antes, en previsión de este escenario, y subió los réditos de referencia domésticos hasta los actuales niveles, anclando la cotización y protegiendo la moneda contra lo que era previsible que venía en camino.
Mientras que Argentina, Turquía y Brasil han tenido que subir sus tasas domésticas de interés en medio del embate reciente que han sufrido sus divisas, el Banxico no ha tenido que apretar las condiciones monetarias para ordenar el mercado, pues lo que otros mercados emergentes están haciendo sobre las rodillas y a regañadientes, el Banco de México lo hizo hace algunos meses de manera ordenada.
De finales de diciembre de este año a mediados de abril, el peso respondió a un contexto de acusada volatilidad local e internacional de una forma peculiar: apreciándose. Mientras otras monedas de países emergentes se desfondaban, el peso se fortalecía y tras casi rozar la barrera de los veinte contra el dólar, la moneda mexicana se apreció hasta alcanzar casi los dieciocho la tercera semana de abril.
Vale la pena recordar que en diciembre de 2015, hace poco más de tres años, la TIIE, nuestra tasa de referencia interbancaria, se encontraba en alrededor de 3.30. Hoy se encuentra en 7.85%. Es decir, el costo del dinero se ha más que duplicado en México en los últimos tres años, y la cuesta de esa alza se dio de manera particular en un período de quince meses que va de julio de 2016 a enero de 2018.
El alza en las tasas mexicanas ha seguramente tenido sus efectos en la economía doméstica, aumentando los costos financieros de los proyectos y modificando las decisiones de inversión de empresas y familias, pero la decisión de apretarlas contribuyó a que la paridad peso/dólar haya sido relativamente estable y a que a pesar de los intensos vientos cruzados que sufre la economía mexicana, la divisa se encuentre en relativa calma.
¿Pero la estabilidad relativa que hemos visto continuará en las próximas semanas/meses? ¿y el costo de mantenerla será de nuevo una serie de apretones en las condiciones monetarias?
Hasta el momento el mercado cambiario ha sido flemático respecto del principal de los riesgos que enfrenta: la encrucijada del TLCAN. Clasificando la serie de riesgos presentes, creo que el mercado asigna la mayor fuente de volatilidad potencial a un cambio desfavorable en las reglas comerciales en Norteamérica.
Creo que están en lo correcto: durante los últimos años los flujos comerciales, y con ello, los de divisas, se han regido por un marco claro e integrado. Si ese marco cambia y los montos de dólares que fluyen por el sistema se reducen y su flujo operativo se encarece por defecto de un mal TLCAN o de plano por el abandono del mismo, es muy probable que el mercado cambiario responda con una ronda aguda de volatilidad y alzas.
Si ese escenario se materializa la respuesta del Banxico quizá sea la misma (pues su arsenal no es muy amplio, por diseño), subirá de nuevo las tasas de interés para proteger la moneda y evitar una trasiego hacia la inflación doméstica. Pero en ese escenario el Banxico no podrá sólo estabilizar el entorno, y el conjunto de las instituciones económicas y financieras del país deberán de empujar en la misma dirección.
Si el futuro del TLCAN depende de un lamentable líder estadounidense quien insulta a sus aliados del G7 y se niega a firmar el acta de la reunión que tuvieron recién en un pueblito de Quebec, antes de ir y casi arrodillarse ante el dictador norcoreano, debemos entonces de prepararnos para lo que ya debíamos de estar preparados desde que supimos que el vociferante e inestable Donald era electo presidente: lo peor.
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