La economía China moderna es una invención de los Estados Unidos para aprovechar su gigantesca reserva laboral y bajos costos para maximizar los beneficios de su industria. China fue la herramienta que la manufactura estadounidense usó para reponer la competitividad que estaba perdiendo a un ritmo alarmante. Pero en un desarrollo predicho, entre otros, por GFW Hegel, el amo está ahora en mano del esclavo, y la guerra comercial de Trump es el intento del amo de recuperar su estatus dominante, lo cual no ocurrirá como Trump lo tiene pensado.
Cuando dos elefantes pelean las crías corren peligro de ser aplastadas por los colosos en disputa. Si las dos mayores economías del planeta se enfrentan en una guerra comercial, puede haber consecuencias inesperadas y daños colaterales. En el caso de México por ejemplo, el enfrentamiento sino-estadounidense se ha agregado a la mezcla de riesgos que mantienen una tasas de interés más alta de lo debería. La semana pasada la disputa refutó a aquellos que esperaban una solución pronta, por lo que vale preguntarse qué puede pasar en el futuro cercano.
Empecemos por el final. ¿China y los Estados Unidos lograrán un acuerdo comercial de algún tipo? ¿O las pláticas se romperán y veremos muros arancelarios levantarse en sendas riberas del Pacífico?
Los mercados están apostando el resultado previsto por los economistas y matemáticos que se conoce como “equilibrio de Nash”. Los dos colosos saben que las pérdidas de un no-acuerdo serían tan grandes que aunque tengan que sacrificar su ganancia máxima, se contentarán con una ganancia promedio que evite las pérdidas resultantes de un no-acuerdo.
El resultado anterior es el más probable, y por el que los mercados y la economía están apostando. La sabiduría popular sintetiza este “equilibrio de Nash” como un perro que ladra pero no muerde. Donald Trump es un bravucón que amenaza y propina golpes bajos pero sin romper las negociaciones, porque sabe que romperlas implicaría que su principal logro: un rally poderoso de las bolsas de valores, se despedazaría si se desata una guerra comercial en forma.
Pero China conoce bien a Trump y sabe que en esta negociación, la democracia es una desventaja para él, y que la democracia no es una restricción para el gigante asiático, así que lleva una ventaja sobre el neoyorquino. China sabe que Trump puede estirar la cuerda pero que no está dispuesta romperla porque está preso en la trampa en la que que él mismo se puso: vender a los electores el rally de Wall Street como su principal logro. China sabe que Trump sabe que quien más tiene que perder en el corto plazo es Trump mismo, y eso significa que China puede arriesgar más que Trump en la negociación.
El equilibrio de Nash que Wall Street está descontando alegremente tiene dos riesgos de no materializarse: el primero es que Trump sea más tripas que estrategia, y que sea capaz de tomar las pérdidas con tal de satisfacer su ego y mostrar a sus electores que “castigó” a China poniéndole aranceles a sus exportaciones. Pero si la demanda por un bien es inelástica (poco sensible al precio o que no tenga sustitutos), los aranceles acaban siendo pagados por los consumidores, así que los electores de Trump quizá acaben castigándolo a él cuando él piensa que castiga a China.
El segundo riesgo es que para China las pérdidas de corto plazo de los aranceles de Trump sean menores que las ganancias de largo plazo. De corto plazo la guerra comercial ya tuvo un resultado: México se convirtió en el principal socio comercial de Estados Unidos, al buscar los estadounidenses un proveedor sustituto de los bienes chinos. Estamos entonces en mitad de las patadas.
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