Por alguna razón, a los mercados les gustan los números redondos. Les gustan las cifras célebres, que puedan significar algo para el imaginario colectivo. Por eso es fácil predecir que algo ocurrirá, en algún sentido, cuando el Dow Jones, el índice bursátil más famoso del mundo, rompa la barrera de los treinta mil puntos, lo cual deberá de ocurrir en los próximos días. Difícilmente algo se lo impedirá, pues estamos a menos de tres por ciento de la marca, y a este mercado no parece detenerlo nadie.
Es curioso recordar que el Dow franqueó por primera vez la barrera de los mil puntos el 14 de noviembre de 1972, es decir, le tomó al índice casi cien años lograr esa primera marca mágica. Hace diez años los índices comenzaban a salir de los abismos en los que se hundieron tras la espantosa crisis financiera de 2008-2009, entre muchas dudas respecto de la duración y solidez de la reciperación económica y de la bursátil.
Diez años despues, todas las dudas cayeron una tras otra, el Dow se ha disparado más de veinte mil puntos, pasando de cerca de diez mil, a los casi veinte mil puntos en una década, empujado por las bajas tasas de interés, el crecimiento y económico y los recortes impositivos. Si, un alza del doscientos por ciento en poco más de diez años, una racha con pocos paralelos en la historia de los mercados financieros.
Con plena seguridad, quien tocará los clarines por todo lo alto el minuto que el Dow cruce los treinta mil puntos será Donald Trump, quien ha apostado su suerte política al alza imparable de Wall Street, y quien no pierde oportunidad de agenciarse la paternidad de esta espuma financiera que ha dado ganancias fabulosas a los dueños de acciones, reforzando la tendencia a la concentración de la riqueza que tanto descontento ha causado en distintas sociedas del mundo.
Los académicos y financieros discuten la utilidad del Dow Jones como un referente del mercado, y casi todos están de acuerdo con usar a su primo más joven, el S&P 500 como el principal indicador de Wall Street. Pero Dow Jones, la vieja dama, guarda un prestigio peculiar, aristocrático. Aunque sus treinta componentes palidecen en eficiencia como representante del mercado frente a los quinientos miembros del S&P, el hecho de ser el índice más antiguo y más famoso del mercado le dan al Dow un componente muy valioso en estos momentos: el político.
Defenestrado por la cámara baja, investigado por su descarada parcialidad en negociaciones con Ucrania, Trump ha buscado en el ataque directo contra Irán, y en la militarización de su agenda, distractores que le ayuden a distraer la atención de los estadounidenses en donde el comportamiento del presidente es equiparable a traición a la patria, pues le ha pedido a un mandatario extranjero que dañe a un estadounidense, que es además, el hijo de su principal rival político.
El Dow saltando la reja de los treinta mil puntos llega en un momento precioso para Trump, y tratará de darle un uso político a un impredecible índice financiero. Trump habla de lo que sabe: para él, nacido en pañales de seda y con cuchara de plata, la suerte del mercado ha sido seguida por la economía de su pudiente familia. Por eso piensa que la suerte de Wall Street le será agradecida por sus votantes.
No entiende, porque no puede entenderlo, que la suerte del mercado no es la de la mayoría de sus conciudadanos. Pero eso no le impedirá hacer un uso absolutamente político de esa cifra mágica que es el Dow Jones en treinta mil puntos. Disparará una ráfga de tweets atribuyéndose la autoría de esa marca arbitraria que financieramente nada significa, pero que en el imaginario colectivo fija una idea: de que la última década produjo una bonanza dificilmente comparable, que en medio de cuestionamientos respecto de su eficiencia para producir una sociedad igualitaria y sustentable, el capitalismo moderno sigue produciendo riqueza como ningún otro sistema económico en la historia.
Hay que tener cuidado con querer colgarse de esa cifra mágica. Los mercados, si algo, lo que ha demostrado es ser extremada y violentamente impredecibles. No vaya a ser que Trump, poco tiempo después de atar su suerte a la cima aérea del Dow, lo acabe acompañando en un despeñadero.
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