Los economistas dicen que al bajar las tasas de interés se incentiva el consumo y la inversión, por eso, cuando la economía está débil, la receta es reducir los réditos. ¿Pero qué está ocurriendo cuando en el mundo las tasas no nada más están bajas, sino que son negativas? Es decir, no nada más el dinero está muy barato, sino que a quien pide prestado le están pagando, en vez de ser él el que pague. Una tasa negativa significa que se está penalizando el ahorro: ¿Por qué? Quizá la vejez y la muerte estén detrás de este acertijo.
La tasa de interés cumple varios objetivos. Uno de ellos es regular los incentivos al ahorro. En ese sentido una tasa negativa es penalizar el ahorro. La economía actual se encuentra en una situación tal que en la mayoría de los países en desarrollo se está penalizando el ahorro: el mercado está incentivando a sus consumidores a que gasten, les están pagando para que pidan crédito y gasten. Pero no está ocurriendo. El consumo en esos países se mueve a tasas mediocres a pesar de que en sentido estricto a sus consumidores les están pagando para que gasten al ofrecerles tasas de interés negativas.
¿Qué puede estar ocurriendo que el mercado está teniendo tasas negativas para incentivar al consumo en la mayoría de los países desarrollados? Existen algunos escenarios en donde un consumidor, ni aunque le paguen, deja de atesorar y cuidar sus ahorros. Un ejemplo clásico es el advenimiento de un desastre natural: si un huracán se avecina inminente, cuidaremos nuestros ahorros, nos avituallaremos, y ni aunque nos paguen gastaremos nuestro guardado. Si sabemos que vamos a perder nuestro empleo y que frente a nosotros viene una recesión económica prolongada, cuidaremos nuestro ahorro y no gastaremos. Ni aunque nos paguen por hacerlo.
Otra circunstancia aplica: cuando llega la vejez y nuestra muerte es nuestro horizonte de inversión, los consumidores podemos comportarnos de manera peculiar. Si estamos pensionados, si no vamos a heredar, y sabemos que nuestra esperanza de vida son diez años por ejemplo, tendremos dos objetivos: cuidar nuestro ahorro para que nos alcancen hasta el fin de nuestra vida; y no invertiremos a un plazo superior al de nuestra esperanza de vida.
En el supuesto anterior, si nuestra muerte está en el horizonte de nuestra inversión y nuestros ingresos vienen de lo que hemos ahorrado durante nuestra vida laboral, entonces nuestro plan de gasto está definido. No podemos invertir al largo plazo, no podemos hacer inversiones riesgosas so pena de perder nuestros ahorros y quedarnos sin dinero los últimos años de vida. Tampoco podemos adelantar nuestro consumo: si nos quedan diez años de vida no podemos gastar en el año uno lo que le corresponde a nuestro año diez. Cuidaremos llegar a nuestro último suspiro con nuestro último centavo. No consumiremos más hoy puesto que nuestro mañana es muy corto. Nuestra calidad de vida depende de nuestro ahorro, así que ni aunque nos paguen para gastar (eso es lo que implican las tasas negativas), incrementaremos nuestro consumo.
Como todo modelo, el anterior es un supuesto general que sobreentiende muchas condiciones: supone que no heredaremos, y que nuestra única fuente de ingresos es nuestra pensión. Pero por muy simplificado que esté, algo similar al supuesto que estamos narrando podría estar ocurriendo en la demografía de los países desarrollados en donde las tasas son negativas: las poblaciones están envejeciendo y dentro de poco tiempo los pensionados serán el segmento más grande de la población, cuyo número además está decreciendo puesto que los jóvenes tienen muchos menos hijos que sus padres y por tanto, el supuesto general de no herencia aplica.
Las tasas negativas que estamos viendo generalizarse en el mundo desarrollado, ¿son explicadas más por la demografía que por la economía? Si la respuesta fuera si. Entonces tendremos un problema difícil de enfrentar.
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